La cajera del super
Por Paul Rabook
Enviado el 12/05/2023, clasificado en Adultos / eróticos
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Ya no voy a comprar porque me haga falta nada. Solo voy para pasar por su caja. Y algunas veces no está. Y me frustro. Porque no la toca turno. Aunque he intentado saber cuando le toca trabajar para no perder el tiempo.
Para mí, pasar por caja cuando ella está son como mis vacaciones. Cuando paso, aspiro fuertemente para ver si puedo olerla. Oler sus axilas. Su vientre. Su aliento. Su vagina. Su ano. Pero no puedo. Hasta cierro los ojos. Que un día ella me preguntó si me pasaba algo. Pensaría que estaba a punto de desmayarme.
No tengo valor para decirle nada. Para decirle que me gustaría quedar con ella. Y chupar todo su cuerpo sudado, después de un largo turno de trabajo. Pero se me ocurrió una idea mejor. Meterme a trabajar en ese supermercado. Cualquier cosa para estar cerca de esas grandes tetas. De ese gran culo con ese pantalón ajustado. Que está a punto de estallar.
En ese puesto de trabajo se mueve poco. Y cada vez está más gorda. Y cada vez suda más. Y cada vez, sus grandes muslos ejercen más presión sobre su coño repleto de pelos que se mezclan con el sudor y el flujo, de estar todo el día atendiendo a clientes y poniéndose cachonda durante ocho o diez horas. Y llegar a su casa y masturbarse mientras se ducha y enjabona todo su cuerpo desnudo. Toca su clítoris con una mano y manosea una de sus tetas con la otra mientras piensa como algún guapo cliente se la folla en el cuarto de la limpieza. Le baja los pantalones únicamente a la altura de los muslos y le introduce su gran pene por el coño mientras la dobla la espalda y le acaricia el ano, con restos de sudor y heces.
No podía perder el tiempo trabajando en ese antro. Yo entré solo para una cosa. Comerme ese sabroso culo. Diossss. Como me excitaba. Me imaginaba su gran chocho sobre toda mi cara, hasta el punto de asfixiarme. Sería una gran forma de morir.
Cuando entré el primer día y el encargado me iba explicando toda su mierda, ella recorría nuestra trayectoria con su mirada. Yo no podía pensar en otra cosa. Si en ese momento, al encargado le hubiera dado un ictus, me hubiese dado igual.
Pasó el tiempo y fui cogiendo confianza con los compañeros y llegaron los tonteos. Iba a saco con ella. Quería follármela hasta reventarla y salir de ese puto infierno.
Según mis indagaciones, estaba casada, pero no le iba muy bien. Su marido ya no disfrutaba follándosela y andaba todo el día más cachonda que una perra. Seguro que se masturbaba sin parar, hasta en el trabajo.
Un día la vi un poco triste y vi mi oportunidad. Cual garrapata esperando a su víctima. La invité a tomar algo y charlar. Estaba triste a la par que cachonda. Comenzamos en un bar con un par de cervezas. No estaba acostumbrada a beber. Tras un par de rondas quiso ir a bailar a un antro latino. Benditas bachatas, cumbias y reguaetones. Su enorme culo no paraba de restregarse por mi polla. Y yo la tenía durísima. Y ella lo sabía.
Fuimos al coche para ir a otro sitio, pero ya no aguantamos más. Se me echó encima y empezó a comerme. No me lo podía creer. Mi fantasía se estaba haciendo realidad. Comencé a desnudarla. Estaba super sudada de bailar. A mí eso me excitaba sobre manera. Tenía el coño hecho agua. Entre el sudor y el flujo. Diosss, como entraban los dedos. Como una brocha en un cubo de pintura. Le quité las bragas y la tumbé boca abajo. Y sí. Por fin. Metí mi cara en su enorme culo sudado. Y aspiré con todas mis fuerzas. Que olor. Era como si hubiera muerto y estuviera en el cielo.
Pasé mi lengua por su ano una y otra vez. Se estremecía. Metí mi nariz en su recto y de nuevo aspiré. Ella comenzó a masturbarme con una mano y me corrí en cuanto comenzó el sube y baja. No pude evitarlo. No podía más. Podía haberme corrido si ni siquiera tocarme.
Esperamos un rato y cuando se me volvió a poner dura, comenzó a chupármela. Que bien lo hacía. Y ahora sí. Por fin, incrusté mi cara en su enorme chocho peludo y sudado. Y chupé y chupé. Sus muslos, su coño, su gordo vientre. Y me la follé. Y follé. Y follé. Y me corrí mientras aspiraba su aliento putrefacto de gin tonic y gambas.
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