Cuando me cargaron la fisiología de tercero, todo hacía suponer que tendría que repetir el curso, por haber superado el cupo establecido para pasar a cuarto. Y no lo entendía. Había estado una semana entera preparándola. Al principio a base de Coca- Cola, y luego le quité la "cola" a la Coca, dejándola en "coca" sola. Una capacidad de aprendizaje tremenda, con un desarrollo exponencial de mis aptitudes corrientes. Sabía más que el profesor de la materia. De ochenta y siete alumnos, sólo la pasaron catorce, con lo que era normal en cierto modo el suspenso. Pero a mí no me amilanó aquella estadística, y me presenté en el departamento a formular la reclamación oportuna.
El profesor, muy amable, me explicó por qué tenía un cuatro en lugar de un cinco, analizando pormenorizadamente mi examen. En ese momento caí en que una cosa era la sensación interna y otra la realidad, lo que me indujo a cambiarme, con aquella conclusión, de especialidad. Me haría psiquiatra en lugar de traumatóloga, como tenía previsto.
El único error fue que le expliqué el asunto a una compañera de piso- también suspensa en "fisio"- como dijéramos-, y la noticia corrió por todo el claustro, hasta llegar al profesorado. Y así fue cómo la traumatóloga que una había proyectado terminó no en psiquiatra, sino en enfermera. De Salud mental, bajo la dependencia de mi antigua compañera.
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