EL CIRCO DE LOS HERMANOS SIERPINSKI II (3 de 5)

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III - LOS ELEFANTES NO TIENEN LLAVES

Era una motocicleta tan magnífica que tendría una ubicación especial en la colección del más excéntrico, se trataba de una Axl Jokerson personalizada, de asiento de cuero, cuchillas a los costados y cuernos de toro sobre el manubrio.

El sol, mientras se ocultaba, iba iluminando cada uno de sus detalles en cromo. Un último destello se reflejó en el tanque de combustible color ónix, destacando la calcomanía casi infantil de una calavera atravesada por un rayo.

El hombre de los pies gigantes no sabía conducirla, por supuesto, encenderla pateando el pedal le habría resultado imposible. Aun así, la observaba hipnotizado, como quien mira un objeto que representa la libertad misma.

En ese momento llegó Gunner; un hombre barbudo de enormes brazos llenos de tatuajes, vestido con pantalón y chaleco de cuero; desabrochado, por supuesto, para que su pectoral peludo y sus numerosos collares estuviesen a la vista.

–Oye, adefesio –dijo Gunner–; ¿qué haces con mi motocicleta?

–So-solo la est-t-taba mi-mirando, señor –dijo el hombre de los pies gigantes.

–«Est-t-t-t-t-t-t-taba mirando» ?lo imitó Gunner.

El motociclista le dio un empujón que lanzó de boca al suelo al hombre de los pies gigantes, dejando claro que no era el hombre de las manos gigantes.

–¿No sabes acaso que este es mi bebé? Vuelve a acercarte y te cortaré tus horrendos pies.

Gunner se proponía animar a su compañero caído a levantarse pateándole las costillas con la técnica sutil de un futbolista cobrando un penal, cuando apareció el payaso Bongo cargando dos grandes cubetas con agua:

–Aquí está el agua, señor.

–¿Para qué me traes el agua, esperpento? Te dije que le pusieras agua al elefante y trajeras aceite para mi motocicleta.

Bongo hizo una pausa; al payaso más tonto del circo le costaba mucho trabajo darse cuenta de las cosas. Luego sus ojos, que cargaban la tristeza de mil despedidas, llegaron por fin a la orilla de un mar de lágrimas mientras el rostro de Gunner se volvía más agresivo que de costumbre:

–¿Qué has hecho, payaso? –gritó el motociclista– ¿Le diste de beber aceite al elefante?, ¿estás loco o qué te pasa?

Bongo dejó caer los baldes y corrió hacia donde estaba el proboscídeo, mientras Gunner y el hombre de los pies gigantes lo seguían.

Llegaron tarde, el enorme animal había bebido el aceite y cayó al suelo dolorido a causa de la intoxicación.   –¿Cómo puedes cometer semejante estupidez, esperpento?, ¿acaso te falta un tornillo?

Gunner se acercó al elefante y le dio un puntapié en la oreja para ver si reaccionaba, pero éste apenas emitió un lastimero gemido. El motociclista miró de nuevo a Bongo y continuó con los improperios, uno menos reproducible que otro; sin embargo, “Te falta un tornillo” fue el que más le dolió. Mientras tanto, el hombre de los pies gigantes se quedó parado en silencio –como de costumbre–, contento de no ser él quien recibía los insultos. Suena irónico, pero el hombre de los pies gigantes era pisoteado por todos.

–Solucionen esto, par de imbéciles. Vayan a hablar con el hombre de diez cabezas. Díganle que habrá que adelantar su acto.   Gunner se retiró y, al pasar junto a Bongo, lo chocó con el hombro tirándolo al suelo, justo donde el elefante había dejado algo más que unas huellas.

En aquel momento estaban los payasos haciendo un interludio humorístico antes de la entrada del elefante Carl. Luego sería el turno de la función del hombre de diez cabezas.

“Esperpento” (también conocido como Bongo) se quedó limpiando su traje mientras “Adefesio” (también conocido como el hombre de los pies gigantes) iba al tráiler del hombre de diez cabezas para decirle que su momento frente al público se había adelantado.

El tráiler del hombre de diez cabezas estaba vacío, allí no había ni una de sus cabezas. El hombre de los pies gigantes no tuvo otra opción que hablar con los hermanos Sierpinski, así que corrió a buscarlos tan rápido como sus deformados pies se lo permitieron.

El payaso Bongo aún estaba limpiando su traje cuando Gunner regresó a su lado:

–Oye, esperpento; necesitaré tu ayuda para montar la jaula.   Parte de su acto era realizado dentro de una enorme jaula esférica fijada a una estructura que le servía de base.

–Sí, señor –dijo Bongo.

Luego, Gunner tomó al payaso del moño y le acercó la cara a la suya:

–Pero no cometas otra de tus estupideces, esperpento. Otro error y te mataré.

IV - LOS MUERTOS NO CUMPLEN CON SUS AMENAZAS

El hombre de los pies gigantes llamó a la puerta del tráiler de los dueños del circo, y éstos tardaron mucho en atenderlo. Suena irónico, pero el hombre de los pies gigantes jamás pisó fuerte en el circo de los hermanos Sierpinski.

–¿Qué quieres, adefesio? –dijo al fin la voz de Lara Sierpinski desde el otro lado de la puerta.

–El elef-f-f-fante… Bo-Bo-Bongo, señor... se-señora… –el hombre de los pies gigantes hablaba a tropezones, sin embargo, su condición de tartamudo le permitía pronunciar con claridad las frases que usaba a menudo; siendo el caso de su temeroso “sí, señor”, su lastimero “perdone, señor”, o su resignado “lo que usted ordene”.

Lara siguió insultándolo:

–Habla bien, subnormal, que no se te entiende.

...

continúa en la parte 4.


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