Pasaje hacia Terranova
Por Laura Mir
Enviado el 30/07/2013, clasificado en Varios / otros
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El calor del sol renueva lo caduco, llena de energía los mermados contenidos; hace florecer tenues esperanzas, recurrentes y atrevidas, considerándolas como novedosas. Vanguardistas ilusiones se enfrentan solas, cara a cara, como cada verano, al azul del mar.
Seres sentados y somnolientos en la orilla, ensimismados, sumergen los pies en el agua tibia, mientras sobre las ondas de las olas a lo lejos, titilan como diamantes pulidos, los brillos candentes de una nueva estación.
Despunta Junio con sigilo, emerge por la izquierda del calendario, tímido y sonriente. Augurando sin pretenderlo un nuevo estío, desperdigando con descaro cuerpos gloriosos por nuestras costas calmas, con la única ambición de retener un bronce pasajero y nocivo sobre la piel.
Los niños rebozados en esa extraña mezcolanza que forman la crema protectora y la arena fina al mezclarse, delineando sobre su blancura, amorfos tatuajes, juegan con cubos y conchas, reflejando la luz sobre la madre perla, hasta formar esos ecos irisados, creando en sus vulnerables e inmaculadas mentes, un universo para sí de fantasía.
La arena salpicada de bulliciosos chiringuitos, ofrecen una oferta desmesurada en hostelería para un turismo cada vez más decadente. Donde unos pobres inmigrantes, venidos desde muy lejos, partieron un día en busca del necesitado Dorado, ya deslucido a causa de las innumerables decepciones; se esmeran en exceso muchas veces, por unos salarios que rozan lo ridículo, aguantando en ocasiones desaires de algún malnacido con aires de grandeza, creyéndose casi divino en su corte particular.
Siento cierto hastío.
A lo lejos diviso el puerto, mi destino por el momento. Para esta travesía preciso poco equipaje. Una mochila con una muda, papel y tinta. Un pasaje de primera, porque lo digo yo, hacia Terranova. Y ganas, muchas ganas de surcar los mares en busca de infinitas aventuras.
Marcho sin lágrimas ni pesares, hacia otro puerto; con el sudor y el salitre pegado a la camiseta que me dan cierto apresto. Acartonada, voy embarcando en el Slippery, qué extraño nombre para un navío.
Echo la última mirada sobre el malecón antes de partir, por si decidiera no volver, pero sé en mi interior que tendré la necesidad de pisarlo algún día. Cuando naufrague en las frías aguas personales, esas que muchas veces ahogan por exceso de sensibilidad.
Las nuevas perspectivas se abren con dinamismo e ilusión hacia Terranova, aproximándome a lo que considero concreto y por tanto serio y un poco más formal, encubierta siempre por el anonimato que conceden con generosidad los murmullos de las multitudes.
Cruzar mares y océanos, explorar tierras remotas en busca de la libertad, con ansias arrolladoras, esas ansias que experimentan los hombres desesperados, cuando ya poco o nada tienen que perder; se arrojan al mar bravío, cuando creen que todo está perdido, porque ya nada se deja atrás.
El barco zarpa lento, la brisa acaricia suavemente mi cara; hago un gesto con la mano a modo de despido, digo adiós a alguien imaginario que espera paciente para verme partir.
Suspiro porque al fin, puedo explorar el otro lado, los azules y turquesas, que se encuentran aguardándome tras la línea de aquel lejano y legendario horizonte.
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