Tras las presentaciones presumo que tendrá hambre. La verdad, yo también noto un vacío en el estómago. No he comido nada desde ayer tarde.
Se atusa un poco los cabellos, apartando el largo flequillo, cuyos mechones se interponen en nuestras miradas. Con ese gesto caigo en la cuenta de que necesita un buen aseo antes de nada. Le tiendo mi mano con un atisbo de sonrisa en mis labios. Me cede la suya y la llevo hasta un pequeño colector con llave que he adecuado para obtener provisión de agua. El lugar no dispone de electricidad, pero luz entra por una alta claraboya del techo y agua potable no falta. Lástima que no pueda salir caliente también.
Abro y cierro la llave rápidamente y un chorro descontrolado choca contra el suelo. Magia. Para ella debe ser magia, porque abre y cierra las pestañas como alas de mariposa, complacida por aquella comodidad necesaria que le fue arrebatada hace tiempo.
Me mira agradecida. Le señalo el bote de gel que está en el suelo. Voy a por una toalla de la estantería para prestársela y allí mismo, me despojo de la mochila y las armas,
Mientras le doy la espalda pienso en que quizás no ha sido buena idea traerla hasta aquí. Doy media vuelta al escuchar caer el agua. Su juvenil silueta desnuda aparece ante mis ojos, regalándome, indiscreta, todo su hermoso torso que logra llamar mi atención. Hace tiempo que no...
¡Joder que vistas!
El agua fría empapa sus cabellos y desciende rauda por toda su epidermis, limpiando, relajando su ser. Su ropa yace en el suelo, amontonada, cerca de ella, junto al sumidero del desagüe. Echa jabón en su mano y comienza a untarlo en sí misma. Es como si estuviera viendo una cinta erótica pero sin el como.
Jenn se siente observada, pero no se corta a la hora de frotarse los pechos, redondos y erguidos, ni su sexo oculto bajo la maleza del vello. Su cintura es inversamente proporcional a la magnitud de sus caderas y de su culito mejor me lo callo. Ladina, me mira de soslayo, adecuando sus gráciles movimientos a mi deseo.
Cierra el grifo dando por terminado el febril acontecimiento y extiende su mano hacia mí, tapándose los pechos con el brazo opuesto.
- La toalla, sí - murmuro todavía embelesado.
Me clava sus verdes ojos mientras me aproximo con la toalla extendida y se la coloco por encima de los hombros, abrigando tu trémula carne. Sus manos tocan las mías, pero algo en su piel hace que la suelte y de un paso atrás. Marcas de mordedura o cicatrices similares decoran su hombro. Aparentemente antiguas, pero imborrables.
Percibe mi tensión y mi temor al descubrir aquella señal inequívoca de que ha sido sorprendida y mordida por algún zeta. Despacio me alejo como si fuera portadora de la peste, incluso preparado para un posible ataque. Pero la muchacha, lejos de reaccionar de un modo hostil y con toda la calma del mundo, niega varias veces con la cabeza, camina descalza hacia mí, ofrece su mano, sin apartar los ojos de mi voluntad, para que la comprenda que no es una de ellos.
La toalla se resbala y cae formando una pequeña duna del color del desierto. No sé que pretende insinuándose así, pero no puedo dejar de admirar aquella ninfa salida de la nada. Su mano coge delicada la mía, creando un vínculo al instante, una fuerza de atracción que no puedo eludir ni bloquear. La dejo hacer inconscientemente, y hace.
Con ambas manos dirige la mía a sus marcas. Quiere solventar mis dudas y que pueda confiar en ella. Puede que acabe cediendo pero tendrá que explicarme cómo le ha ocurrido eso y porqué no se ha transformado, aunque creo que será difícil, debido a su dificultad para hablar.
Sus cabellos se han aclarado de color, ahora tienen brillo y chorrean gotas de agua, que recorren su espalda. Su tierna mirada sigue mi mano. La posa sobre las rugosidades de la cicatriz. Un escalofrío me atraviesa de repente, y el temor cesa. Vuelve a mirarme. Una de sus manos se apoya en mi pecho. Es una avanzadilla. Luego llega su mejilla y me abraza.
Respira profundamente. La humedad que retiene su piel se adhiere a mi ropa. Me quedo quieto con los miembros superiores separados de ella. Me siento un estúpido imitando una estatua, así que no puedo evitar rodearla con mis brazos también. Su femenino ser me transmite todas las penurias por las que ha pasado, su necesidad de ser protegida, de ser aceptada, de ser ¿deseada?
Perdona, pero esto no estaba previsto en mi lista de tareas para hoy. Y sé que me distraerá, perderé la concentración y probablemente acabe con mi historia en este mundo maldito.
Espera, espera, puede que haya algo más que pueda hacer.
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