EL CIRCO DE LOS HERMANOS SIERPINSKI II (5 de 5)
Por Federico Rivolta
Enviado el 31/05/2023, clasificado en Terror / miedo
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V - LA LUZ TIENDE A CEGARNOS, SIN DEJARNOS VER LO OBVIO
«Damas y caballeros, niños y cadáveres,
hagan silencio, por favor.
Hoy me place el anunciarles a este último artista.
Algunos lo llaman mago, otros, ilusionista.
Él vino de muy lejos,
con trucos nuevos y trucos viejos.
Es el amo del misterio, el señor de los hechiceros…
Con ustedes… ¡el gran Rajesh!»
Las luces cubrieron por completo el escenario descubriendo la presencia de Rajesh y la súbita ausencia del presentador. Fue como si la oscuridad se hubiera llevado a uno y la luz trajera consigo al otro.
Rajesh estaba vestido con coloridas telas y un enorme turbante. Sus ojos oscuros delineados hacían helar la sangre de quienes lo miraban. El mago miró a uno de los payasos que no se había retirado aún del escenario, y éste cayó al suelo. Cayó muerto, aunque el público rio creyendo que había sido un desmayo fingido.
Para su primer acto Rajesh se quitó el turbante y de allí comenzó a sacar pequeños animales que, con un chasquido de dedos, hacía desaparecer. Primero hizo desaparecer un ___________, luego, antes de que el público pudiese comprender cómo pudo efectuar semejante acto, hizo que una ___________ se esfumara de la vista de todos. Al final, con un rápido movimiento de manos, hizo desaparecer un ___________ entero. El público aplaudió, pero pronto Rajesh alzó la mano para detenerlos:
–Para el próximo acto necesitaré una voluntaria –dijo.
Luego clavó la vista en una mujer de cabello negro y lacio que no alzó la mano. Ella habría preferido no aceptar la propuesta, pero la mirada del mago le resultó irresistible.
–¿Crees en la magia, jovencita? La mujer ya no era ninguna jovencita, pero la mística que envolvía al mago hacía sentir como un niño a todo aquel que lo mirara.
–Estuve enamorada, pero mi novio me dejó hace unos días y por eso vine sola. Así que mi respuesta es no; ya no creo en la magia.
Todos rieron, todos excepto Rajesh, a quien nadie le conocía la risa.
La mujer se acercó al escenario y el ilusionista miró hacia un costado, en donde había varios payasos ayudantes, y una de las payasas salió corriendo.
Dos payasos le acercaron una caja apoyada sobre una mesa con ruedas, y luego se retiraron temblando de miedo. La caja era de madera, y estaba pintada con figuras demoníacas de estilo medieval. Allí podían verse a Astaroth, al Wingakaw, a Azazel, y a otros demonios igual de execrables.
–Denle un aplauso a Sabrina –dijo el mago. El público aplaudió. –No le dije mi nombre... –dijo la señora–, ¿cómo supo que…?
–¡Silencio! –dijo Rajesh– Entra en la caja.
Sabrina entró en la caja y el mago la cerró. La mujer sacó la cabeza por un agujero ubicado en un extremo. Luego sacó las piernas por dos orificios más pequeños, ubicados en la cara opuesta del artefacto. El misterioso hombre de la India cerró la tapa y la mujer tragó saliva.
–Tranquila –dijo Rajesh–. No te va a doler; no por mucho tiempo.
Tomó entonces un sable y lo hizo girar en el aire. Luego, sin pérdida de tiempo, lo clavó en el medio de la caja, donde se encontraba el corazón roto de Sabrina.
El sable se clavó hasta la empuñadura, y la dama emitió un grito sordo. Pronto comenzó a largar sangre por la boca y la gente aplaudió con fuerza. El ilusionista tomó otro sable y también lo clavó en la caja, apagando más aún los gritos de la ayudante.
Clavó un tercer sable y luego un cuarto, y la sangre comenzó a gotear de la parte inferior de la caja.
El público no sabía si seguir aplaudiendo o no. Entonces un payaso le alcanzó un largo serrucho al artista y éste lo mostró a las gradas. La hoja de metal brilló para todos, luego, ante los miles de rostros atónitos que no parpadeaban, apoyó los dientes de la sierra sobre una ranura que tenía la caja justo en el medio. Comenzó a serruchar, y el cadáver se movió a causa de unos últimos reflejos que le quedaban.
Cuando terminó de cortar, Rajesh dividió la caja en dos. No lo hizo como lo hacen los ilusionistas (sin mostrar el centro a los espectadores); él dejó que todos vieran los intestinos de Sabrina desparramarse en el suelo.
De pronto una explosión de humo cubrió la escena.
El público gritó al unísono:
–¡Oooh! Al momento en que la humareda se disipó, pudo verse a Rajesh junto a la mujer, que estaba de pie y sin un rasguño. El público ovacionó al artista, y Sabrina regresó a su asiento. No era la Sabrina original, por supuesto, se trataba de una payasa que se puso un atuendo similar y usaba una peluca negra. La Sabrina original estaba sirviendo de alimento para los leones.
Rajesh hizo una reverencia mientras el presentador llegaba. El hombre del traje a rayas se paró en medio del escenario y los payasos comenzaron a preparar los materiales para el acto final.
«Damas y caballeros, niños y lectores, hagan silencio por favor».
Y todos hicieron silencio.
«Ha llegado ya la hora del cierre de la velada.
Lo que han visto hasta el momento, créanme, no ha sido nada.
Esta actuación es en verdad sorprendente:
el poderoso Rajesh está por jugar con sus mentes.
Contemplen el último acto, que es un gran recordatorio
de que la luz tiende a cegarnos, sin dejarnos ver lo obvio».
Rajesh tomó un báculo con ambas manos y lo elevó en posición vertical. El artefacto arcano era de madera tallada y hueso, y parecía tener cientos de años. El mago sujetó con firmeza el cayado y golpeó la base contra el suelo a la vez que pronunciaba el conjuro: “¡Irom suná!”, provocando un destello que dejó inconsciente a toda la audiencia.
Todos tuvieron la sensación de que el destello duró unos pocos segundos, pero en realidad se prolongó durante horas. El público permaneció hipnotizado mientras el ilusionista recitaba un pasaje tras otro de un antiguo libro escrito en sánscrito.
Rajesh hizo una última reverencia y todos aplaudieron mientras poco a poco iban saliendo del trance. Se retiraron asombrados, felices, diciendo que jamás habían visto espectáculo más increíble. Los adultos decían que irían al espectáculo al día siguiente, y los niños saltaban de alegría, soñando con unirse al circo de los hermanos Sierpinski. Esa noche los padres arroparon a sus hijos mientras les prometían que los volverían a llevar al circo.
A la mañana siguiente, decenas de primogénitos no bajaron a desayunar con sus familias. Al ir en su búsqueda, los padres encontraron las camas vacías y las ventanas abiertas. Las madres salieron a las calles a llamar a sus hijos, pero sus nombres se ahogaron para siempre en sus gargantas.
Todo el pueblo se dirigió al Parc du Prince en busca de señales, pero el lugar estaba vacío. Solo encontraron el césped maltratado por las ruedas de camiones y las pisadas del elefante. El circo de los hermanos Sierpinski ya no estaba allí; las carpas, los carros, las jaulas de los animales…, todo había desaparecido antes del amanecer. Parecía un circo normal; si se puede decir eso de un circo.
FIN
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