De la serie: Algunas mujeres
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Son las seis de la mañana y te desperezas a caballo entre ese último sueño en el que ni siquiera fuiste protagonista principal y la lejana esperanza de un cambio que para ti tampoco llegará en este nuevo día, querida Elena. Miras al techo y observas con perplejidad la compleja ingeniería de la pequeña araña que ha tejido sus caprichos con perseverancia y mimo en esa esquinita de la que ha hecho su morada definitiva. Debe ser feliz, te dices a ti misma, y prometes no molestarla, dejarla vivir en paz en ese diminuto espacio del que ha hecho su particular dormitorio, cocina, salón y puesto de caza. En cierta manera te sientes identificada con el pequeño artrópodo y pagarías por conocer qué se siente al vivir por encima de unos sentimientos y emociones que no sean las del simple instinto de engullir sus presas y seguir sobreviviendo de esa forma cruenta.
Separas las sábanas de tu encamado cuerpo, aún calientes tras una noche azarosa y tan triste como todas; te incorporas y rozas sin querer el orinal de porcelana que todavía guarda con celo al pie de tu cama la mezcla de los íntimos humores excretados por el último desconocido. Maldices este sucio lugar, el tiempo que te ha tocado vivir, tu misma esencia de mujer, el no ser la araña que teje su propia residencia sin la pena de sentir ese agrio pálpito que oprime un joven pero ya quemado corazón. Tus ojos recorren los tres metros cuadrados del cubículo donde llevas expiando tu vida desde el día en que las ansias de vivir aventuras cerca de un verdadero amor por descubrir te reclamaron tu inmediata libertad.
No consigues desterrar de tu mente esos recuerdos, querida Elena, vives con ellos… Y temes que morirás con ellos…
Te vistes, te pintas y bajas al portal una vez más; como siempre, voluptuosa, mezclada en los olores de esos burdos perfumes que un día te regaló el conserje por aquel pequeño favor que le hiciste en un momento de su carnal aprieto. Traspasas esa puerta al exterior y te preparas posando tu zapato de tacón encima del primer banco que encuentras en la plaza para enseñar al mundo esas medias negras de encaje que subrepticiamente hurtaste ayer en las rebajas…
Y observas… Y estudias… Y esperas…
Y, al fin, te decides en ése que con ardientes señas demuestra desear tu cuerpo y se acerca hasta tu entorno como un gallo ansioso de pelea…
Le aceptas con recato y tomas de su brazo la ayuda hasta el portal…
Miras a tu alrededor y observas que la calle sigue llena de gentes, de bullicio, de pasiones; y rompes a llorar en tu interior porque has descubierto que la ciudad hiede y está muerta de amores, de esas bellas aventuras que soñaste libertar al lado de ese príncipe azul que un día se perdió en la oscuridad de tu pasado…
Y así tejes, día tras día, la tela de araña que te da el famélico sustento ganado a pulso de tantos falsos amores, tu cubículo, el catre y el sucio orinal donde tus recientes víctimas mezclan a diario con los tuyos sus fétidos orines.
Sabes bien de tu error, mujer de mil penas, y te sientes víctima de esas mismas telas que un día tejiste en ese rincón que hoy te encarcela…
Ya no hay marcha atrás para tus quimeras…
¿Qué será del mañana sin esa belleza que hoy te consuela...?
¿Oyes cómo trina esa golondrina cantando tus penas…?
…Y, entre charla y gresca,
entre incitaciones y miradas lelas,
con tus blancas sedas
consigues que las malas moscas
te vuelen muy cerca…
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