E-mail entrante (II).

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Tras lo que se me hace una eternidad, me decido por un vestido por encima de las rodillas. Es rojo con florecitas blancas y tiene vuelo. Para el calzado unas Converse, blancas también. Espero que no pienses que voy a ir elegante.

Vuelvo al baño para cepillarme el pelo y dejar que se seque al aire. Tras reunir todo lo que necesito en un bolso negro, salgo de casa como si llegase tarde a todo en la vida y paro a un taxi, no puedo esperar los 54 minutos. Saco el teléfono y vuelvo a abrir nuestra conversación.

‘’Lamento ir ahora, pero no he tenido claro si debía o no ir. Realmente sigo sin tenerlo claro. Espérame. Voy en taxi. Llego en unos diez minutos’’.

Miro por la ventana mientras juego con una de las cremalleras de mi bolso. El taxista no deja de hablarme de no sé qué del centro, el tráfico y de hace 8 años. No soy capaz de prestarle atención, estoy intentando encontrar la manera de relajarme o lo único que verás será cómo me desmayo. Maldita sea, es imposible relajarse en 10 minutos. O menos. O más. No sé.

Estoy al borde del ataque de pánico. Todos los pensamientos que no han aparecido mientras me decidía a venir, me asaltan de golpe y me están ahogando.

No me has dicho con qué fin has reservado la habitación, ¿y si simplemente me has citado para decirme que esto no puede seguir así? Me habrías propuesto quedar en cualquier otro sitio, ¿verdad? Espero no estar metiéndome en la boca del lobo. ¿Has traído condones? Yo no, ¡pero tenemos que tener condones! Igual me estoy haciendo ilusiones yo sola. ¿Y si te dejo a medias porque me da miedo? Ay madre, no quiero encontrarme una pareja liberal en la habitación que ha conseguido engañarme para pensar que únicamente serías tú. A lo mejor sólo quieres hablar de música. No tengo ni puñetera idea de música, esto va a salir fatal. Espero que no seas un fetichista de pies.

- Chica, era aquí, ¿verdad? – sacudo la cabeza y veo el cuerpo del conductor completamente girado hacia mí. Tiene el pelo gris y unas gafas de sol demasiado grandes en comparación con su cabeza. El aliento le apesta a tabaco y tamborilea impaciente los dedos contra el volante.

- Sí, disculpe. Muchas gracias -hace una mueca imitando a una sonrisa- y que tenga buen día.

Bajo torpemente del taxi y me quedo mirando el edificio desde la acera. Me da vergüenza pensar que me estés viendo a través de una de las múltiples ventanas que tiene el hotel, así que me apresuro a entrar.

El suelo es de mármol blanco, aunque lo cubre, en su gran mayoría, una alfombra azul oscuro. Las paredes están cubiertas por una especie de panelado casi negro, incluido el mostrador. En el extremo derecho reposan unas orquídeas azules perfectamente colocadas.

Me pongo detrás de un hombre que revuelve un montón de papeles con impaciencia y va diciendo palabras en un idioma que no conozco. A los pocos minutos avanza hacia uno de los recepcionistas, que ahora intenta entender qué son los papeles que el hombre le acaba de arrojar sobre la mesa.

La recepcionista de su izquierda entrega dos tarjetas a un matrimonio y saluda a la niña, que tapa su cara inmediatamente con la pierna de su madre. Después de darle una piruleta y hacerle un par de carantoñas, la familia se aleja. Ahora es a mí a quien saluda cordialmente.

- Buenas tardes -sonrío nerviosa-. Tenía una reserva, pero no me han indicado la habitación.

- ¿Me permite algún documento de identificación?

Saco el DNI de la cartera y lo arrastro a través del mostrador. La chica lo recoge con sumo cuidado para devolvérmelo unos segundos después. Tras teclear algo en el ordenador, vuelve a mirarme a los ojos y sonríe como si fuese a soltar una risita en cualquier momento. No puedo evitar sonrojarme.

- Habitación 644. El ascensor se encuentra justo detrás suya. El desayuno empieza a las siete y termina a las once y media. En esta tarjeta aparece el número de recepción y la clave del wifi. Que disfrute de su estancia.

Me entrega una tarjeta azul marino con líneas abstractas de color blanco, junto con una pequeña tarjeta en la que aparecen los datos del hotel y todo lo que me ha indicado.

Avanzo hacia el ascensor con la sensación de que el hotel entero ha leído todos nuestros mensajes y saben lo que va a pasar en unos minutos. Pulso el botón de la sexta planta y me miro al espejo. Intento peinarme el pelo con la fingida tranquilidad de alguien que hace esto a diario. El calor me invade nada más pisar la moqueta negra de la sexta planta.

Camino con cautela, intentando que mis pisadas no se noten, como si estuviese jugando al escondite y me fuesen a pillar en cualquier momento. Apenas me fijo en la decoración de la planta, sólo escucho los latidos de mi corazón, que está a punto de salírseme del pecho. Después de tener que dar la vuelta porque me he confundido de pasillo, veo la puerta entreabierta de la que parece ser nuestra habitación.

Doy dos golpes en la puerta, tan suave que temo que no los hayas escuchado y tenga que hacerlo de nuevo. Esto no empieza bien.

- Adelante.

Siento que me fallan las piernas y el calor se me sube a las mejillas, entre otras partes. Entro con cautela y, como no podía ser de otra forma, cierro torpemente la puerta tras desenganchar lo que sea del bolso que se ha enganchado en el pomo. Me recuesto sobre la puerta tratando de buscar toda la compostura y estabilidad con las que apenas cuento en este momento.

Intento acostumbrarme a la oscuridad de la habitación mientras diviso tu silueta avanzando hacia mí con seguridad. La tensión sexual que despende la habitación me abruma y se me escapa una risa nerviosa mientras siento que tus ojos me recorren de arriba abajo, como si sólo con eso ya me hubieses desnudado por completo.

En un impulso completamente impropio de mí, aprovecho tu cercanía para tirar de tus manos hacia mi cuerpo. Noto la calidez del tuyo completamente pegado al mío y me deshago por dentro. Tu mano asciende hacia mi cuello mientras acercas tu boca a la mía, reclino la cabeza y, sin apenas darme cuenta, me veo enfrascada en saborear tus labios sin prisa. Tu otra mano recorre mi cadera y mi cintura incansablemente, arriba y abajo. Sabes a una mezcla entre café y menta. Me permito un momento para descubrir que ya estoy mojada y vuelvo a notar el rubor en mis mejillas.


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