EL TEMPLO DE KRONOMORTH (parte 1 de 3)

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Una noche en el bar de siempre, perdido entre nubes de humo y alcohol, me despertaron tocándome el hombro. Levanté mi cara de un pequeño charco de vómito que había sobre la mesa y alguien me lanzó un vaso de agua.

–¿Qué demonios hace? –grité.

–No te quejes, muchacho –dijo un hombre con voz profunda y rasposa–; me he mojado más que tú con la lluvia y no me ves sollozando por ello.

La tormenta del otro lado de la ventana parecía indicar el fin de la vida sobre la tierra. Las gotas de lluvia chocaban contra el vidrio haciendo eco en el interior de mi cráneo. La cabeza me estallaba. Abrí mis ojos poco a poco y entonces vi al sujeto que me había despertado: un gigantesco anciano cubierto con una túnica.

El hombre apoyó una gran jaula sobre la mesa, tenía forma cilíndrica con la parte de arriba redondeada, y adentro llevaba no menos de una docena de pájaros.

–¿Y usted quién es? –le pregunté.

–Tengo muchos nombres; tú sabes bien quién soy.

El anciano era descomunal, tanto que al sentarse en el sillón frente al mío ocupó por sí solo el espacio para dos personas. Su túnica de lana estaba llena de agujeros de polillas, y usaba una larga barba corroída por la mugre del tiempo. El sujeto apoyó los codos sobre la mesa y pude ver sus enormes manos llenas de heridas infectas.

–Mire, si es una especie de monje preferiría que se retirase. Ningún hombre puede ayudarme con prédicas.

–Esa es la actitud que te trajo hasta aquí, muchacho; siempre hablando de la ayuda que necesitas como si el mundo te debiera algo.

El extraño se sacó la capucha, su lúgubre aspecto era el de alguien que bien podría tener mil años. Tenía los ojos blancos, pero tuve la sensación de que me estaba viendo con total claridad.

–Veo que usted no es más que otro de mis demonios –le dije–; lo mataré con alcohol.

–¡No me subestimes, muchacho! –dijo a la vez que se ponía de pie.

En ese momento un trueno resonó en todo el bar, y el anciano pareció más grande que antes.

Los pájaros de la jaula se alborotaron, chocándose contra las paredes de alambre y largando plumas hacia fuera. El anciano volvió a sentarse y les silbó, entonces las aves se calmaron de inmediato como si hubiesen sido presas de un encantamiento. Yo también quedé mudo, y él continuó hablando:

–No puedo ayudarte en este sitio; nadie puede. La solución a tus problemas te espera en el templo de Kronomorth.

–¿Y eso qué es?

–Es un templo dedicado a todos los dioses –dijo el anciano–; buenos y malos, reales e inventados, dioses vivos y dioses muertos. Al menos eso es lo que creen algunos. Otros dicen que el lugar no está dedicado a nadie, o mejor dicho, que ha sido erigido para festejar la ausencia absoluta de deidades.

–¿Y por qué eso sería motivo de festejo?

–Porque entonces los humanos ocuparían el lugar de los dioses.

Hice una pausa para intentar digerir sus palabras. Miré a mí alrededor pero solo logré ver rostros borrosos en las demás personas. Las paredes y las mesas del bar se alejaron, perdiéndose en un vacío espaciotemporal. Me atacó de nuevo un profundo dolor de cabeza, y en el interior de mi mente escuché una y otra vez la misma frase: «La solución a tus problemas te espera en el templo de Kronomorth…, en el templo de Kronomorth…, en el templo de Kronomorth…». En ese momento el anciano se adelantó a mis preguntas y comenzó a hablar de aquel sitio:

–Fue construido hace mucho tiempo, cuando el mundo era joven y yo ya era viejo. Con el pasar de los eones los hombres lo han olvidado, y ya no existen mapas que señalen su ubicación, pero de vez en cuando alguien logra hallarlo. Algunos lo encuentran en un sueño, o se chocan con él de manera inevitable; para otros ese sitio puede llegar a estar tan lejos como el lado opuesto del mundo. En tu caso, para encontrarlo deberás hacer lo siguiente: mañana, cuando salgas de esa pocilga a la que llamas hogar, no tomes el camino empedrado de la izquierda para venir hacia aquí como lo haces siempre, ven por el de la derecha.

–Hice caso omiso al hecho de que el sujeto supiera por dónde llego al bar y seguí la conversación:

–Siempre tomo el camino empedrado pues el otro es de tierra y se llena de barro en días lluviosos –dije.

–Pues alguna vez deberías tomar el camino más difícil, ¿no lo crees, muchacho?

–Mi vida ya ha sido demasiado difícil como para complicarla más aún.

–¿Y quién dijo que la vida debe ser fácil? –preguntó el anciano–. Además no me agrada que hables de tu vida como si fuese tan difícil y la de los demás fuese sencilla. Mejor deja de decir estupideces y presta atención: una vez que llegues a la esquina del bar no dobles hacia aquí, sigue derecho por la calle de tierra.

–Pero estará embarrada por la lluvia de esta noche –dije.

–¡Lo harás aunque esté embarrada! –dijo mientras otro trueno retumbaba en el bar–. Continuarás tomando la senda más difícil cada vez que tengas dos opciones, de ese modo llegarás al templo de Kronomorth.

–¿Y cómo sabré que se trata del templo correcto?

El enorme sujeto se inclinó sobre la mesa y me respondió con una amarillenta sonrisa de dientes largos:

–Cuando lo encuentres, lo sabrás.

...

CONTINÚA EN LA SEGUNDA PARTE

www.cortorelatos.com/relato/46102/el-templo-de-kronomorth-parte-2-de-3


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