LA SEMEJANZA DE UN PASADO

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Concurso #historiasdeEuropa, organizado por Zenda e Iberdrola LA SEMEJANZA DE UN PASADO Mi nombre es Irene, vivo en La Comunidad Valenciana y el diario que he decidido escribir es para que en un futuro sean mis hijos, si llego a tenerlos, quienes conozcan de mi propio puño y letra, la experiencia que tuve en Italia, cuando fui a estudiar… Abrí mi portátil y comencé la búsqueda, solo me quedaban unos días para enviar la solicitud que me ingresaría, de ser aceptada en la universidad. Accedí a la búsqueda, poniendo el nombre de la que mi prima me había recomendado, la de Catania… La Universidad de Catania, fundada en 1434, es la universidad más antigua de Sicilia y la número 13 en Italia, con aproximadamente 62.000 estudiantes, —leí ilusionada, en la página de Internet. Me fascinan esos lugares llenos de magia e historia, ojalá sea aceptada, pensé, mirando al techo y mordiendo el bolígrafo que no usaba, pero que en esos momentos de fascinación mental hace tanta compañía. Mientras rellené el formulario y lo envié por correo electrónico, hice planes para el viaje y mi futura estancia en la universidad, —seguro que me adaptaré bien, me decía, mientras pulsé la tecla y dejaba que mi correo viajase seguro por la red hasta su destino. Saqué de la maleta un jersey fino que tenía ya guardado, esa noche me haría falta, las noches en Valencia y al lado del mar no se correspondían a aquel verano. Era mi penúltima fiesta, nunca hay que decir la última, trae mala suerte, a pesar de que la mía, con aquel viaje, ya estaba echada. — ¡Qué lástima dejar el grupo! Me dije, seguro que los echaría de menos, eso era obvio, pero me iba convencida de que no había nadie especial entre ellos. Una beca de Erasmus concedida la tengo que aprovechar, ¿no siempre entre tantos aspirantes se tiene la oportunidad de ir a Italia a estudiar y a la vez, por qué no?, a disfrutar de unas merecidas vacaciones. Tratando de convencer a mis sentimientos de que en Valencia no dejaba ninguno. Luego pensé que mi libertad me brindaría la oportunidad, y recuerdo que sonreí al plantearme qué tal vez podría darse la ocasión de conocer a un chico amable, que me hiciese de guía en mis primeros días en Sicilia. El día esperado, había llegado, estaba nerviosa, terminé de meter en la bolsa de viaje mis llaves de casa, para luego sacarlas, deduciendo, que allí no me iban a hacer la mayor falta. Mi madre me llevó al aeropuerto de Manises, donde embarcaría en un vuelo directo a Catania, tan solo una escala me separaría en veinticinco horas del destino deseado, el aeropuerto de Fontanarossa. Mirando por la ventanilla del avión veía alejarse mi tierra natal, las nubes quedaban atrás escondiendo el cielo rojo de un verano que terminaba para mí a mediados de septiembre. Mi ilusión crecía mientras y después de varias horas de vuelo, la azafata nos indicaba que íbamos a aterrizar. Por fin estaba en mi destino, un lugar que no conocía, pero que por lo que había leído, seguro sería de mi agrado, puede ser que hasta me enamore, me dije, en ese momento, mientras el descenso del avión producía en mi estómago un inevitable espasmo y se me encogía por el aterrizaje, y no por mis pensamientos de adolescente… Así expectante, terminaba de leer parte de aquel diario, Marta, mientras levantaba la cabeza y sus ojos se humedecían, viendo a su abuela asomada a la ventana, y sonriendo al fascinante paisaje que desde allí se veía. No era justo, negándose a afrontar que no iba a sacar ninguna información de la mente deteriorada de su querida, pero ya senil maestra. Pronto la semejanza de aquel pasado se convertiría en un futuro cercano para Marta, en unas horas volaría al mismo lugar que años atrás lo hizo ella. Tomó entonces las manos de su abuela, las acarició y las besó una y otra vez, mientras le decía… —Catania me espera abuela, volveré, espérame, vendré a por ti, te lo prometo. Irene la miraba sonriente sin saber qué le estaba diciendo, se soltó de sus manos y abrazó con ellas la cara de su nieta. Muchos hubieran sido los consejos que le hubiese dado, de no haber sido atrapada por el terrible Alzheimer y seguramente las advertencias sobre un país desconocido le hubieran venido bien, ya que nunca se supo por qué la abuela volvió de Europa embarazada. Tendría que seguir leyendo aquel diario, pero ya sería en el avión, pensó mientras besaba a la anciana y cargaba la mochila en su espalda. Ya en la puerta y apoyada en la maleta, se volvió a dar un último vistazo y encontró a su abuela de pie delante de ella, y la que, con voz clara y serena, le decía… —Serás una más en Sicilia, pero que no te engañen. Luego, le sonrió lanzando un beso infantil con un fuerte soplido para que le llegase…

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