LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD

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Enviado el , clasificado en Drama
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Juan, un hombre de sesenta y ocho años, que creía que, a pesar de sus esfuerzos, no podría ver una luz al final del túnel. Lo había perdido todo en la vida. Sus padres, su mujer y sus dos hijas. Con el cuerpo lleno de desesperación, Juan se enfrentó a la vida como un hombre solo. Intentó varias veces salir adelante, pero todo su esfuerzo era nulo.

            Era un hombre solitario, viviendo solo en una casa vacía. Sus recuerdos a menudo le traían tristeza por su pasado, todavía se acordaba de sus seres queridos perdidos. Juan se sentó en la sala de estar vieja y miró a su alrededor. Era consciente de cuánto había cambiado desde que él y sus familiares habían vivido ahí. Comenzó a preguntarse qué habría pasado si hubiera ocurrido algo diferente. No podía soportar las abrumadoras emociones que ese lugar le provocaba. Decidió salir de esa habitación y tomar el aire fuera de casa. Trató de dejar la mente en blanco, sin éxito, mientras caminaba a un ritmo lento. No podía pensar en otra cosa. No pensaba en nada más que en acabar con su sufrimiento a la par de su existencia.

            Se dirigió hacia un precipicio situado en un monte a las afueras de su ciudad. A medida que se iba acercando al acantilado le sudaban más las manos. Se acercaba, pero, sin embargo, poco a poco, lo veía más lejos…

            El sol estaba cayendo sobre los misteriosos bosques que rodeaban su ciudad. Los árboles desdibujaban los contornos de los caminos, creando un sinfín de sombreados colores. El silencio sólo se veía alterado por el murmullo de los arroyos y el canto de los pájaros. La única forma de vida visible eran los suburbios que se observaban a lo lejos de la montaña. El anciano caminaba cada vez más lento con el corazón lleno de sombras que no podía dejar de latir. Había crecido en la misma área desde su infancia y había vivido muchas desgracias a lo largo del camino. Miró a su alrededor. Ahora el sol estaba brillando. La hierba estaba suave bajo su pie y los árboles proporcionaban una fragante sombra que rellenaba una sensación de paz y tranquilidad. Mayores sombras amortiguaban en el aire al mismo tiempo que el árbol más alto levantaba sus ramas hacia el cielo. Las nubes flotaban de forma majestuosa y grata mientras los pájaros cantaban en las ramas. El sol se derretía en el horizonte y el aire se refrescaba mientras la luz se desvanecía lentamente. El cielo fue cambiando de color a medida que el sol descendía: desde un hermoso tono naranja, pasando por una paleta azul, y finalmente una profunda oscuridad. La temperatura bajó ligeramente, pero la brisa era ligera. El sonido de los grillos era el único ruido que se escuchaba, lo que transmitía un sentimiento de paz.

            Se sintió sosegado y en armonía con el mundo a su alrededor. Una calma y tranquilidad se apoderó de él. Tomó un respiro y se sintió rejuvenecido. Cerró los ojos para sentirse aún más conectado con el entorno que le rodeaba. Se sintió dentro de una nube de tranquilidad. Tomó asiento al borde del mismo acantilado al que pretendía precipitarse. Sintió que el mundo estaba girando a su alrededor, pero sin afectarle. Estaba completamente en paz. Se dio cuenta de que la vida era un regalo y de que todo tenía un sentido. De repente comprendió todo lo que le rodeaba, conoció que debía aprovechar cada día para hacer algo que le llenase y le hiciera más feliz. Comprendió que cada momento es único, y debe valorar cada detalle.

             Comenzó a levantarse lentamente, con cuidado de no abalanzarse al vacío, como tenía pensado tiempo atrás. Logró ponerse en pie, tomó un respiro y volvió a recordar que estaba allí. Caminando torpemente se abrió paso hasta lograr alejarse lo suficiente del peligro.

Su pecho se llenó de alegría y expectación al ver como se le estaba acercando un gato montés lentamente. A su lado se encontraba una planta frutal de la cual brotarían entre sus hojas unas deliciosas frambuesas de un color totalmente rojo, casi parecía la guinda de un pastel de cumpleaños. Agarró una de ellas y la arrancó con delicadeza, para no asustar al animal. Se puso de rodillas, y comenzó a acercarse lentamente al gato con la mano extendida ofreciéndole esa suculenta fruta. El animal no devolvía el acercamiento, se quedó inmóvil, por unos instantes parecía estar petrificado. Segundos más tarde, cedió y comenzó a acercarse, pero muy paulatinamente. Llegaron a una distancia de unos tres metros entre la mano de Juan y la cabeza de ese curioso gato. Sus ojos comenzaron a moverse cada vez más rápido, con expectación de qué podría pasar. Llegó a su destino, y no tardó en empezar a oler lo que instantes más tarde sería su comida. Después de olfatearla, comenzó a chupar aquella fruta. Su cola fue relajándose, y sus inflexibles orejas comenzaron a moverse descoordinadamente. Al poco tiempo el animal mordió con sus afilados dientes la fruta y se la llevó rápidamente.

            Tras este extraño suceso, Juan, se volvió a levantar y anduvo con calma dirección a su casa. Justo antes de llegar a la puerta vio algo sorprendente… El gato al que le había dado aquella suculenta fruta ¡Estaba sentado en su puerta! No se preguntó cómo debió saber dónde vivía, pero lo que entendió en ese momento fue una cosa: no estaba solo, podría haber habido mucha más gente que podría haber estado a su lado sin él darse cuenta. No lo pensó hasta ese instante. Era su última oportunidad de ser feliz.

                                                                                                       

                                                                                                        dagarvy

 


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