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Me había cautivado desde que la vi.
Su rostro tenía los atributos del ángel.
Rizos color del sol, ojos como el cielo.
Labios turgentes.
Su risa se percibía como el fluir del agua cantarina en una fuente.
Su cuerpo era tan etéreo que parecía volar aunque no carecía de extrema sensualidad.
Al caminar las columnas de su templo provocaban emoción y vista desde atrás el suave zigzagueo de sus caderas eran un tributo al movimiento perfecto.
Sus pechos, al imaginarlos descubiertos, traían a la mente un dulce sabor.
Le expresé mi amor sin tapujos.
Me rechazó sin miramientos.
Ahora la veo tal cual es.
Un adefesio.
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