ELLA, LA FOTOGRAFÍA

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#Historiasdemujeres 

ELLA, LA FOTOGRAFÍA
Mujer de luto perpetuo, de infancia muerta por los años, aquella que al matrimonio tenía que llegar intacta o nadie luego por ella respondería. Tendría que arremangarse para lavar la colada a los ricos o clavar sus piernas en los surcos del campo lleno de cieno.
Ella dijo; sí, quiero, en años de plena guerra política, en escondida condición de practicantes, esbelta y bella, parecía la morena de Julio Romero de Torres.
En plena huerta, él heredaba un hogar, pero para compartir, padre, madre y hermana, aún casadera.
No olvidando que lo conoció en pleno centro y que su fama de galán tardaría en acabar, mostraba orgullosa aquel papel que me enseñaba, mientras revolvía en el cajón buscando la fotografía que me quería enseñar.
—Aquí está, —me dijo.
Un grueso papel color sepia, con esquinas carcomidas por polillas que sin duda carecían, de aquello que mi abuela tenía. Amor por los recuerdos, cariño por un pasado que me ofrecía con la imagen de familia.
Un joven marido sentado, con la niña en sus rodillas y ella de pie a su lado, erguida, semblante serio porque él a la guerra se iba. Así, me lo decía mi abuela, sus ojos se le empañaban, la niña se moría, inmortalizando así el momento de la partida.
Pegó su espalda a la mecedora, con un suspiro y abanicándose con la fotografía, gritó; —y me la quitó…
—Sigue, abuela le dije, ¿quién te la quitó?
—Iba en un camión lleno de soldados, y al pasar por mi lado, aquel joven me la arrebató.
Pero qué tú dónde ibas me atreví a preguntar…
—Fui en busca del abuelo y por esta foto, me reconocieron.
Lloró desconsoladamente unos minutos, yo la miraba, poco a poco, iba calmándose, sonriéndole a la instantánea, llevándose a la boca el papel albuminado mientras lo besaba sin parar.
Quise insistir, ahora no podía dejar de pensar en mi abuela en busca de su marido y con la niña enferma, debería de seguir, pues yo no dormiría tranquila.
Pareció leer mi pensamiento, pero no, se había quedado dormida, su brazo descendió lateralmente, la fotografía no se despegaba de su mano.
Hasta que, igual que una hoja, fue bailando alrededor de la anciana mano de mi abuela, posándose en el suelo con suma suavidad.
-Venga, abuela, dime, no te duermas ahora, cuéntame qué ocurrió después.
Su semblante sonreía, la tristeza y el llanto habían desaparecido, la serenidad que me mostraba me alarmaba. En aquel instante mi abuelo entró y se llevó las manos a la cabeza, luego tomó las suyas y las besó con ternura.
La abuela había muerto, entre el desconcierto nadie vio la fotografía, me agaché y la recogí, salí de la habitación y la miré.
Era una familia hermosa, eran jóvenes y mi madre una niña, le di la vuelta, tenía una dedicatoria y la leí…
“Irene, espero que, al recibo de esta, estéis bien. Os quiere Andrés”
No podía ser, ¿cómo leía el nombre de Andrés?, si mi abuelo se llamaba Miguel. Alguien volteó mi cuerpo, cogiéndome la instantánea de las manos, mientras me daba unos golpecitos tranquilizadores en ellas.
Acercándose despacio a la cómoda y guardando en ella aquel secreto como lo había estado durante años. 


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