DESDE LA MIRILLA (Segunda parte)

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¡A quién llamar! ¿A la policía?- Pensó -¿Y qué les diría? ¿Que había visto por la mirilla de su apartamento a un hombre con patas de cabra, corriendo por los pasillo de su edificio? ¿Que tenía una actitud amenazante? ¿Que por favor vinieran rápido, que estaba acojonado?  Si no le colgaban el teléfono en el acto, quizás podría conseguir que le enviaran una ambulancia con dos tipos fornidos vestidos de blanco, llevándole una camisa de fuerza  como regalo. Y llamar a Noelia a estas horas, aparte de que se asustaría, tener que contarle una historia como ésta, seguramente la llevaría a pensar que el insomnio le había vuelto loco. Optó por permanecer en silencio y sin moverse. Durante veinte minutos, veinte minutos eternos, esperó, sin volver a escuchar el  escalofriante "clack" de las pezuñas del hombre, o lo que coño fuera aquello, que recorría el pasillo.

Se levantó del suelo, dolorido, guardó el móvil en el bolsillo del pantalón corto que llevaba puesto cuando estaba en casa y cogió las llaves del apartamento de la mesita redonda de adornos arabescos, se acercó a oscuras de nuevo hacia la mirilla con la esperanza de que todo hubiera sido producto de su cansada imaginación, o que si aquello era real, el tipo se hubiese largado al infierno, de donde no debería haber salido nunca. Su ojo se pegó al pequeño cristal. La luz del pasillo estaba apagada, no se habían vuelto a escuchar las pisadas desde su incidente con la mesa. Observó durante unos minutos más para asegurarse. Nada. Abrió la puerta lentamente, el corazón le comenzó a palpitar con rapidez, asomó la cabeza y miró hacia la izquierda, hasta donde empezaba la escalera, la tenue luz de las farolas de la calle, que entraba por la ventana situada a la derecha del pasillo, le permitió comprobar que no había nadie. A cada lado del corredor había tres puertas, la suya era la del centro de la parte derecha, según se viene de la escalera. Observó que la puerta de su vecina Yurena, una chica jóven, estaba entreabierta, lo suficiente como para poder apreciar una luz encendida en ei interior, procedente del salón. Su apartamento era el más próximo a la ventana por donde entraba la claridad de la calle, al final del pasillo, una puertas más a la derecha que el de Moisés, pero en el lado de enfrente.

Dejó su puerta a medio cerrar, por si tenía que volver corriendo. Caminó medio agazapado, hacia la puerta entreabierta de Yurena, con el ritmo cardíaco percutiendo aceleradamente en sus oídos, mirando de reojo hacia la escalera oscura y con mucha inquietud, por lo que pudiera haberle ocurrido a su joven vecina.

Abrió poco a poco, miró en el interior, no captó ningún movimiento, dejó la puerta como la había encontrado, sin cerrar del todo. Percibió una mezcla de olores que no pertenecían al ambiente de un domicilio normal. Logró identificar uno de ellos gracias a las visitas que hacía de niño a la granja de su abuelo paterno, sin duda en el aire de ese apartamento flotaba un fuerte hedor a animal, concretamente, a cabra. Había otro aroma, éste lo tenía más reciente en su memoria olfativa, lo acababa de oler en su apartamento hacía unos minutos, es más, aún lo seguía oliendo, había quedado impregnado como un perfume en su mejilla y provenía de la herida abierta de la ceja, se trataba, sin ninguna duda, del aroma metálico de la sangre.

Avanzó hasta el salón, su mirada se paseó despacio por la estancia, había una mesa baja de cristal, detrás, un sillón de piel de dos plazas color marfil y a cada lado de éste, un sillón individual de las mismas características. Observó que encima de la mesa había un tablero de ouija. Recordó que cuando bajó al portal a despedir a Noelia la tarde anterior, llegó Yurena con tres personas más, se saludaron, y su vecina les propuso tomar algo en su apartamento. Noelia se excusó, pues tenía que cenar con sus padres, y él aseguró que no se encontraba en las mejores condiciones, ni  físicas, ni psíquicas, ni anímicas, a causa del maldito insomnio -¡Si os animáis, después de cenar nos haremos una ouija!- Les comentó Yurena.

El estado mental de Moisés, en el momento de la conversación, semejante a tres resacas juntas, sólo le permitía recordar vagamente algunos pequeños detalles. Recordó que Noelia les dijo que a ella la daba mucho miedo todo lo que tuviera que ver con los espíritus. Ahora, en el salón del  apartamento de Yurena, al mirar el tablero del siniestro juego, sintió escalofríos.

-¡Yurena!- Gritó en voz baja. -¡Yurena!..., ¿hay alguien...?- Se dirigió a través de un pequeño pasillo, hacia la habitación de la chica. La luz estaba apagada. Palpó la pared por dentro y encontró el interruptor, lo accionó y la estancia quedó iluminada. El rostro de Moisés se descompuso, sus pupilas se dilataron, sintió angustia, notó arcadas, se tapó con una mano la boca y con la otra se sujetó el vientre, dió media vuelta, inclinó el cuerpo y vomitó... Vomitó parte del horror que esas dilatadas pupilas acababan de transmitir a su estómago, el horror restante, iba empapando rápidamente su cerebro para seguir atormentándole. El cuerpo de Yurena yacía boca arriba en su cama, atada de pies y manos formando una equis. Sólo llevaba puesto el sujetador. La desnudez de sus partes íntimas, dejaba ver claros signos de una brutal violación. Las sábanas guardaban el calor y el rojo de la sangre que ella había perdido, y las paredes se veían salpicadas por las pinceladas púrpuras e incoherentes, de un pintor con rasgos paranoicos. Tenía la garganta desgarrada, y en el vientre, aparecía tatuada a cuchillo, una estrella de cinco puntas invertida. Era claramente una invocación..., una puerta abierta al "Maligno".

Las piernas de Moisés perdieron fuerza y cayó con las rodillas y las manos sobre el suelo, mientras tosía con fuerza, para limpiar su laringe y poder coger aire -¡¡Dios...Dios Santo..!!- Acertó a balbucear. Se limpió la boca con el dorso de la mano. No se atrevió a volver a mirar la espeluznante escena. Desde el suelo alzó la vista hacia la ouija. A su mente vino parte del final del encuentro con Yurena y sus amigos en la calle. -¡Tened cuidado con estas cosas, las carga el diablo!- Les dijo en broma Moisés.  -Sólo haremos preguntas tontas...- Informó divertida Yurena. -¿Cuándo encontraré al hombre rico y guapo de mi vida?- ¡O que nos ponga en contacto con el espíritu de John Lennon!- Añadió un compañero. -¡La podemos preguntar por la existencia o no de Dios!- Comentó otro. -¡O... si existe el Demonio!- Soltó de repente Yurena con un tono profundo, místico y frunciendo el ceño. Recordó que todos se rieron. -¡Estáis locos!- Acabó diciendo Noelia con tono divertido. Después, los cuatro jóvenes entraron al portal, mientras sus voces y risas se perdían poco a poco, conforme se alejaban de Noelia y Moisés, por los pasillos del edificio.


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