EvoluZion 15

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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Un hombre de cabellos rizados armado y empuñando una pistola aparece desde el otro lado de la puerta, pero Mai Lyn, rápida de reflejos, lanza su poderosa boca hacia el individuo cuando planta un pie en el pavimento. Medio cuerpo desaparece entre sus fauces, lo eleva, desgarrando su cintura y casi lo cercena. 

 

Tal vez todo esto sea un absurdo, ayudar a los zetas a destruir la raza humana, pero ellos lo quisieron así. Es la ley de la selva.

 

Todos los presentes quedan paralizados por la escena, mientras la genuina dragona lo sacude como si se tratara de un muñeco de trapo. Luego lo lanza a un lado, despojado de vida y emite un sobrecogedor rugido de victoria y aviso, por si hay algún héroe entre los demás. Oigo gimotear a una mujer tras de mí. El cuerpo de aquel hombre sin apenas vida, convulsiona un par de veces antes de inmovilizarse completamente.

 

- " Jenn cerca " - me espabila Mai Lyn intuyendola.

 

Miro al interior de la escalera y unos bustos se deslizan hacia la planta inferior.

 

- Voy a buscarla - arranco a perseguirlos - Esperanos aquí y vigila a estos - le pido.

 

- ' Mai Lyn vigila comida " - responde observando al atemorizado grupo, apiñado en un rincón.

 

De un salto penetro en el rellano que da salida al terrado y echo la vista abajo aunque no logro distinguir si Jenn se halla entre los que huyen de mi amiga alada.

 

Ecos de apremio, zapatos a la carrera, armas automáticas disparando, gritos de rabia y asalto, y entre todo ese barullo logro distinguir una voz ahogada que me resulta familiar. Jenn no puede hablar pero sí emitir sonidos diferenciales, y ese estoy seguro de que le pertenece.

 

Abajo escucho al resto de los residentes cómo se defienden con uñas y dientes del salvaje y mortífero asalto que sufren. Debo darme prisa en encontrarla. No creo que tarden mucho tiempo en ascender hasta lograr ocupar la totalidad del edificio. Son una verdadera plaga.

 

Camino rápido en dirección al eco, tomando precauciones y cubriéndome de los posibles proyectiles en busca de mi carne. Y no me equivoco al tener paciencia. Una flecha me silba su odio cerquita de mi oído al doblar una esquina. Primer aviso. Saco la ballesta de mi espalda y la cargo en un pis-pas, oculto a más disparos. Cierro los ojos y me encomiendo al Diablo. Me agacho y salgo de mi escondite como un lagarto reptando y apuntando el arma hacia el posible enemigo que esté esperando mi reacción.

 

Aprieto el gatillo y la flecha metálica atraviesa el cuello de mi oponente arquero. Pero no está sólo y aunque logro abatirlo, otro miembro, posiblemente perteneciente a la jerarquía de La Hermandad, me encañona su escopeta. La descarga se traduce en un estallido ensordecedor. 

 

Una patada oportuna y salvadora de la aparecida Jenn, oculta tras los dos hombres, hace que yerre el tiro que iba dirigido al menda y la bala estalla un plafón del techo. Lleva las manos atadas a la espalda, y por suerte los pies libres para lanzar certeras patadas valerosas, aunque no ve venir la reacción de su secuestrador. Recibe un culatazo en pleno rostro que la hace desplomar de espaldas. Me duele hasta a mí.

 

Sin embargo, eso me permite ponerme en pie, tensar todos los mis músculos y correr, correr fustigado por llegar, llegar hasta él, antes de que pueda recargar la escopeta. Quizá sea un ejemplo de supervivencia, un ejemplar humano a punto de extinguirse, a caballo entre la estupidez y la valentía, o quizá no, pero la suerte me acompaña una vez más esta noche. 

 

Hago volar marcha atrás al cazador con mi hombro, al más puro estilo del rugby y pasamos por encima del cuerpo de Jenn, aturdida y tumbada en el suelo. Chocamos con la puerta entreabierta de uno de los pisos y la cruzamos forcejeando y cayendo al parquet del oscuro recibidor. Cae boca arriba y yo encima de él. Golpeo su mano armada un par de veces y logro que la suelte.

 

Busco el machete en mi cintura y lo desenfundó. Muevo el brazo con rapidez y apoyo el brillante filo en su yugular, mientras inmovilizo por la muñeca su brazo que intenta golpearme, y también su cuerpo con mi rodilla. Al entrar en contacto con el frío acero, deja de luchar, se queda quieto.

 

- Cabronazo - murmura con impotencia - deberías estar muerto.

 

- Me alegra decepcionarte - comprendo de quién se trata, recordando la pelea de la noche anterior.

 

- Y tú deberías de haberlo comprobado - prosigo con regaño.

 

- Ahora ya todo da igual - predice entendiendo la situación - Habíamos conseguido a la chica y estábamos en el camino de conseguir la cura a la infección mundial que nos destruye lentamente, pero lo has estropeado todo...

 

Le canto en voz baja.

 

- Si te ha pillao la vaca jodete, jodete... - me incorporo despacio sin dejar de observarlo y me despido.


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