LA HISTORIA DEL CARRETERO

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    Mamá, empezaron los días santos, ya el ambiente está pesado, el cielo nublado, como entristecido, hasta el sol se oculta para que no lo vean llorar, lo malo es que tengo que comer pescado todos los días y eso no me gusta.

Eso le decía Sofía, una joven de catorce años, a su madre, María José. Se iniciaba la Semana Santa, llamada también “Semana Mayor”, ambas se encontraban apostadas en el hombrillo, frente a la avenida donde residían, esperaban a Felipe, “El Carretero”, que era así como llamaban al vendedor de  la mercadería de pescadería, alimentos que por tradición y creencias de aquella región, eran consumidos  preferiblemente  en esa época, absteniéndose  sus habitantes  de ingerir otro tipo de carne que no fuesen  los  que se extraían del mar.

  ¡Buenos días, Felipe!, véndame por favor, un kilo de corvina, uno de jurel y medio de cada molusco que traiga.

A los pocos minutos el hombre , expedía su mercancía y otros compradores se acercaban al rudimentario “puesto”  de ruedas para proporcionarse sus alimentos.

    — Tenga, aquí está todo, le agregué camarones, pulpo, calamares, mejillones y langostinos.     Le respondió el mercader a la cliente, extendiéndole una bolsa con el producto requeridos, y a la vez, un pequeño cartón,  que como  tarjeta de presentación utilizaba, anotando   el costro del mismo,  la identificación de su nombre y apellido , número de permisología y documento de registro y al final,  una  firma, en donde  se  podía leer: “Felipe, El Carretero”.

Era un vendedor apreciado en la colectividad, el único que en esa temporada era capaz de llevarles el suministro alimenticio a esa zona. La mercancía la compraba frente a El Malecón,  sitio donde llegaba a las 4:00 am para proveerse del producto, que previamente ya había sido encargado por su clientela.

“El Malecón” era una especie de mercadillo, que  se levantaba a orillas del lago, donde aparcaban grandes y pequeñas embarcaciones, como las   piraguas, provenientes de la costa del sur, ofreciendo, no solo la pescadería sino  todas clase de tubérculos y  hortalizas. Felipe, aprovechaba las primeras horas de la mañana para hacer su compra, por la frescura del producto y el buen precio, solía decir: > “el que madruga, Dios lo ayuda”.>

  — Mamá dile al señor Felipe, que la carreta tiene  una rueda floja,  la  del lado derecho  —  Dijo la joven Sofía. Hecho también, advertido por los demás compradores.

   —¡Felipe tenga cuidado ¡lleva algo de carga, se te puede descarrilar la carreta.

  — Tendré cuidado…  ¡Bendecido día!  hasta el sábado de gloria! . Se despidió  el vendedor.

Era una carreta de madera maciza, levantada en dos ruedas, probablemente de roble, compuesta de dos varas en cada lado,  las que son   propulsada por una sola persona y encima de ésta,  perfectamente  colocados,   varios cajones improvisados para el resguardo  de los alimentos y  por supuesto,  no faltó  la balanza manual   para la determinación  de su peso y costo.

Lo que aconteció después, sucedió ese mismo día, un jueves  santo, en una de las aceras de El Malecón la carreta de Felipe soltó la rueda derecha y él  haciendo una maniobra de viraje , resbaló y ambos, hombre y carro de madera, cayeron en las aguas profundas de aquel lago. Los demás comerciantes que se encontraban en el lugar, pendiente de sus propios asuntos, no dieron cuenta que alguien gritaba pidiendo auxilio.  El viernes santo, en tempranas horas de la mañana, un cadáver flotó en las aguas  del lago: era el cuerpo de Felipe “El Carretero”.

Cuando se extendió la noticia y publicada por el periódico local, sobre la forma de su fallecimiento, todos los parroquianos empezaron a programar  misas y ofrendas para” el descanso eterno de su alma,” invitación que circulaba en un   pasquín, donde eran publicados temas de interés de los lugareños.  

Un año después de aquel fatal accidente, María José, fiel creyente de la religión católica, recordó el aniversario de la muerte de Felipe e invitó a su hija, a ofrecerle a La Virgen, un rosario por el descanso del alma del finado. Se acostumbraba a realizar las plegarias a las tres de la tarde, hora que se supone, murió Jesucristo en la cruz de El Calvario. Madre e hija, entregadas a la oración, hicieron lo propio.  Tarde y la noche de ese día, transcurrieron , igual al ambiente de los templos: con total silencio de recogimiento espiritual. 

No obstante, Sofía, sintió algo extraña en ella, un aire de inquietud inusitado, le inundaba   su joven cuerpo.  Rememoró, desde el inicio del día hasta últimas  horas de la noche, sin determinar  cuál evento le había  hecho indisponer  su ánimo. Sobresaltada aún, se despidió de su madre  y se dispuso a dormir.

Pero, la agitación mental no la dejaba conciliar el sueño, sin embargo, se abandonó en un letargo pasada las 13:00 horas.  Fue entonces, como a las cuatro de la madrugada oyó un estrepitoso ruido que provenía de la calle, que se detenía, precisamente frente a la puerta de su domicilio. Ruido, que, para ella, era semejante, al estrépito que hiciese en el pasado las ruedas de la carreta del vendedor de pescados.

—¡Mamá, despierta, alguien sustituye  a Felipe¡   — Escucha el sonido  de la carreta.

María José se incorporó bruscamente de su lecho y corrió la cortina de la ventana, que divisaba a la vereda. Solo se oía el sonido metálico de las ruedas:

  —¡¡Clanp, clang, chanp, clang ¡ Y  una luz tan brillante como el sol, recorría dicho estruendo,  con mucha  intensidad. Los vecinos, abriendo ventanillas y mirillas,   se percataron de  lo mismo,  atónitos concluyeron :

—¡Es el espíritu de Felipe “El Carretero”!  que vuelve a transitar la avenida.

Para los observadores del supuesto fenómeno sobrenatural, la aparición se inició desde la fecha siguiente del  trágico fallecimiento,  prologándose  durante  diez años, de  cada jueves santo, lo que ha perdurando en el imaginario colectivo de aquel lugar.  Cada   Semana Santa se  cuenta la historia  del espíritu de “El Carretero” y en el templo,   alguien  ruega por el descanso eterno de su alma…

 

 

 

 


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