La increible historia de Faustino 1

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Capítulo 1- Faustino, el payaso y el oso

Tras tres años de embarazo, Anastasia, dio a luz a un niño, al que llamaría Faustino. Nació en un entorno de pobreza y miseria extrema. Había tanta escasez de recursos en su entorno, que vino al mundo, sin calcetines y sin cordón umbilical, porque Anastasia, no podía costearse ninguna de esas dos cosas. Nada más venir al mundo, Faustino tuvo que ir a un pozo lejano, a buscar agua para fregar los platos sucios de la cena. Su madre, no podía permitirse pagar a una persona, que hiciese ese tipo de tareas. Por aquellos tiempos, era muy habitual, que los recién nacidos, llevasen a cabo infinidad de tareas, entre ellas, las de podar los manzanos, cortar los cables de alta tensión con tijeras y extraer carbón de las numerosas minas, que existían por todas partes, incluso debajo de tierra.

Con apenas una hora de vida, se dirigió con un cubo vacio en cada mano, contento y feliz hacia el pozo. Llevaba apenas recorrido catorce quilómetros, cuando de repente, un individuo vestido de payaso, apareció en el horizonte. Sintió curiosidad por aquel personaje misterioso y decidió ir a paso ligero hacia él. Los cubos, de hierro macizo, pesaban demasiado e impedían que pudiese caminar más rápido, por lo que se deshizo de ellos, pudiendo entonces, acelerar sus pasos, hacía aquel tipo vestido de payaso.

Justo cuando casi podía tocarlo, el payaso se desintegró delante de sus narices. Todo había sido fruto de un espejo o espejismo, de una alucinación alucinante. Faustino maldijo entonces, a los dioses del Olimpo, por aquella broma pesada. Perseo, dios de las rebajas, oyó la maldición y los insultos de Faustino. Como castigo, le lanzó un rayo verde y sucio, directamente a su cabeza. El impacto, le produjo un corte limpio en la zona frontal de delante de la frente y comenzó sangrar abundantemente por las orejas.

Un oso, pasaba por allí y contempló horrorizado, como Faustino, estaba a escasos segundos, de morir desangrado. El oso, puso en práctica sus conocimientos básicos de primeros auxilios y le hizo un torniquete en cada una de sus orejas. Pocas horas más tarde, se hallaba ya, sano y salvo en una cueva. El oso era tan mimoso y cariñoso, que no paraba de dar besos a Faustino, en sus tobillos. Ambos pasaron la noche en la cueva, pintando sus paredes, con lápices de colores, a la luz de una antorcha apagada. Horas más tarde, fruto del cansancio, cayeron juntos en un profundo sueño, cogidos de las manos.


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