Cenábamos- hablo en plural mayestático, como el Papa-, en un burguer del centro de Kapital, cuando apareció, sin el cristal, una señora, que uno sólo había visto en televisión, de las que su presencia se evidenciaba en forma de busto estilizado parlante. Quizá era aquel el encuentro que nuestra visita a Kapital quería propiciar. Era como traspasar el cristal, sin ningún tipo de procedimiento expeditivo. La expresión anterior me hacía pensar que había como dos tipos de personas: quienes gozaban de dos vidas: la "intra espejo", y la de los que nos teníamos que conformar con la segunda de las manifestaciones; es decir la exterior.
Después, de regreso al cubil de la pobre pensión que me podía permitir, pude apreciar mi olor corporal, impregnado en el habitáculo, que me resultó como una bofetada metafísica y existencial: ello no obstante de tener abierta la ventana- que daba a un patio interior repleto de tendederos y de conversaciones verdaderamente reales; conversaciones que yo sólo había apreciado en Kapital. Palabras que te conectaban a la vida por reflejar los problemas de una realidad solamente sospechada.
Ahora miraba hacia el exterior, dentro de aquel centro de comida fast food, instalado en el tópico televisual; en aquella ciudad donde parecía que estuviera al alcance de la mano la vida real.
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