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Pellizcas mis pezones intermitentemente, esta vez un poco más fuerte, mientras separas tu boca de la mía y comienzas a lamerme el cuello y la parte trasera de mi lóbulo.

- Córrete. Por mí. Dame tu placer. Déjate ir.

Cierro los ojos con fuerza mientras echo la cabeza para atrás y disfruto de todas las sensaciones que me provocas. Las contracciones de mi vagina no tardan demasiado en aparecer, y mis gemidos aumentan en intensidad y volumen. De repente, sacas tus dedos de mi sexo para centrarte únicamente en ese botón mágico que me va a llevar al éxtasis. Lo colmas de mimos mientras mi cuerpo se va sumiendo en múltiples espasmos que te indican que me voy a correr. Gimoteo mientras intentas acallarme volviendo a mi boca, nuestras lenguas se enredan sin cesar en el momento en el que recibo una tremenda ola de placer y grito tu nombre. Tus movimientos comienzan a ralentizarse mientras sigo disfrutando del placer que me brindan las últimas gotas de mi orgasmo. Carcajeas satisfecho, te encanta saber todo lo que eres capaz de provocar en mí.

Mientras intento recuperar el aliento, tu mano asciende a mi vientre, acariciándolo con mimo y paciencia mientras me recompongo. La punta de tu nariz juguetea con mi cuello mientras pongo mis manos a ambos lados de tus piernas y cojo una bocanada de aire para después soltar un taco. Te ríes e, inexplicablemente, ese sonido me encoge el corazón.

Me pongo de pie con más lentitud de la que me gustaría admitir, me siguen temblando las piernas incontrolablemente, y la excitación comienza a aumentar de nuevo. Tengo muchísimo calor. Interpretas mis movimientos sin apenas tener que intercambiar palabra, y te recuestas en la cama sin quitarme el ojo de encima. Me agarro el pelo en una coleta improvisada que sello con el coletero de mi muñeca, mientras observo cómo se tensa cada ápice de tu cuerpo. Apoyo las rodillas en la cama y me acerco a ti a gatas hasta apoyar mi culo directamente sobre tu erección. La tela que nos separa se empapa al instante, dejándote apreciar nuevamente toda mi excitación. Me inclino sobre ti y voy dejando un rastro de besos por toda tu cara hasta volver a encontrarme con tus labios, que reclaman los míos con voracidad. Comienzo a mover mis caderas arriba y abajo, deslizándome a través de tus bóxers mientras mi lengua recorre cada rincón de tu boca, y posas tus manos en mis nalgas, dibujando el movimiento que he empezado a realizar sobre ti. Comienzo a bajar hasta tu cuello, depositando besos amplios y lentos antes de sacar la punta de mi lengua a pasear. En un momento dado muerdo con fuerza el lado izquierdo de tu cuello, provocando que tus manos estrujen mi culo con fuerza mientras siseas de placer. Sonrío a medida que voy bajando por tu pecho y posando mis labios en él, no lo suficiente como para besarte. Observas mi cabeza descendiendo lentamente hacia tu miembro, que me pide a gritos que lo libere de una vez. Gimes tan bajito que apenas se percibe, aunque mi clítoris lo sigue escuchando como si de un eco se tratara.

Comienzo a acariciar la silueta de tu miembro a través de la tela: primero, mis dedos van dibujando un recorrido de abajo a arriba sin llegar a tu glande; después, es mi palma adaptada a tu forma la que te acaricia; hasta que, finalmente, mis dedos se centran en encontrar tu glande y dibujar círculos alrededor de él. Esta vez eres tú quien maldice al aire cerrando los ojos. Aprovecho tu falta de visión para meter una de mis manos directamente por debajo de la tela y acariciarte la polla sin miramientos ni delicadeza, haciendo que tu cuerpo emita un pequeño espasmo que no hace más que envalentonarme. Esta vez la que te masturba soy yo, aunque no por mucho tiempo.

Libero tu miembro por completo y me deshago de tus bóxers sin apenas dificultad. El simple gesto de apartarme la coleta hacia la derecha provoca que te muerdas los labios y respires demasiado agitado. Bajo la cabeza lentamente mientras no separo mis ojos de los tuyos, que me observan extasiados e impacientes. Mi aliento se posa en la base de tu pene. A pesar de haberlo visto hace unas horas mientras nos masturbábamos a la par, tus constantes descripciones no estaban nada lejos de la realidad, así como tampoco todas las veces que me lo había imaginado dentro de mí. Con una longitud más que suficiente, las venas se marcan a través de todo su grosor y envergadura; quizás suene estúpido, pero me encanta tu polla. Mi lengua se posa en tu piel ardiendo mientras asciende hacia tu glande como si éste fuera un premio que llevo ansiando toda mi vida. Cuando llega a él, la punta de mi lengua juguetea en círculos, colándose de vez en cuando por el pequeño agujero que me premiará con tu néctar, mientras una de mis manos rodea tu pene y lo acaricia de arriba abajo, creando un pequeño semicírculo en el camino. Una de tus manos acaricia mi cabeza en el momento en el que me introduzco tu glande por completo en la boca, voy descendiendo hasta que la noto entera, provocándote un jadeo que no pasa para nada desapercibido. Succiono mientras subo y bajo la cabeza unas cuantas veces, notando el calor de toda la sangre que se encuentra en tu polla.

Me encantaría que te corrieses en mi boca, pero puede esperar. Vuelvo a incorporarme, sentada sobre tus piernas, mientras relamo mis labios con satisfacción y mis manos siguen acariciándote.

- Hay condones en mi pantalón, bolsillo izquierdo.

Me sonrojo al confirmar que sabías que iba a pasar exactamente esto cuando me citaste en el hotel. Me levanto de la cama mientras intento localizar tus pantalones entre tanta ropa dispersa por la habitación. Cuando lo encuentro, me sitúo de espaldas a ti y me agacho muy despacio, proporcionándote una vista completa de mi culo y vagina, mientras busco el condón.

Cuando vuelvo a la cama, observo que ahora vuelves a estar sentado, con la espalda apoyada en el cabecero de la cama. Me siento a horcajadas sobre ti, a unos milímetros de tu miembro, que permanece erguido y apoyado en mi vientre. Rasgo el envoltorio del condón y te lo coloco con delicadeza mientras te miro a los ojos. Te observo sin apenas moverme durante unos minutos, me miras con tanto ardor que siento que me estás sobrevalorando, que has puesto sobre mí unas expectativas que no son reales. Mi humedad vuelve a mojarte las piernas.


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