EL ÁNGEL DE MADERA (1 de 2)
Por Federico Rivolta
Enviado el 16/03/2023, clasificado en Drama
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Hace mucho tiempo, pero no el suficiente como para que aquella época dejara de correr por nuestras venas, existió un hombre al que encerraron en una caverna durante veinte años. Su nombre era Jacob.
En el acta de la condena no quedó claro si lo acusaron por sus creencias religiosas, sus preferencias sexuales o por su raza; ya que pusieron todo junto para que la suma de esas razones pudiera parecer importante. Se trataba además de una época confusa debido a una gran guerra, y el país en donde Jacob nació había elegido el bando equivocado.
La caverna a la que fue enviado no era más que eso: una caverna, un hueco en la piedra, un lugar lleno de insectos y de humedad. Allí solo había una robusta mesa de patas de granito y gruesas tablas de madera.
Durante su condena sólo vio a una persona: un guardia que cubría su rostro con una máscara roja con una sonrisa pintada.
La dieta diaria de Jacob era siempre la misma. El guardia le llevaba una vez al día una ración de puré de lentejas; un alimento que, si lo dejaba secar, superaba al más poderoso pegamento instantáneo de la actualidad. Jamás le dio cubiertos, y Jacob debía comer con las manos.
El guardia le pasaba el plato a través de una apertura que había en medio de la puerta casi al ras del suelo. No le avisaba cuando se lo iba a dar, sino que lo lanzaba con desdén, derramando parte de la comida.
Una mañana el guardia golpeó la puerta de la caverna; o tal vez fue a la tarde, imposible determinarlo porque Jacob no contaba con un reloj. Dio tres golpes con intervalos de varios segundos entre ellos, suficientes para indicar sarcasmo. Pasó su mano junto con un plato de puré de lentejas; esa mano cubierta por un guante de cuero negro que Jacob tanto odiaba. Cuando parecía que iba a soltar el plato, el guardia volteó la mano dejando caer todo el alimento al suelo.
–¡No voy a comer eso! –gritó Jacob desde su celda de piedra–. Aún conservo mi dignidad. ¡Prefiero morir de inanición!
–Pues muérete entonces, adefesio –dijo el guardia desde el otro lado de la puerta.
La estrategia de Jacob pareció tener éxito, pues durante varias semanas, el guardia continuó alimentándolo como lo hacía antes. Sin embargo, en otra oportunidad y sin que haya ningún motivo aparente, volvió a jugarle la misma broma. Jacob no dijo nada esa vez y recogió la parte superior de la comida –la que no había tocado el suelo–, y la comió de mala gana. Al día siguiente el guardia hizo lo mismo. Continuó haciéndolo hasta que Jacob comió todo el alimento directamente del suelo; escogiendo no cuestionarse sobre la dignidad de comer de ese modo.
En ocasiones, y sin ningún motivo aparente, el guardia volvía a pasarle el alimento dentro del plato, y el prisionero se alegraba cuando aquello ocurría. Muchos podrán pensar que comer un puré de lentejas en un plato sucio no es motivo de felicidad, pero la felicidad es relativa.
Una noche el carcelero abrió la puerta y, sin decir palabra, le propició una golpiza. Jacob terminó inconsciente, y al despertar no supo si se había tratado o no de un sueño. Al tocar su rostro, la sangre fresca y el dolor ante el menor tacto le indicaron que sí había ocurrido en verdad.
Continúa en la segunda y última parte:
www.cortorelatos.com/relato/45684/el-angel-de-madera-2-de-2/
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