GUERREROS DEL SOL NACIENTE (2 de 2)
Por Federico Rivolta
Enviado el 16/06/2023, clasificado en Intriga / suspense
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Hace mucho tiempo, cuando el mundo era joven y yo ya era viejo, existió un hombre que vendió su alma al Diablo. Desesperado, una noche se paró frente al espejo iluminado solo por una vela, y espero durante horas.
El espejo le devolvió oscuridad, hasta que de pronto sus ojos se reflejaron furiosos. Eran de un color amarillento, como los de un animal. No se trataba ya de sus ojos; eran los de alguien más.
–¿Por qué me molestas? –dijo la criatura al otro lado del espejo– ¿Qué es lo que quieres? El hombre le explicó que amaba a una mujer, y que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de recuperarla. El Diablo le dijo que ella regresaría a sus brazos, pero que a cambio debía entregarle su alma para siempre.
A la mañana siguiente ella apareció en su puerta y le dijo que lo amaba. Fue un milagro, un milagro del Diablo; pues Dios no es el único que hace milagros. Sin embargo, cuando se abrazaron, el hombre no sintió lo mismo; no sintió nada. Esa noche, mientras ella dormía a su lado, él corrió despacio su brazo y fue de nuevo hasta el espejo. Prendió la vela y esperó otra vez durante horas hasta que el Diablo volviera a aparecer.
–¿Por qué me molestas ahora? –dijo la criatura al otro lado del espejo– ¿Qué es lo que quieres?
–No la amo –dijo él–. Creo que me he equivocado.
–Claro que no la amas, imbécil –dijo el Diablo–, ¿acaso olvidaste que ya no tienes alma?
–Esas cosas suelen suceder –dijo Jessica?. No me refiero a lo de vender el alma al Diablo, sino a lo de enamorarse y desenamorarse.
–Es cierto; eso pasa a menudo. Todos creen que sus amores durarán por siempre, y sin embargo luego de que terminan, las personas se vuelven a enamorar de otras. Esa es una de las características más bellas y horrendas que tienen los humanos.
–Yo amo a Jesús y amo a otro hombre –dijo la hermana–. Pero así como hay gente fuerte que puede superar los obstáculos y seguir adelante en busca de su destino, hay otros como yo. Algunos nacen para ser reyes y otros para ser peones.
–Pues si te fijas bien, notarás que el rey y el peón están hechos de la misma madera. Y respecto a esto, te contaré la última historia de hoy:
Hace mucho tiempo, cuando el mundo era joven y yo ya era viejo, existió un maestro oriental que era venerado y temido por sus alumnos. Los jóvenes acólitos hacían cualquier cosa por ser aceptados como Guerreros del Sol Naciente, y los métodos del anciano para decidir quién era aceptado y quién no, parecían volverse cada vez más caprichosos.
El maestro pasaba el día entero meditando en el templo, observando caer las flores blancas y rosas de los cerezos. Tenía muchos enemigos, quienes podrían haber atravesado las paredes de madera y papel sin dificultad, pero nadie se atrevía a enfrentar la ira de su espada.
Una tarde, un joven guerrero regresó de su última prueba y le dijo al maestro:
–He llegado a tierras que pocos hombres se han atrevido a visitar. Atravesé valles con escasos alimentos y bebiendo pocos sorbos de agua al día. Escalé colinas empinadas utilizando mis manos desnudas. Me he aferrado a la tarea con botas desgastadas, trepando con uñas lastimadas por la roca. Estoy listo para ser un Guerrero del Sol Naciente. El anciano se paró y se acercó a su discípulo, luego negó con la cabeza en absoluto silencio.
–Le suplico que me acepte como miembro –continuó el aprendiz–. Ese es mi mayor deseo, Maestro.
Aún sin decir palabra, el anciano sacó su sable y en lo que dura un parpadeo le cortó la cabeza al joven, la que rodó hasta la puerta.
Al día siguiente un nuevo alumno regresó de la prueba final y se dirigió al sabio:
–He llegado a tierras que pocos hombres se han atrevido a visitar. Atravesé valles con escasos alimentos y bebiendo pocos sorbos de agua al día. Escalé colinas empinadas utilizando mis manos desnudas. Me he aferrado a la tarea con botas desgastadas, trepando con uñas lastimadas por la roca. Estoy listo para ser un Guerrero del Sol Naciente.
El anciano se paró y se acercó a su discípulo, luego negó con la cabeza sin decir palabra.
–Apreciaría que usted me aceptara –continuó el aprendiz–, pero el saber que tengo méritos para ser un miembro es suficiente recompensa para mí. Así que haga lo que quiera, Maestro.
–Te felicito –dijo el anciano–. Es un honor recibirte como miembro.
Jessica había quedado sin aliento desde que escuchó la parte en que el maestro le cortó la cabeza al primer aprendiz, y no pudo evitar preguntar al respecto:
–¿Por qué asesinaba a sus discípulos? Entiendo que no eran dignos de formar parte de su legión por no tener fe en sí mismos, pero no era necesario que los matara. ¿O los mataba por pedigüeños? De todas maneras no entiendo por qué inventa historias como esa.
–¿Y quién dice que yo inventé las historias?
–Igual no está mal que los alumnos quisieran ser aceptados; es bueno pertenecer a algo, a algo más grande que uno mismo. –Hay muchas maneras de pertenecer a algo.
Jessica se alejó del borde, estaba agotada de tanto sufrir, y comenzó a sentir que no tenía ni fuerzas para suicidarse. –Intenté ser buena y no pude, soy una fracasada. Ni siquiera soy capaz de matarme, y aunque lo lograse…, el suicidio es pecado, ¿verdad?
–El problema no es fracasar, sino darse por vencido. Respecto al suicidio…, no es tan fácil de juzgar. De todos modos yo no vine a evitar que te suicides, sino que comentas un pecado mucho mayor: el de matar a tu hijo.
Jessica se tocó el vientre y miró hacia abajo sorprendida. Poco después miró de nuevo hacia el frente y el enorme anciano ya no estaba allí.
FIN
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