Los Pérez formaban un matrimonio con dos hijos adolescentes: Tino y Evita. Vivían en el tercero y nosotros en el cuarto. En el edificio todo el mundo tenía mascota, sobre todo perros y gatos, también había algún hámster y el loro "cacatúa" del quinto. Pero los Pérez siempre querían romper con lo "normal" y ser diferentes al resto. Así que decidieron que su máscota sería especial.
Alguien les comió el coco cuando les habló de una raza porcina de origen vietnamita que no crecía más allá de los veinte kilos. Les enseñó una foto de una pareja de cerditos realmente pequeña, de color blanco y negro preciosos. Eso les decidió a encargar al criador una hembra y un macho.
Al cabo de dos meses llegaron los cachorritos de cerdo.
¡Qué bonitos! ¡Qué maravilla! decía la familia. Estaban flipados y cuando salían con los dos morrudos de paseo, los vecinos se quedaban con cara de tontos.
¡Jajaja! Se reían por lo bajini.
El tiempo pasaba y las criaturas crecían más allá de lo que se esperaba. Los veinte kilos ya eran historia. Cada día era más complicado sacarlos a pasear; en el ascensor no cabían; por las escaleras para abajo iban bien, pero para subir el jaleo era increíble, parecía que había una guerra en las escaleras, además a veces se cagaban con el esfuerzo y la peste que dejaban era superior.
Cuando llegaron a los ciento veinte kilos, el vecino de abajo observó unas grietas en el techo y un chorreo de un líquido amarillento muy sospechoso.
Los pisos eran pequeños y la verdad nadie sabía cómo se apañaban para gestionar los residuos. Eso sí, se oía mucho trajín de bolsas por las noches y a veces el olor era insoportable.
Un día, cuando los niños estaban en el cole y los padres trabajando, se oyó un barullo en el piso, como si los cerdos gritaran. Enseguida llamaron al padre que se presentó rápidamente. Intentó abrir la puerta pero estaba atrancada, parecía ser que uno de los cerdos estaba tumbado y sus ciento veinte kilos habían obstruido la entrada. Entonces se vieron obligados a llamar a los bomberos para que entrarán por la ventana.
Al cabo de una hora estaban subiendo con un elevador dos bomberos hacia la ventana del tercero. La calle estaba apelotonada de gente ya que alguien había corrido la voz de que unos cerdos habían okupado un piso y no querían salir (?)
Cuando llegaron arriba forzaron la ventana y en el momento de querer entrar, viene un cerdo monstruoso disparado hacia el bombero y le da un empellón, que si no es por el compañero habría aterrizado en la calle. La cosa se puso seria y entonces llamaron a un operario del ayuntamiento, que recogía animales abandonados en la calle (perros, gatos, mascotas...) y le preguntaron si podía solucionar el lío. El tío se presentó que parecía un miembro de "cazafantasmas", con una indumentaria surrealista y un fusil de dardos. Preguntó el peso del animal y cálculo la dosis de somnífero en el dardo. Subieron nuevamente en el elevador y cuando el animal estuvo a tiro le disparó el proyectil que impacto de lleno en su cuerpo. Esperaron diez minutos y entraron en el piso; encontraron a la hembra muerta atrancando la puerta y el macho dormido a su lado.
Pero la cosa no se acabó aquí, quedaba el problema del desalojo de los animales: por la escalera ya era imposible y por la ventana iba muy justo. Tomaron medidas y lo intentaron con una grúa, pero el tiempo pasaba y el cerdo se iba despertando. Ni que decir tiene que tuvieron que dormirlo otra vez.
En el piso estaba la policía, los bomberos, el operario de la grúa, los niños, que se habían colado, y el padre; la madre pasaba de todo y estaba en la terraza del bar, tomando un cubata y observando toda la movida.
Ya por fin y con el cerdo enganchado en arneses, el gruista empezó la operación y desde abajo se empezó a ver el cuerpo del cerdo saliendo por la ventana. La brisa empezó a darle en la cara y el bicho se despertó por segunda vez, pero en esta ocasión cuando se sintió suspendido en el aire, empezó a gritar y a intentar zafarse de las correas. La gente aplaudía y se cruzaban apuestas sobre el destino del cerdo. La cosa no estaba clara y tanto fué el meneo que la bestia de ciento veinte kilos cayó al vacío, pero aterrizó en el techo de un coche que amortiguó el golpe y rebotó hacia el suelo, se levantó y empezó a correr hacia la gente, que salió en desbandada causando el pánico en toda la calle. Sin embargo el cerdo paró en seco, olisqueó el aire y se fué directo a la terraza donde estaba su dueña. La gente de las mesas no sabía qué hacer, si correr, si quedarse. El camarero por si acaso no salió del interior del bar.
Ya no cuento lo que pasó con la hembra que aún estaba en el piso, pero parece ser que se había muerto de un infarto quedando la puerta atrancada.
La historia fué publicada en el periódico local, el "Correo del Pueblo", el 30 de febrero de 1991.
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