Descubrimos un telescopio cuántico que tenía la capacidad de observar las estrellas más lejanas. Empezamos por nuestro sistema solar y avanzamos hasta Próxima Centauri y las más cercanas.
Pero a medida que el telescopio ampliaba su búsqueda, las estrellas iban desapareciendo. Los mapas siderales que se habían hecho en la Tierra mostraban luces fantasmagóricas, que aún venían hacia nosotros. La observación del telescopio se había cruzado con los últimos fotones de las estrellas que viajaban hacia nuestro planeta.
Pero allí, si había algún allí, no había luz; no había cuerpos celestes, el telescopio sólo captaba vacío; no había mundos que descubrir, ni alienígenas que observar.
Entonces decidimos continuar con la observación hasta más allá, atravesando el vacío, a dónde llegara la capacidad visual del super-telescopio.
No pasó mucho tiempo y empezaron a manifestarse estrellas y galaxias lejanas, o por lo menos, la luz que habían sido en algún momento.
Poco a poco la visión fue adentrándose en una galaxia y, sobre todo, en algo que parecía un planeta parecido al nuestro, azul y rodeado de atmósfera, agua y continentes; siguió la visión acercándose a unas montañas y en un determinado momento, comprendimos que aquel lugar era nuestro observatorio, dónde estábamos nosotros y el super-telescopio cuántico...
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