La Momia de Gue (2)

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Llegamos al pueblo al mediodía, pero no vimos a nadie, solo una mujer sentada en la puerta de sus casa, moviendo el molinillo de oraciones con una mano y con la otra pasando las bolas del mala. Es con esta mano que nos señaló la dirección que debíamos seguir. Hacia allí vamos y entramos en un atrio donde había  unas decenas de personas, sentadas alrededor del recinto con la espalda apoyada en la pared. Rezaban y repetían el mantra: "Om Mani Padme Hum".

Nos invitaron a sentarnos con ellos y una mujer nos trajo una taza con un líquido caliente, dijo que era té. Pero había que tener mucho estómago para tomar aquello; era peor que la cerveza de la noche anterior. También bebían algo fermentado ya que los que estaban sentados a mi alrededor, exhalaban un pestazo a alcohol a medida que iban repitiendo el mantra.

De alguna manera me recordaba a las tabernas de antaño, de cuando era niño; los paisanos se trincaban tazas y tazas de ribeiro y sus alientos alcohólicos inundaban el local. Eso sí, no rezaban.

De repente la cosa se puso seria y todos recuperaron la compostura, los niños dejaron de ir de un lado para otro y volvió el murmullo de las oraciones, hasta los más pequeños oraban.
- ¿Que pasa? - dije susurrando al que estaba a mi derecha
- El Gran Maestro está llegando - dijo el hombre en voz baja mirando hacia el suelo.

Al poco la puerta del atrio se abrió y entró el personaje que habíamos conocido en la cima de la montaña: Sonam. Venía con su indumentaria de colorines, sonreía y parecía que traía la fiesta consigo. Dijo algo y el atrio volvió a ser un lugar animado, donde por primera vez me di cuenta de los olores, el humo, el alcohol, los fuegos cocinando e hirviendo té, los tubos donde se bate la mantequilla. Sin embargo más de la mitad de los presentes oraban y oraban sin parar.

Sonam habló con nosotros y nos contó que la gente estaba realizando un ritual, y lo habían llamado a él para dirigirlo. Nos dijo que su "yo" estaba compuesto por dos personalidades: Sonam y Yenzin y su cometido era la comunicación con el ser mágico que reside en un templete a las afueras del pueblo.

Se trataba de un cuerpo momificado de mucha antigüedad, aunque descubierto recientemente, que tiene poderes para beneficiar a toda la comunidad. Las familias del pueblo estaban pasando por una mala racha de carácter agrícola, así que pedían a su momia que inundará de Fertilidad al pueblo, los animales y la agricultura. 

Al tercer día el maestro con doble identidad, iba al frente de la procesión hacia el hogar de la momia. Subimos por un camino lleno de piedras, unas cien personas. El fervor y la fe se respiraba en el ambiente. El día era gris y frío, deprimente, nada comparado con los días anteriores en el atrio, donde el color y los niños alegraban la experiencia de los rezos y mantras.

Entramos en tierra de nadie ya que una gran parte del territorio de esta zona, se consideraba neutral entre la India y China. No pertenecía a ningún país. 

Llegamos a una pequeña construcción donde solo cabía la momia y algunas ofrendas; sin embargo, pudimos observar con atención el cuerpo momificado que estaba sentado y encogido, cubierto con telas de seda blanca. Salimos del barullo y el maestro rezó a la puerta del templete con su identidad de Sonam, sacó de su bolsa una hoja manuscrita y recitó leyendo en voz alta. Al principio solo se oía su voz, que iba en aumento a medida que el día se volvía luminoso y soleado. Eso hizo que la gente rezara siguiendo la voz del maestro; el sonido parecía mover el entorno, como si las montañas tuvieran algo que decir. El día que era gris se difuminó; el sol brillaba en todo su esplendor.

Entonces Sonam le dió la vuelta a la capa y adquirió su otra personalidad. Miró hacia la momia y rezó... de repente aparecieron unas nubes en el cielo despejado y soltaron agua que fué recibida con una alegría inmensa. No duró mucho, pero cuando salió de nuevo el sol, se hizo un arcoiris de una intensidad inusual.

El maestro lo señaló con su bastón y toda la gente lo celebró, el ritual había sido un éxito. Nosotros también nos alegramos al ver que todas las familias eran felices.

Al día siguiente nos despedimos de Sonam, que todavía se vestía con las banderitas de oración y la capa por su lado colorido. Nos ofreció una estatuilla de la Tara Blanca que nos protegería de las enfermedades y nos daría larga vida. También nos bendijo mientras yo aceleraba carretera abajo con destino al Valle de Spiti,  pensando en las magníficas experiencias, que todavía nos faltaban por vivir.

 


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