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Ya sólo le quedaba un cigarrillo. Los nervios lo tenían loco, y salía a fumar a cada rato en un intento de evitarlo. La incertidumbre le provocaba taquicardia, le oprimía el estómago y lo incitaba a mirar de nuevo el reloj. Más de doce horas allí. Tiró la colilla y volvió a mirar el reloj. Entró en el hospital, el temblor al enfilar el pasillo y al llegar a la puerta esta se abrió. Su corazón rebotó con la inercia. Observó expectante al médico y él sonrió al decir:
—Enhorabuena, es un niño precioso.
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