Amores de autobús.
Por Alma Gecé
Enviado el 02/08/2013, clasificado en Amor / Románticos
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Como cada mañana, Susana cogió el autobús de la línea nueve que la llevaría hasta su odiado instituto. Eran las siete y veinte cuando el vehículo apareció, tan puntual como siempre, en la entrada de la avenida donde la chica vivía. Se subió a él, ticó el viaje, y se sentó al fondo. Se puso unos cascos con su música favorita, y vio las gotas de lluvia caer sobre el cristal.
Dos paradas después, entró él, que repitió el mismo proceso que minutos antes había realizado la chica, con la diferencia de que se sentó al otro extremo de los asientos.
Era cierto que, como cada mañana, ambos se habían mirado, con una de esas miradas tímidas que buscan el contacto visual, pero que se apartan en cuanto lo logran. Era una mirada que a ambos le transmitía confianza, deseo de conocerse, de cruzar más palabras que un "perdona" para pedir permiso de bajar en la parada deseada por cada uno de ellos.
El chico la observaba de vez en cuando, haciendo como que miraba por el cristal del lado opuesto del autobús. Susana, por su parte, hacía lo mismo. Si en el intento de observarse clandestinamente sus miradas coincidían, ambos esbozaban una pequeña sonrisa, y giraban la cara hacia el cristal, muriéndose de vergüenza y culpándose a sí mismo por haber sido descubierto.
Los años pasaron, y las miradas continuaron. Los viajes en autobús se fueron acabando a medida que los dos crecieron, pues su lugar de destino cambió en cuanto ambos finalizaron su educación en el instituto. Se buscaron por la ciudad, en cada esquina, en cada rincón, en cada parada de autobús de la línea nueve, pero nunca llegaron a encontrarse. El destino quiso enseñarles una lección fuerte: "Quien cuando pudo no quiso, no podrá cuando quiera".
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