-Vos sos un cerdo, que solo quiere mi cuerpo.
-Claro que sí, tu cuerpo quiero, y el de nadie más.
Aquella fue la respuesta perfecta a las provocaciones de Amanda. Es que ella lo incitaba, lo desafiaba.
José Luis la deseaba como una fiera: de un modo puro. Así fue como logró sacarle por primera vez su máscara adulta, ella jamás había confiado tanto en alguien. Pero Amanda no nació desconfiada, sucede que perder a sus padres cuando aún era una niña hizo que por siempre se sintiera sola en el mundo.
-Mi monstruo supremo, mi abyecto paladín.
Él era mayor que ella, pero era de esos hombres que conservan eternamente un aspecto de muchacho de barrio, y sus brazos le inspiraban una seguridad paternal con mezcla de refugio salvaje.
-Vos me convertiste en el monstruo que soy, Amanda; vos me arruinaste. Ya nada me resulta interesante si no lo comparto con vos.
-Dame un beso, componente vil, personaje ruin y sutil.
Amanda adoraba describir a José Luis en forma exagerada y precipitada. Tenía alma de poetisa, pero cuando estaba a solas con él la pasión transmutaba sus palabras en disonantes e irónicos insultos. Él no los tomaba a mal, por el contrario, le devolvía el insulto provocándola aún más.
-¿Vil? Pero si vos sos una bruja, la noche en que te conocí me arrebataste el alma.
José Luis la abrazó y con caóticos besos comenzó a trastocarla como un jazz mientras las impetuosas caricias de Amanda lo arremetían como un tango. Entre los besos hubo una mordida, ella lo apartó y lo miró a los ojos sorprendida porque le había encantado sentir sus dientes clavados en su hombro. José Luis la empujó a la cama y su novia cayó acostada, pero en lugar de saltarle encima, se detuvo. La vehemencia de sus labios y las ansias de sus ojos lo habían petrificado.
Amanda no siempre tuvo esa mirada avasallante, nunca antes se había sentido tan cómoda en la intimidad. Su falta de entrega pudo deberse a que, luego de morir sus padres, vivió con su tía y su tío, quien no perdía oportunidad para tratarla de manera inapropiada; pero con José Luis era diferente, ella anhelaba sentir su tacto.
-¿Así me vas a dejar?, ¿deseándote con locura? -preguntó ella-. Me parece perfecto, el día que te vayas te pido que le hagas honor a tu llegada; no te desprendas de mí desgarrándome lentamente, prefiero que te amputes de mi cuerpo como un miembro gangrenado.
Él la había atropellado, había irrumpido en su monótona vida con sus aires de rebeldía; pero a pesar de su aspecto, conservaba una cierta ingenuidad cuando intimaba con Amanda. Cuando estaban a solas lo dominaba un deseo nervioso que se materializaba en un tacto virginal sobre sus curvas.
José Luis tomó valor, se acercó a la cama y se puso sobre su amada; y entonces el mundo se derrumbó. Todo un mar de personas enmascaradas se había evaporado a sus alrededores dejando una ciudad desértica, siendo aquella habitación era el último oasis lleno de vida.
Por primera vez en veinte años Amanda se sintió completa, su vacío no había sido fácil de llenar, no después de haber visto a sus padres y a su hermano arrollados por aquel automóvil tras subirse a la vereda. Solo ella se salvó, y fue corriendo hacía cada uno de ellos para intentar la imposible tarea de contener a sus tres agonizantes familiares. Mientras tanto alguien llamó a la ambulancia; algún alma generosa, pues el conductor del automóvil se dio a la fuga y jamás se supo nada sobre él.
Amanda se quedó sola. Finalmente halló a alguien tan solo como ella y lograron estar solos pero juntos en un mundo donde todos están solos y apartados.
Por la madrugada se encontraron en el ojo de la tormenta de pasión desatada hacía unos instantes. José Luis estaba en un sillón junto a la ventana mientras Amanda recuperaba el aliento sentada en el suelo sobre un almohadón.
-¿Dónde te escondiste todo este tiempo? Sos el hombre perfecto.
-No soy perfecto. Por cada virtud tengo mil defectos.
-Sos cariñoso, sexy y apasionado, yo disfruto de cada instante que pasamos juntos y sé que vos también; además tenés un buen trabajo, no tenés vicios… bueno, excepto el de fumar el único cigarrillo que compartimos por las noches.
José Luis le dio una profunda pitada al cigarrillo y luego se lo pasó a ella.
-Amanda…, yo soy un desastre.
-¡Eso no es verdad! Algún día escribiré un manual sobre el hombre perfecto; será fácil, simplemente será cuestión de describirte.
Las paredes de la habitación estaban repletas de libros. Allí había cientos de textos de autoayuda, ensayos de psicología y una extensa colección de filosofía; desde Hume hasta Descartes, desde Heráclito hasta Parménides.
-No se puede poner todo en un libro. Que me disculpe Descartes, pero hay cosas que solo se aprenden mediante la experiencia –dijo José Luis.
-¿Ah, sí?, ¿qué cosas por ejemplo?
José Luis hizo una pausa mientras su visión se perdía en el vacío del mundo desértico al otro lado de la ventana.
-Hay algo que no te conté porque me aterra hacerlo. Jamás se lo dije a nadie pero hoy voy a quitarme la última máscara que me queda.
-Podés decirme lo que quieras, no te juzgaré. Hay cosas de mi pasado que también te quiero contar, sobre mi familia, sobre mis temores… José Luis, quiero que sepas todo sobre mis muertos.
Su largo cabello había perdido su forma y a pesar de ello, o quizás precisamente por ello, José Luis jamás la había visto más bella. Amanda le pasó el cigarrillo nuevamente y él lo sujetó con una mano temblorosa al mismo tiempo que su aspecto jovial se transmutaba en un gesto tóxico y culposo.
-Antes yo bebía, y mucho. Un día, manejando borracho, perdí el control del auto y me subí a la vereda. Atropellé a una familia y ni siquiera me detuve para ver qué ocurrió con ellos; estaba aterrado y no pude evitar darme a la fuga. Ocurrió hace veinte años y aún lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Nunca me lo perdonaré.
José Luis le dio la pitada final al cigarrillo y luego, por no tener un cenicero cerca, lo apagó directamente en el corazón de Amanda.
FIN
Autor: FEDERICO RIVOLTA
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