Alegrando ancianas

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Mi aventura como masajista comenzaba a dar sus frutos. Empezaban a llamarme mas clientes. O mejor dicho, clientas. Como las primeras fueron de avanzada edad, las siguientes que me llamaban eran más o menos igual, ya que se veían en los centros de la tercera edad, cafeterías que frecuentaban y demás.

A mi me daba igual. Me encantaba alegrar el día y satisfacer a mujeres bien maduras, hechas y derechas. Les daban mil vueltas a las jóvenes, que solo se preocupaban por gilipolleces. Éstas eran sabias a la par que inocentes, productos de una época más opresiva. Mujeres que habían pasado la vida en la cocina e intentando satisfacer a los gañanes de sus maridos. La mayoría de las que me llamaban ya eran viudas, con vidas tristes y aburridas. Y cuando oían de alguna amiga que su masajista traspasaba ciertos "límites" veían en mí una oportunidad para salir de esa rutina aplastante y deprimente que desembocaba en una interminable agonía hacia la muerte.

Hoy me tocaba la vecina de una de mis primera clientas. Una hermosa y gordona abuela a la que ofrecía gratis el servicio de masaje integral sensitivo. Éste incluía pechos y genitales. A la que acabé follando su enorme y canoso coño. Aun me masturbo pensando en aquella tarde. En ese olor a orín, sudor, algo de flujo y pescado podrido.

Aun no conocía a su vecina. Era la primera vez que venía.

-Hola, buenos días guapo.

-Hola señora, ¿qué tal está usted?

Me recibió en ropa interior con un camisón abierto al medio.

-Pasa pasa. Me acabo de duchar. Me he dicho que debería estar limpia si me va a manosear un joven desconocido, jajaja - dijo con un tono de estar super cachonda

-¿Dónde le viene bien que coloque la camilla señora?

-Creo que en mi habitación. En el salón, con ese ventanal, no tengo intimidad. No me gusta la idea de que me pueda ver algún vecino en ropa interior.

-Perfecto- coloqué la camilla donde me dijo. Había poco espacio entre la cama y un armario que había. El justo para poner la camilla.

-Túmbese boca abajo, por favor- le dije. Pasó de cara a mí, no de espaldas y debido al poco espacio, me rozó con las tetas en el pecho y nuestros alientos se cruzaron.

Al contrario que su vecina, mi primera clienta, ésta era delgaducha. Tenía el pelo despeinado, a media melena. Debido a su avanzada edad, unos setenta años, y a su complexión delgada, tenía la piel arrugada y caída.

-¿Nota alguna parte más tensa?¿Le duele o nota como si tuviese un nudo?- le pregunté.

-La verdad es que me gustaría un masaje del que me habló mi amiga, María Jesús, que trataba de un relajante ¿Puedes? - me dijo.

-Por supuesto. Puede elegir entre masaje relajante integral o masaje relajante sensitivo-

-¿En qué se diferencian?- me preguntó con curiosidad.

-La diferencia es que el sensitivo incluye senos y genitales y el integral no.

-Pues el sensitivo, por supuesto.

-Perfecto- le dije y me puse a la faena.

Comencé a masajear su espalda lentamente y con un poco de fuerza. Luego fue el turno de su cuello. Comenzó a gemir vagamente. Mis manos llenaban de aceite su pelo, que parecía un estropajo deshilachado.

Pasé a sus pies y subí por sus piernas llenas de varices y estrías.

-Le tengo que quitar las bragas.

-Por supuesto, cariño. Quítamelas- me dijo.

Se las quité y comencé a masajear sus cachetes. Estaban suaves y arrugados. Como un globo a medio deshinchar. Comencé a acariciar su ano, bajando de ven en cuando a su coño, humedecido ahora por el aceite.

-Dese la vuela por favor.

Ella misma tiró el sujetador al suelo y sus tetas casi caen también, cada una hacia un lado. Parecían dos gotas deslizándose. Que tetillas pequeñas y arrugadas.

Masajeé todo su cuerpo. En las tetas no estuve mucho tiempo, ya que no había mucha carne que masajear. Por fin llegó el turno a su coño peludo y canoso. Estaba cerrado, como si hubiese vuelto a ser virgen. Pero con el aceite soy un maestro para abrir coños cerrados. Como el experto en abrir almejas.

La anciana gemía de gusto y juntó los pies doblando las rodillas para que pudiera trabajar bien su coño apolillado. No parecía tener tanta agilidad.

Mi polla estaba muy dura. La miré a la cara y tenía los ojos cerrados y expresión de éxtasis. Como si se hubiese metido una dosis de morfina. Aproveché para desnudarme. Después de un impecable trabajo con los dedos, me agaché y comencé a chuparla el chocho. Sabía a aceite así que no pude saborear la esencia de esa vieja de setenta años.

Me agarró de la cabeza tirándome del pelo. - Sigue, sigue- decía.

Mientras la comía el coño le metí un par de dedos por el culo. Ella subía el pubis hacía arriba, pidiendo follada urgente.

La cogí, ya que tenía pinta de pesar poco. No como su vecina, a la que no hubiera podido coger de igual manera.

Le sorprendió algo que lo hiciera, pero se incorporó y me empujó contra el colchón, para que me tumbara. Bajó para abajo. Vi que se quitaba la dentadura y la ponía en un vaso con agua mugrosa que había en la mesilla y comenzó a comerme la polla. Dios, que maravilla. Me rozaba el glande con las encías y era como estar en el cielo. No pude aguantar. Me corrí un poco en su boca, pero cuando lo notó, se tumbó corriendo en la cama.

-No, no te corras todavía. Córrete en mi coño, por favor.

Me puse encima de ella comencé a follármela como dios manda. Me aprisionó con las piernas para que no escapara. Y no pretendía escapar, os lo aseguro. Tenía el coño cerrado, pero el aceite había conseguido que se abriera lo suficiente para que entrara mi polla. Y ahora sí que no aguanté más y me corrí dentro de ella en un orgasmo que me pareció que duró horas. Me corrí mientras miraba su cara arrugada y su boca sin dientes, en una mueca que parecía una mezcla entre placer y dolor.


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