VIDAS ENTRELAZADAS (1-4)
Por Merced 54
Enviado el 29/05/2023, clasificado en Varios / otros
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VIDAS ENTRELAZADAS
(1-4)
Su madre adoptiva le dio permiso, no antes de hacerle prometer que seguiría manteniendo contacto con ella y sus abuelos, que la querían tanto, incluso debería de llevarse guardaespaldas, ya que desde la muerte de su padre adoptivo, se había convertido en unas de las personas más rica de Rusia.
Lupita acepto con una condición. Tendrían que guardas las distancias y por supuesto ser discretos. La madre estuvo de acuerdo con todo, solo le interesaba una cosa; la felicidad de su hija y su protección.
Lupita compro dos pisos, cerca de la Basílica de Santa María. Era un edificio de cinco plantas. Ella compro los dos pisos de la última planta. Uno para ella y otro para sus guardaespaldas. Le hizo obra, abriendo una puerta donde se podían comunicar de piso a piso.
Dicha puerta debería de estar siempre abierta, donde se podrían andar con libertad, entre las dos viviendas. En la azotea mando hacer un gimnasio, donde ella como sus compañeros de hazañas, podrían ponerse en forma. Estando equipado con todo lo necesario para hacer deporte sin necesidad de ir a un gimnasio exterior.
Después de haber solucionado la vivienda, empezó a echar currículos para poder trabajar y pasar desapercibida a cualquier habladuría de los vecinos. La llamaron de una residencia a las afueras de Roma, empezando a incorporarse en su puesto de trabajo, a las dos semanas de pisar suelo Italiano.
A sus guardaespaldas les proporciono todo lo necesario, para que fueran independientes a ella, pero que a la vez pudieran seguirla y estar disponibles para lo que Lupita necesitara. Incluso les dio una tarjeta con dinero suficiente para necesidades de la vivienda, aparte para comprar información, sobre su desaparición si fuera necesario.
Mientras que uno seguía a Lupita, el otro buscaba información entre la barriada. Sin tener noticias de nada relacionado sobre su desaparición, cuando era niña. Había pasado mucho tiempo, negocios cerrados y otros abiertos nuevos. Se habían cambiado de domicilio muchos vecinos de aquellos tiempos, viniendo otros nuevos a ocupar las viviendas. Los pocos que encontraron con recuerdos de una niña perdida, solo se acordaban de Lupita, no de ninguna niña llamada Zita.
Lupita se empezaba a desanimar, a creer que realmente fue abandonada por un desarmado, por un mal padre. Aunque en su interior se resistía a creer que nadie la había querido en su niñez. Que ni su papá, ni su mamá la echaran de menos, ni un poquito. Eso la entristecía y a la vez, le daba miedo que fuera verdad.
Con el tiempo empezó a conocer jóvenes y estambrar confianza con los vecinos. Había uno en particular, que parecía, como si se conocieran de toda la vida. Se llamaba Juan, hacia poco tiempo que se había independizado del contorno familiar. Había alquilado una vivienda en la segunda planta del edificio. Era abogado y trabajaba en la Fiscalía. Cada vez que se encontraban, terminaban hablando en la entrada o en ascensor. Hasta un día quedaron para tomar algo, llegando a vincularse, una bonita amistad entre los dos jóvenes.
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