La despedida

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(No voy a llorar, me da miedo. No quiero alarmarla ni que piense que soy insincero con ella; que mis silencios a sus preguntas ingenuas no obedecen a esos misterios inescrutables de los adultos que ella ni se molesta en entender. En esa cabecita no caben mentiras, lo sé… La quiero con toda mi alma; odiaría perderme un segundo de su vitalidad. Sus manos, su cuerpecito enclenque y esa cara de ángel que me observa desde su corta estatura abriendo como platos esos ojos tan inexpertos que escudriñan siempre mis gestos… Mi adorada nieta… ¡Dios…! ¡Qué tristeza no volver a verte!)

 ….

 

 -Abuelo… ¿estás bien?

 

 -Verás, Antonina… ¿conoces ese cuento del niño y el perro…?

 

 -No, abuelo; nunca me lo has contado… -contestó, presta a escuchar.

 

 -Sentémonos, pues… Aquí, sobre el verde…

 

 ….

 

(Cuánto echaré de menos pasear por el parque en tu compañía, disfrutar contigo entre sus veredas y vericuetos, disfrutar de los árboles estallando de sabia, pletóricos de verdor, brindando aposento al caminante con el frescor bajo sus copas… Acongoja pensar que sus hojas de otoño seguirán siendo juguete del viento sin que nunca más nuestras miradas se crucen risueñas, sorprendidas, siguiendo su errático vuelo... Y… después…, después no poder escuchar su chasquido jugando los dos pisándolas bajo nuestros pies… Y el sonido de la lluvia al caer, abrazando tu espalda al cobijo del sauce llorón…

¡Qué dolor, Dios mío, no volver a verte…!)

 

….

 

-Pégate a mí, bien cerca…

 

-… Mmm -carraspeó-... Había una vez un minúsculo país en lo más alto del cielo donde todos sus habitantes eran niños que nunca sobrepasaban la edad de diez años, pero jamás morían. Todas las chicas vestían vaporosas faldas de un frágil color pastel; jugaban alegres y hacían rotar con energía sus coloridos hula-hopps alrededor de las caderas, siendo así que eran las princesitas más felices y despreocupadas en aquel mundo de ocio y alegría…

 

-… Los chicos -continuó- también disponían de su merecido tiempo y disfrutaban tanto o más que ellas con sus propios juegos. Todos ellos, chicos y chicas, tenían una sola obligación: cuidar de la mascota que les era asignada por el Maestro Grand Père, único adulto del Reino de los Infantes Eternos.

 

-… El cometido del Maestro -prosiguió, viendo cómo su nieta estaba ensimismada pendiente de sus labios- consistía en guardar el orden entre la chiquillada y, si se portaban bien, contarles por las tardes historias de hadas, princesas, dragones y guapos héroes. Era el momento de reunirse en la Plaza de Chocolate, lugar donde todos podían disfrutar de las multicolores farolas de caramelo que rodeaban la fuente central que todos conocían como el Manantial de los Grifos de la Miel…

 

-Ohh… ¡Qué rico, abuelo…je, je...! ¡Qué rica la miel…!

 

….

 

(Esos ojos inocentes que me miran con tantas ansias de escuchar historias me enternecen… ¡Qué daría yo por cobijarlos junto a mí para siempre…! La blancura de su cara, esa barbilla respingona y la sonrisa de agradecimiento que siempre me regalas… Mi pobre niña, no quiero que se entere… No quiero que sufra…)

 

….

 

-… Como te digo, querida Antonina, cada uno tomaba a su cargo un vivaracho perrillo del que jamás debían separarse; su obligación era cuidarlo hasta su muerte con la advertencia de perder para siempre su infancia y convertirse en mortal…

 

-Ohh, vaya, abuelo… Pobre perrito -se entristeció.

 

-… No pongas esa cara, pequeña… Por mucho que le cuidara su dueño, el perrillo siempre moriría de viejo y después sería repuesto por otro… Pero esto no era en sí mismo un castigo, sino un regalo que el Maestro le hacía a cada infante para enseñarle a ser responsable y cuidar de aquéllos que la vida tienen tasada.

 

-… El secreto -continuó bajo su atenta mirada- estaba en cuidar de la mascota hasta su muerte con un sentido práctico de la vida; de esta manera aprendían a valorar su propia existencia y la oportunidad de conocer de cerca el amor; y también -¡cómo no!- el inmenso dolor que se siente cuando alguien que nos quiere, y a quien queremos, desaparece para siempre de nuestro lado…

 

-Abuelo… ¿acaso estás malito? -le preguntó alarmada, captando enseguida el mensaje-... Tú no te irás nunca de mi lado… ¿verdad, abuelo?

 

….

 

(Mi niña… Qué contraste de sentimientos…. Qué dolor sentirte ahora tan cerca y después perdernos… Qué tristeza sentir el calor de tu cariño y saber que pronto mis oídos dejarán de escucharte… Qué placer sentirlo para después perderlo por arte de ensalmo… ¡Qué maldita la vela que consume las últimas chispas de su agonizante llama…!)

 

….

 

-Claro, mi pequeña… Siempre estaré a tu lado, aunque el cielo o el infierno no lo quieran…

 

-Me asustas, abuelo… ¿De verdad no estás malito…? ¿Te encuentras bien?

 

-Oh… Bien… No te preocupes -intentando sofocar unas lágrimas atascadas en su garganta-... Sigo con el cuento, escucha, te va a gustar…

 

-…Pues -continuó, viendo que su nieta restablecía su atención-, una vez ocurrió en ese Reino algo extraordinario que obligó al Maestro Grand Père a cambiar su forma de entender las cosas. Uno de esos niños, por demás conocido con el nombre de Nino, descubrió en su mascota cierta rareza pues, por más que cumplía siglos de vida a su lado, jamás manifestaba el menor signo que indicara una muerte inminente.

 

-…Tras investigarlo y examinar tan extraño suceso con detenimiento, concluyó el Maestro que lo ocurrido con aquel can era incomprensible. Nino lo había cuidado magníficamente, pero no tanto como para hacer de su vida tan eterna como la del muchacho, y esto jamás había sucedido en su Reino; pero aún más misterioso si cabe le resultó que, al cabo de meses después, Nino enfermara, mostrando brotes febriles y mucha flaqueza, hasta el punto de que la misteriosa dolencia acabó por postrarle en el lecho…

 

….

 

(El reloj va marcando el final… Dios quiera que todo pase rápido y no me vea sufrir… Apenas me queda tiempo… Tengo que ser fuerte y no descubrirle mis miedos… ¡Galenos sin alma…! ¡Dos días de vida…! ¡Dios mío!)

 

….

 

-¿El niño se puso enfermo y se murió, abuelo? ¿No había cuidado bien de su perrito…? -soltó la muchacha asomando en sus ojos un brillo especial.

 

-Sí, cariño; así fue, por desgracia… Pero no porque Nino hubiera abandonado el cuidado de su mascota, mi vida, sino porque Grand Père despertó de aquel bello sueño y se convenció de que todo era una quimera. Aún siendo anciano, descubrió con tristeza que en su inventado reino no todo cursaba como él lo soñara, que la realidad es más fuerte que la mente, a veces más amarga que la hiel; la vida es algo misterioso que fluye frágil para todos los seres y siempre acaba por marcharse, sin mirar atrás… Soñar es extraordinario, mi pequeña, pero también engañoso, nos hace evocar la vida como uno quiere que sea, no como realmente es: inexplicable…

 

-¿Por qué lloras, abuelo…?

 

-De alegría, mi pequeña…, de alegría por tenerte a mi lado y poder contarte historias, aunque sean tan tristes como las de éste viejo…

 

-Volvamos a casa -la invitó a incorporarse, dándole un fuerte beso en la mejilla-… Tus padres nos esperan y se nos hace tarde.

 

….

 

(Mi preciado parque, mi querido sauce… ¡Maldito sea el cáncer que mata a un niño!)

 

-o-o-o-


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