El poeta
Por Francisco Javier Lozano
Enviado el 23/03/2023, clasificado en Varios / otros
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Con la cabeza hundida entre sus manos trataba de terminar su poema, pero algo se lo impedía. Una duda entre dos vocablos que no podía descifrar para darle un punto final. ¿Temblar o estremecer? ¿Cuál era mejor?
Con diccionario en mano consultaba el significado de cada una y ponía a prueba su sensibilidad, inseguro de escoger la más indicada.
– ¿Qué carajo haces? –preguntó Fabián. No podía terminar el poema que escribía a Lucía, le explicó–. ¿Es que no tiene nada que resaltar y por eso no encuentras palabras?
– Al contrario, es linda, suave, no sé, no puedo explicarte. Ella es deliciosa, por así decirlo, pero no como lo pensaría Julio, ese malpensado. Otra palabra… no sé, pero creo que santidad es exagerado. Seguro no hay una palabra que pueda describirla. –Su amigo lo veía sorprendido y sonrió con la benevolencia del que está seguro que no puede ayudar, pero supone que su presencia es parte de la solución–. Linda, eso es, linda, con toda su inocencia porque me parece que en esa palabra hay demasiada inocencia comprimida. Linda es ella, sin arandelas, una mujer simple, pero con esa grandeza que provee la simplicidad. Es muy bella a pesar de su nariz regordeta que no daña el conjunto de su rostro. Tiene ojos brincones que brillan cuando espera una sorpresa mía, un te quiero, un abrazo, mis manos acariciando su cuello, entonces sus labios empiezan a temblar y solo un beso puede darles tranquilidad y firmeza, y no puedo dejar de estremecerme cuando estoy ahí, ahora que la recuerdo.
Fabián se quedó mudo. Y dice que no puede hacer un poema pensaba.
– Si le escribes lo que acabas de decir te luces. –Pero no podía, “apenas cojo el lapicero se desvanecen las ideas”, le dijo–. En ese caso estás jodido, si con ese carretazo no puedes escribir un poema realmente estás jodido. –Aseguró, Fabián. Diego lo miró y le explicó que tenía el poema casi terminado, pero algo no le gustaba. Fabián le quiso dar ánimos y le pidió que lo leyera.
En vos hay caricias que dejan mis manos,
en mí un aroma que impregna tu pecho,
en los dos hay suficientes razones,
marcadas,
impregnadas,
suficientes para esperanzarnos,
hacernos sentir diferentes,
los brazos, los besos, resbalando entre el sudor,
en una sola vibración,
en un solo estremecimiento,
la vibración de tu cuerpo,
el estremecimiento del mío.
– ¡Mierda estremecimiento se repite!
– Me parece que están bien. Es bonito. –Diego miró a Fabián con cara fruncida y lo regañó explicándole que un poema no es bonito.
– ¡Sólo puede ser bueno o malo! ¡Y este es malo!
Fabián alzó los hombros sin poder entender la insatisfacción y le explicó que también se repetían otras palabras y eso no era tan malo.
– ¡Se repiten otras! –gritó–. Eso es peor, entonces sí es malo. –“Mierda”, pensó Fabián y decidió callar.
– ¿Y cómo lo quieres?
– Humm, digamos… algo así, pero me ayudas a copiarlo.
Fabián entusiasmado fue a buscar un lapicero.
En tu cuerpo están marcadas las caricias de mis manos,
en el mío impregnado el aroma de tu pecho,
en los dos hay razones,
marcadas caricias,
impregnados aromas,
suficientes para esperanzarnos,
sentir diferentes los besos,
tus labios vibrando,
los míos estremecidos.
– ¡Hey! –gritó Fabián–. ¡Ese es! Te quedó perfecto.
– Sí, sí, ahora sí –grito, Diego–. ¿Lo copiaste?
– Puta, no encontré el lapicero.
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