EL AMO, EL ESCLAVO Y LOS AMANTES (1 de 2)
Por Federico Rivolta
Enviado el 13/04/2023, clasificado en Amor / Románticos
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Desde que era niño, Bertrand perteneció al mundo de la actuación; al igual que todos nosotros. Siempre se esforzaba por hacer de la mejor manera el papel que le tocaba en cada obra y eso, para muchos, era suficiente para que se lo considere un buen actor.
En algo se destacaba: era polifacético. Era capaz de interpretar cualquier papel. A lo largo de los años le tocó interpretar todos los roles de la obra en la que trabajó. Hizo muchas veces de amo, de esclavo, y también de amante.
Como amo castigaba y recompensaba a su esclava desplegando toda su imaginación. Lo hacía con cuidado de no lastimarla, además de asegurarse de que ella lo disfrutara tanto o más que él. Como esclavo hacía lo que su ama le ordenaba sin emitir queja alguna, entregando su voluntad por completo.
Muchos dicen que lo que mejor hacía era el papel de amante. Cuando le tocaba ese rol daba los besos más apasionados; siempre cuidando de que su público tuviera la mejor vista. Sin embargo, sin importar lo que ocurriese en el escenario, cuando se cerraba el telón todo se volvía oscuro. A la mañana siguiente solía revisar el periódico para ver si aparecía su nombre en él, lo que le brindaba una pequeña alegría. Luego del desayuno Bertrand se maquillaba frente a su espejo iluminado, y ya nada de lo que había ocurrido la noche anterior importaba, y estaba listo para una nueva aventura dejando todo su pasado atrás.
Una noche ocurrió algo que quedó grabado en su memoria para siempre. El director del teatro apareció de entre las sombras, vestido de smoking y con la cara cubierta con una máscara roja con una sonrisa pintada. Los actores se acercaron a él y éste les extendió su galera como hacía siempre. Bertrand metió la mano y tomó un papel, y al desenvolverlo leyó: «Amante». A esa altura le daba igual el papel que le tocara, pero cuando vio a su compañera se sorprendió. Todos los reflectores la apuntaron. Estaba vestida con un traje blanco de lycra ajustado, y se estaba limpiando el maquillaje de otra obra en la que había participado:
–Me llamo Marie –dijo ella–. Seré tu pareja esta noche.
Bertrand balbuceó algo incomprensible.
Esa noche no le importó cuánto público había. Los palcos tal vez estuvieron vacíos, o quizás con solo un espectador sentado en el medio; tal vez estuvieron llenos, imposible determinarlo, las luces seguían apuntando solo a su compañera de acto.
Al principio él debió improvisar, porque muchas veces en el teatro se debe improvisar. Su papel le indicaba que debía conquistarla, y comenzó a hablar con una voz que poco a poco se hizo menos temblorosa y más segura:
–Debes dejar atrás las relaciones que te hacen mal –dijo él–, esas en las que uno quiere más que el otro. Cuando eso sucede, el más querido controla la situación, y es quien decide cuando la pareja se termina.
Marie escuchó atenta y, sin pronunciar palabra, hizo un leve gesto indicándole a Bertrand que siguiera con su discurso.
–Necesitas a alguien que esté cuando tu mundo se derrumbe, para que te diga: «Yo estoy contigo, Marie». Alguien que, cuando se preocupe por una tontería, también te espere ahí para escucharte decirle: «Tranquilo, Bertrand; todo va a estar bien».
Marie sonrió y Bertrand le dio todos los besos que había aprendido en obras anteriores, incluyendo aquellos en los que había sido amo o esclavo. La sujetó por momentos de las muñecas, y en ocasiones cerró los ojos elevando el rostro hacia atrás para dejar que ella mordiera su cuello. El acto estaba a punto de terminar y el director del teatro le indicó que dijera algo para hiciera sonreír a su pareja para el cierre.
–No se me ocurre qué más decirte –dijo él–, ¿puedes fingir una sonrisa?
–Nada de lo que hice esta noche ha sido fingido, Bertrand. Di algo verdadero para que esto siga siendo así y el cierre sea perfecto.
–¿Algo como qué?
–Si me dices cualquier cosa linda sonreiré –dijo Marie–. Di lo que sea, lo más lindo que se te ocurra.
–Es que no se me ocurre nada más lindo que tu sonrisa.
Bertrand bajó la mirada, pero luego, gracias a su experiencia como Esclavo, venció su vergüenza y alzó la vista hacia ella otra vez. Ella sonrió y él sintió que el teatro se llenó de aplausos sin importar la cantidad de público que hubiese en las butacas.
Se besaron una vez más y sobre el final, gracias a su experiencia como Amo, él mordió el labio inferior de su amada con la presión justa mientras el telón se cerraba.
–Creo que lo hicimos bien –dijo Bertrand– ¿Tú qué opinas?
–Estoy segura de que así fue –dijo ella–. Tengo la sensación de que nos harán interpretar el papel de amantes durante mucho tiempo.
A la mañana siguiente la radio, el diario y la televisión, solo hablaban de ellos. Cada canción que Bertrand escuchó ese día se dirigía a él y a su coestrella. Estaba ansioso por regresar al teatro y que le dieran otra vez el papel de amante.
El director del teatro le acercó su galera, y su sonrisa pintada parecía estar más grande que nunca. Bertrand tomó un papel y leyó: «Amo».
–Debe haber un error, creí que mi historia con Marie duraría más tiempo.
El hombre de la máscara no contestó.
...
Continúa en la segunda y última parte:
cortorelatos.com/relato/45892/el-amo-el-esclavo-y-los-amantes-2-de-2/
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