Temor a la oscuridad

Temor a la oscuridad

El horror enreda los delicados hilos de la psique, jugándole subrepticios trucos que quiebran la mente. Eso aprendí personalmente, desde que solía caminar solitario en aquellas carreteras sumidas entre montañas. En ellas descubrí que cuando la luz del día comienza a morir, algo extraño acecha ansioso. Y cuando la oscuridad es completa, el movimiento de “algo” se instala constante y próximo, en ella para rebozar tus  temores, inundando de fobia el vacío que envuelve tu  espalda, dejándote el cuello como piel de reptil. Descubrí que en medio de la noche hay sigilosos pasos cuyas huellas no pueden rastrearse, y cuyo eco  atraviesan tu cabeza. Entonces te das cuenta de que apresurar tus pasos en un camino largo es inútil, tanto, como voltear atrás, porque nunca podrás estar seguro de que estas solo. En realidad, ni quieres saber de verdad, lo que podría estar detrás de cada roca, o lo que proyecta las macabras danzas de las sombras que a tu alrededor impregnan ese algo que observa fijamente, estrujando tu nervios,  negándote la paz y desbordando el estupor que estrangula tu corazón vibrante, que se ahoga desesperadamente un grito apagado que nunca sale de tu garganta, temeroso de alertar a lo que fríamente detrás de ti espera argumentando la muerte.
Y aunque la luz siempre abatirá las amenazas, tu conciencia sabe que si hay día habrá noche, y que la oscuridad vendrá sobreviviente para escudriñarte, simpre al final cada uno de los días de tu vida.