EL DEMONIO EN EL LIENZO (2 de 4)
Por Federico Rivolta
Enviado el 07/06/2023, clasificado en Terror / miedo
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–Es obsceno pero encantador –dijo una señora obesa de tapado blanco.
–Jamás vi nada igual –dijo un anciano de galera–, es como si me mirara al centro del alma y me quemara desde adentro.
La grotesca entidad los invitaba a sucumbir ante la lujuria y la pereza; una oferta para ilusos que pretenden obtenerlo todo sin esfuerzo alguno, una oferta para condenarlos a un destino catastrófico que estará firmado en sangre desde el principio.
A nadie le fue indiferente la obra de Nikolai Kolmogorov, mucho menos a los críticos. Al día siguiente, todas las notas de diario y televisión que hablaron de la exposición, mencionaron al artista y a su demoníaca pintura. Luego de la exhibición, Nikolai comenzó a recibir numerosas ofertas de trabajo. Su teléfono, que parecía haber estado desconectado durante meses, había vuelto a cortar el silencio que tanto incomodaba a Ivana. Varias personas llamaron interesadas en comprar su famoso Astaroth, hasta que le vendió la pintura a un músico llamado Roger Blatt, baterista de una banda de blues.Días más tarde, Roger Blatt salió en las noticias cuando fue encontrado muerto en su hogar. Nadie mencionó al cuadro que había comprado, pero en una fotografía publicada en un periódico se lo podía ver hecho añicos. Los forenses encontraron grandes cantidades de droga y alcohol en la sangre del baterista, y todo a su alrededor parecía indicar que allí se había llevado a cabo un ritual y una orgía, pero no lograron determinar la causa de su muerte.
** EL WINGAKAW **
Faltaban dos meses para la exposición en el Museo del Parc du Prince, y Nikolai recibió una invitación especial. Fue nada menos que el director del lugar quien lo llamó para convocarlo. El hombre aprovechó la ocasión para felicitarlo por las telas que publicó en la Galería Nacional de Arte, y hasta le confesó que, desde que vio el retrato del demonio, volvió a verlo varias veces en sus sueños. Le dijo que le otorgaría un salón entero del museo para que expusiera sus lienzos, y antes de despedirse le pidió que llevara, si era posible, alguna obra del mismo estilo que la de Astaroth.
–Estoy pintado un cuadro sobre un demonio del bosque –dijo Nikolai–. Es mejor que todos mis cuadros anteriores. Se llama “El Wingakaw”.
El director quiso seguir con la conversación, pero el pintor ya había colgado el teléfono para regresar al altillo.
El nuevo cuadro era sobre un monstruo al que le salían numerosos tentáculos de la espalda. Tenía varias hileras de colmillos filosos como espadas, y una lengua bífida que daba la sensación de que se estaba sacudiendo. Junto a la entidad había unos nativos rezándole, pero él no parecía oír sus plegarias, pues los asesinaba mientras hacía arder su aldea en llamas.
Nikolai terminó el retrato del segundo demonio y la contempló con una sonrisa que, si no fuera porque la suya tenía solo una hilera de dientes, habría sido igual a la del Wingakaw.
La noche de la exhibición llegó y miles de personas se congregaron en Parc du Prince esperando la apertura del museo. Entre la muchedumbre estaba Nikolai, deseoso de sorprender a todos con su nuevo cuadro. Ivana estaba junto a él, orgullosa de su esposo, pero el pintor había envejecido tanto que todo aquel que los veía juntos asumía que se trataba de su hija.
Las luces del parque se encendieron poco a poco. Rayos de caminos concéntricos bordeados por faros de hierro iluminaron el lugar con sus esferas de vidrio. Parecía que se trataba de un día soleado.
Las señoras comenzaron a impacientarse; algunas debido a las creaciones que verían en la exposición, otras porque estaban ansiosas por mostrar sus vestidos ajustados y peinados de peluquería. Los hombres también se pusieron nerviosos; algunos debido a que se encontrarían con impresionantes creaciones jamás vistas, otros porque sabían que pronto llegaría el momento de impresionar con sus supuestos conocimientos de arte a las señoras de vestidos ajustados y peinados de peluquería.
El museo, que solía estar descuidado durante la semana, cobró vida para aquella ocasión especial. En la entrada colocaron una alfombra roja que ascendía por las escaleras de mármol. Los pisos de granito estaban relucientes, y las molduras de las paredes habían sido limpiadas a mano sin olvidar detalle.
El público quedó fascinado por las obras allí exhibidas. Una pintura que llamó mucho la atención fue la de un pintor que se había suicidado luego de terminarla, o mejor dicho, la pintura en sí era una mancha de sangre que había dejado tras darse un disparo en la cabeza. Dentro de las esculturas, la más visitada fue “Diario de un mimo”, una obra de un hombre que se corta su propia lengua, convirtiéndose así en el mimo perfecto. Fueron muchas las creaciones de vanguardia que sorprendieron en aquella velada, pero ninguna fue comparable al retrato del demonio del bosque: “El Wingakaw”.
Las llamas en el lienzo se reflejaban en las pupilas de quienes las contemplaban, los llantos de los nativos kiokees eran desgarradores, y el demonio en el centro no hacía otra cosa que mofarse de la fe y las religiones.
Durante la exposición, algunos artistas fueron subiendo a un estrado para hablar sobre sus obras, y el más aclamado fue Nikolai Kolmogorov.
Todos querían saber el significado de su cuadro, aunque en el fondo de sus seres ya tenían la respuesta. Cuando llegó su turno de hablar frente al público, fue ovacionado.
El canoso autor tomó el micrófono. Casi no se lo veía desde atrás del estrado debido a que estaba encorvado y ni siquiera alzó la vista para mirar a la audiencia, solo se limitó a decir su discurso de mala manera:
–Los nativos kiokees de América del norte creen en un dios llamado “El Wingakaw”. Él es un ser superior a los hombres y por lo tanto no podemos comprender su manera de actuar. En la pintura hice a los kiokees rezándole mientras él los devora. Muchos no entienden por qué le rezan a un dios que luego los mata. Sucede que los dioses no están para cuidarnos, los dioses no se interesan por nosotros. Ellos nos matan y nos dejan vivir del mismo modo en que nosotros matamos o dejamos vivir a una hormiga. Esto no los convierte en malos. Aquellos que creen en un dios justo y generoso no se dan cuenta de que dejarnos solos es mejor que protegernos, pues somos entonces nosotros mismos los dueños de nuestras acciones y de nuestros destinos. Es por eso que, al igual que los kiokees, yo creo en el Wingakaw.
Nikolai dejó el micrófono y se retiró sin despedirse ante el silencio de todos los presentes.
Pocos días después, en una subasta, la obra fue comprada por un excéntrico magnate. Dos semanas más tarde, aquel millonario viajó a América del norte sin explicar el motivo, y nadie volvió a saber de él.
...
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