La ciudad comenzaba a secarse, el bochorno ahogaba, las alcantarillas se llevaban el agua hacia el mar, el eterno retorno, los niños saltando en los aún charcos, la basura acumulada por la corriente postfluvial, los zapatos salpicados.
-A buena hora se le ocurrió llover -dice Mario, quejándose, como siempre.
-Ya se quitó -Emilia, remarca.
-Ahora el calor, ¿no podría haberse mantenido lloviendo? -Mario comenta como si no hubiera reclamado antes.
-¿No te estabas quejando de la lluvia? ¿Quién te entiende? Definitivamente yo no.
En un cafecito del centro, como a las cinco de la tarde, Mario y Emilia se reencuentran, como el agua de lluvia con la del mar, sus eternos retornos, los mismos pero diferentes, mismas miradas, diferentes memorias.
-¿Cómo estuvo el viaje? -pregunta Mario, mientras ve la taza, como si le cuestionara dónde fue producida- ¿encontraste lo que esperabas al regresar?
-Cansado, ya sabes, el ir y venir no es lo mío, pero así me tocó esta vida -Emilia, tan estoica, tan aceptación-. Pues, no esperaba encontrar mucho ni nada, lo de siempre aquí está, aquí estás, ¿no?
-Ey -como si no hubiera otra respuesta que ofrecer.
Habían pasado varios años sin verse, sin hablar verdaderamente, solo los cómo estás, los qué bueno que tienes trabajo, los qué hay de la familia. Mario, notablemente incómodo, Emilia, libre, dominando el territorio.
-Te noto raro, ¿qué pasa? ¿En dónde estás? -pregunta Emilia, para incitar la conversación, como si disfrutara el hacerle notar lo extraño.
-Aquí, tú ahí, no estoy raro, es raro esto, ¿no te parece? Ahora resulta que todo es normal, ¿cuánto tiempo...? -La voz cede -puff- ¿para qué? No, no entremos en ejercicios de memoria, disfrutemos el presente, aquí, rigth now.
-Y sí, porque no tengo mucho tiempo, hay cosas que organizar, uno no se casa sola, hay que decidir en dónde sentar al tío, a la abuela, en dónde estarán papás, et cetera, et cetera. ¿Sí vas a ir, verdad?
-Aún lo estoy pensando.
-No seas así, me gustaría que me acompañaras, por los viejos tiempos.
-Ja! Viejos tiempos, aquellos buenos viejos tiempos -una ligera sonrisa se dibuja en el rostro de Mario- No creo, no podría, no sirvo para bodas, no te preocupes, te mando tu regalo.
-Como quieras, ya te invité -Emilia, cruza los brazos, resopla, el calor del bochorno ya lo siente.
-Me da gusto, ¿sabes? -Mario, hablándole a la mesa, moviendo los dedos, como si estos bailaran o jugaran sobre ella- no haber sido yo, el primero en casarse, como que me enorgullece, es tonto, lo sé, pero siento como que gané, nuestra competencia, fui más fiel.
-¿Fiel? ¿A qué? ¿A lo que no existe, al pasado? -Emilia, como ofendida por la supuesta derrota- Sí, es tonto, y no, no ganaste, porque nadie jugaba contigo. ¿Para esto nos volvimos a ver? Pensé que querías platicar bien, conversar como antes, ¿Qué pasa? Ni me ves cuando me hablas, ¿me tienes miedo o qué? Ya se me había olvidado cómo eran nuestras últimas conversaciones, qué bueno eres para hacerme recordar cosas no tan gratas.
-El mejor -siendo el gracioso, como siempre.
-¿En serio? Creo que tu sentido del humor ya no va tanto con el mío.
----- A veces pienso que tú nunca vendrás -----
-Pronto tienes que volver a mí-
-----Mi corazón-----
-Si solo vamos a estar así, mejor nos vemos luego, ¿va? Cuando vuelva a venir, cuando quieras conver...
-¡Espera! -ahora sí, viéndola, ojo con ojo, una fotografía impresa en su mente, para recordar, la pequeña boca interrumpida a media palabra, los ojos fijos en él, un cuadro renacentista, afuera de aquel café- con eso tengo. ¡Garçon! ¡La cuenta!
Mario se levanta, Emilia, sorprendida por esa actitud, revisa la hora en su teléfono, agarra su bolsa, espera al mesero, para que la saque de su hechizo, para que le diga que puede irse, a las 7 es la reunión familiar, acomodar personas en un salón, confirmar citas para arreglarse, se aproxima el gran día. Son las 5:45 pm.
Mario, corrió, por esas calles solitarias de la tarde en la que las oficinas aún no se vacían, donde los tenderos solo se recuestan en las vitrinas a esperar al cliente que se llevará una botella de agua, que se quejará del calor, de la lluvia vespertina. Se llevó una imagen, cerró el circuito, tendría que disculparse, algún día.
Las campanas estaban al vuelo, era una mañana de buen sol, ella de blanco, pura, impoluta, brillante como ángel que es, del ayer ya no recuerda nada, su familia, la de siempre y la nueva, en el templo, la ceremonia, "Sí, acepto", las fotografías, el arroz, risas y sonrisas. Una figura familiar se acerca a la pareja, la abraza, "Sí, ganaste", ella, entre sorpresa-molestia-alegría, sonríe, el novio saluda, "Foto con los recién casados". Afuera, el calor porteño, los niños con sus globos en el parque, los cafés dulces.
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