Actos opuestos (parte 2) Casi la agarran

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Casi la agarran
– ¡Cristina! ¿En dónde estás?
Sintió la presencia maternal cuando sus gritos inundaron los rincones de la casa, sólo atinó a apretar la ropa que llevaba en las manos y quedó petrificada cuando creyó que había sido descubierta.
– ¡Cristina!
– Ya voy mamá –gritó con el corazón en la mano, buscando algo que estuviera limpio. Cuando la tuvo de frente “¡hola mamá!”, le dijo aturdida. La doña la miró con sus ojos a medio cerrar y fruncida la frente. “¿Qué te pasa? ¿Estás sorda?”.
– No… no… –tartamudeó, Cristina–. El volumen está muy alto y no la oí llegar.
– ¡Todavía no te has bañado!
Con la mirada de su madre encima estaba lista a responder para evitar que descubriera algo. Estaba incómoda, su cuerpo hedía a sudor pasional, sus nervios la hacían suponer que se extendía por todas partes y hacía esfuerzos cómicos por cerrarse la delgada blusa que llevaba. Trató de explicarle que se había quedado dormida, que la culpa era del despertados porque no había sonado, mientras contenía la respiración en un esfuerzo extremo.
Patricia la observaba con la ternura rígida de ciertas madres, sabía que tenía que dejarla tranquila, pero por alguna razón le era imposible como si disfrutara la incomodidad de su hija.
– ¡Hummm! – dijo alargando la pronunciación de la m con tanta profundidad que parecía un suspiro de perversa venganza.
Cristina no aguantaba y en eso descubrió que el ceño fruncido de su madre cedía y entendió que todo estaba por acabar. Así era ella. Si la hubiera descubierto ya estaría muerta, aunque cabía que se hiciera la boba como en muchas ocasiones. ¿Pero en este caso? “¡Noooo!”
Se fue y por fin pudo respirar cuando estaba a punto de desfallecer. Trató de normalizar su respiración y en eso notó que el olor de su pieza era indiscutiblemente delatador. “Hum, ¿cuándo sería la última vez que tuvo sexo mi mamá para olvidarse de este olorcito?” Sonrió, pero no pudo evitar sonrojarse. “¡Pobrecita, qué pecado!”.
En ese momento vibró el celular y el tono empezó a sonar en ascenso. Patricia se detuvo, parecía molesta.
– ¡Ojo Cristina! ¡Ojo con lo que hace! –Advirtió–. No quiero sorpresas.
De pronto se quedó meditando. “¡No más, es mi hija, yo la críe y lo hice bien!”, pensó indignada consigo por su desconfianza.
El celular sonaba aún.
– ¿Vas a contestar?
– ¡Mamá!
Patricia sonrió, pero un toque de amargura apareció en su rostro. Se sentía mal por no confiar en su hija.
– En la tarde voy a salir hasta el centro. ¿Me acompañas? –dijo como si quisiera disculparse.
– ¡Bueno ma!
Cristina entró al baño y la música volvió a sonar.

“Y tu olor se adhiere a mí. Como la hiedra y después. Todo me huele a ti. Todo me huele a ti. Mis labios, mis manos, mis dedos. Mi espalda, mi pecho y mi pelo. En una nube parece que vuelo. Por que todo me huele a ti…”.


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