Del “Libro de las voces silentes. Evento Tercero: El Manantial”
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Hoy, no se sabe cuántos siglos después de su alumbramiento en un recóndito rincón de la bella Gea, El Manantial por donde la Vida fluye ha callado su fragor un instante para tomarse un receso y pararse a pensar. El reloj del Tiempo se ha suspendido para darle la oportunidad de decidir si cerrar para siempre sus ojos o seguir exudando de la piadosa Madre las gotas de sangre que después mezclará con el barro en ambas orillas del cauce, moldeará con polvo de estrellas y dejará que parpadeen a su libre albedrío para unirse entre sí y dividirse a su antojo en otras porciones menores que, a su vez, a fiel semejanza de una fugaz idea, pero cierta y apenas perenne, repetirán el círculo hasta que el Tiempo calle.
El surtidor de Vida se vence al tortuoso cauce, apenas perceptible para casi todas ellas, y contempla cómo algunas de sus lágrimas se evaporan de pronto y cambian en cúmulos nimbos de múltiples tonos; y, tras los estruendos de un trueno que anuncia el caos de las lluvias, acaban derramando su almacenado furor en esa apartada sima de oscuros rincones donde, tras filtrarse durante muchos siglos, renacerán para fluir de nuevo por sus lagrimales.
El Manantial lo intenta y reinventa una y otra vez a esos seres, una vez reciclados; al principio, felices e inocentes figuras cuya esencia surge de las impenetrables sombras de sus oquedades, de la sangre incolora que escapa por tan grave herida, hasta que su miedo al fracaso consiga dejarla exánime, tan reseca y péndula como los dulces pechos de su vieja y adusta tatarabuela, La Creación.
Ahora, después de un corto descanso, despierta y le pide al Tiempo un poco de calma: “... el Hombre quizás algún día se reinvente a sí mismo sin necesidad de ella y llegue a entender la razón de la Vida, de que todo es Uno, y Uno es de todos...” -se dice.
Restriega sus ojos con cierta esperanza, exprime sus lágrimas, rellena de nuevo los cauces del río y hace bullir con fragor sus transparentes aguas manando otras nuevas ánimas que, asustadas, buscan nadar y salvar su regalada existencia entre el terrible trueno de las tormentas y el dulce sonido de esas plácidas corrientes de las que absorberán sus primeras ideas y la razón de sus vidas… si así lo desean.
El Manantial llora en cada momento del tiempo nuevas ilusiones, trazando esos verdes cauces por donde los cuerpos navegan sin necesidad de vientos y entrecruzan sus caminos entre misteriosas balsas y bifurcaciones.
Pero quizás un mal día, ese manantial, harto de sufrir tantos desalientos por confiar en ellas, deje de llorar sus benditas aguas, resequen los cauces y abandone en el polvo a unos hombres completamente vacíos hasta que sus egos y odios devoren para siempre sus ignorantes almas.
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