El ambiente del local era áspero y espeso, como si restos de pelusas de almohadas heridas flotaran en el aire que se respiraba. Una luz amarillenta colgada de un techo perdido en las sombras y la campanilla de la puerta, los únicos detalles con que contaba aquella especie de vetusto sanatorio. Por lo demás, estaba completamente vacío.
Desde un largo pasillo venía un hombre con la cabeza gacha, haciendo anotaciones rápidamente sobre una vieja libreta de espiral. No le pude poner edad a ninguno de los dos.
Sin levantar la cabeza se dirigió a mí con un escueto «¿Qué desea?»
Extraña pregunta, como si ahí hubiera algo que te pudieras llevar a gusto a tu casa.
«¿Cuanto cuesta reparar una fractura del alma?» –conseguí preguntar.
Levantó por fin la cabeza. Seguía sin poder determinar su edad. El hombre, con el rostro impasible de quien ha visto tanto que ya no espera sorpresas, me respondió:
«Depende. No son lo mismo las fracturas limpias que un roto sobre roto.»
Eso me dijo el reparador mirándome de hito en hito, como calibrando cual sería el estado de la mía. Me dio vergüenza aceptar delante suyo que lo mío era el "roto sobre roto", así que me callé y despidiéndome con un lacónico «gracias» salí de nuevo a la calle. El aire húmedo tras la lluvia me pareció fresco y limpio en comparación. Me pregunté cuántas almas resquebrajadas andarían sin reparar por la ciudad.
@Serendipity
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