DIARIO DE UN ANTIGUO ESCRITOR DE CIENCIA FICCIÓN

11 de julio de 1810

Como escritor de fantasía me encontraba en un dilema.

Es tremendo el progreso que hemos logrado. La máquina de vapor provocó una revolución increíble.

Los buques y ferrocarriles comenzaron a transportarnos a velocidades impensables achicando el mundo.

Mi imaginación sufría. No se me ocurría que otras maravillas pudieran mejorar aun mas nuestra vida.

Hasta que una idea asomó. Quienes tienen la imaginación virgen y sin límites? La respuesta es: los niños.

Mi hermana es directora de uno de los colegios de “elite” de la ciudad y allí fui con la intención de lograr que me permitieran hacer un ejercicio. El mismo simplemente consistía en que cada niño escribiera su idea de una máquina que pudiera inventarse.

Siguen las respuestas:

-una máquina que permitiera hablar con otra persona a distancia.

-un artefacto que moviera los carros reemplazando la fuerza de los caballos

-un material que permitiera darle formas como al hierro pero mucho mas liviano

-una diligencia que pudiera volar

-una máquina para poder ver teatro cuando quiera yo y no los actores

-una luz que no necesite de las velas ni del fuego

-un aparato que me suba sin usar las escaleras.

-una alfombra que se ponga en los caminos y los haga mas suaves

-un horno sin leña

-algo que conserve los alimentos sin salarlos

-un reloj que funcione sin darle cuerda

-un jarabe que cure las enfermedades

-una pistola que dispare mas de un tiro sin cargarla

Salí mas desorientado que antes. Las fantasías deben ser mínimamente creíbles. No estoy en condiciones de escribir un libro, por fantástico e imaginativo que sea, que incluya semejantes dislates