La increible historia de Faustino 4

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Faustino se fue recuperando. Sin sangre en el cuerpo, no duraría mucho pero todo aquel aire, le proporcionaría la fuerza suficiente para dirigirse a la cabaña del indígena. Una vez allí, indígenas de tribus cercanas, se reunirían para darle toda la sangre que necesitase. Durante la transfusión, el indígena que le salvó de una muerte segura, le susurró al oído:

-“Cuando te recuperes, debes encontrar la ardilla que te atacó y morder sus orejas. Sólo así, podrás liberarte del maleficio de la ardilla asesina. Si no lo logras, antes de la siguiente luna llena, se te caerán los calzoncillos en el momento más insospechado y segundos después, todos los orificios de tu cuerpo, se cerrarán, incluyendo los agujeros de tus calcetines. Fallecerás a consecuencia de infinidad de espasmos musculares. Antes de morir, los ojos se te caerán al suelo y las uñas de tus pies, explotarán. Debes morder las orejas de la ardilla que te atacó, para romper el embrujo”.

Faustino, una vez recuperado, recibió clases de artes marciales por parte de su salvador, el indígena “Chunga”. En su idioma, Chunga, significa ”Próstata” . Una vez acabado el periodo de entrenamiento, “Chunga”, le acompañó hasta las afueras del poblado. Allí, le dio un fuerte abrazo, un plano de la zona y un bocadillo de chorizo caducado. Dio media vuelta y despareció entre matorrales y flores muertas del bosque.

Pensativo, nuestro personaje, emprendió rumbo, hacia el lugar donde se hallaba la ardilla asesina.

Capítulo 4-La ardilla asesina

Faustino, tiene ahora diez años. Ha pasado los últimos ocho, echando una siesta, apoyado sobre el tronco de un roble gallego, a las afueras del poblado donde le salvó la vida el indígena Chunga. La realidad, es que no se despertó por sí mismo: le sacó de su profundo sueño, el sonido de un petardo, que lanzó Chunga para celebrar el nacimiento de su primer hijo, “Chunguito”. Despertó de modo tan brusco a causa del sonido del petardo, que el corazón se le cayó al suelo. Un lobo salvaje estuvo a punto de comérselo pero Faustino, en un acto de puro reflejo, pudo recuperarlo. El lobo, visiblemente hambriento, puso cara de pena y ojos redondos y llorosos, llenos de lágrimas mojadas.

-¡No puedes comerte mi corazón. Sé que tienes hambre, pero lo necesito para mí!-Dijo Faustino al lobo hambriento.

Pareció entenderlo, porque no insistió más, ni lo miró con más cara de pena. Pocos segundos después, desapareció entre una manada de lobos daltónicos. Faustino colocó entonces nuevamente, el corazón mordido por el lobo, dentro de su pecho y emprendió de nuevo la marcha, tras aquella pausa de ocho años de letargo.

Cinco minutos más tarde, decidió parar para dormir un poco. Se tumbó en el suelo rocoso, con brazos y piernas extendidas. Siguió con la mirada, el vuelo de una mariposa. A pesar de no tener alas, su vuelo era espectacular. Giraba sobre sí misma como una bailarina borracha. De repente, la mariposa cayó al suelo y comenzó a pelearse con un mono que pasaba por allí. Faustino, se incorporó rápidamente, con la intención de separarlos. Era demasiado tarde, ya que la mariposa, clavó las antenas en los testículos del animal, dejándolo inmóvil al instante. Ante tanta violencia, vociferó a la mariposa, con la intención de darle una soberana reprimenda.

-¡Mariposa mala! ¡Eso no se hace! ¡Mala!¡Eres mala!¡Mariposa mala!

La mariposa, comenzó a reírse en forma de susurro, con sonrisa demoniaca y antes de desaparecer entre los matorrales, obsequió a Faustino con un visible corte de mangas.

-¡Jodida mariposa!-exclamó Faustino.

Miró entonces el cuerpo del mono y con cara de pena, lo alzó, sujetándolo en el aire, por las orejas. Acto seguido, lo zarandeó como una maraca, para comprobar, si realmente estaba muerto, o si simplemente, había perdido el conocimiento.

-¡Estoy muerto!. ¡Para ya de agitarme y déjame en el suelo, que me estás mareando!-Dijo el mono, sin abrir los ojos ni mover sus labios.

Ahora que ya no quedaba dudas, dejó el cadáver en el suelo, con mucha delicadeza. Acto seguido, registró los pantalones del animal fallecido, con la intención de buscar su cartera.

El pobre animal, tenía poco más de cuatro años. Lo supo, porque así lo especificaba su documento nacional de identidad. En la foto, parecía mucho más mayor, ya que aparecía con perilla, gafas graduadas y una melena considerable. La foto era de la época, en la que el mono, estudiaba informática avanzada, en una facultad de la selva de Chicago.

Faustino, no podía perder más tiempo, ya que debía encontrar a la ardilla asesina, para romper el maleficio. No podía dejar al animal allí, para que los gusanos y buitres carroñeros lo devorasen. Recordó entonces, lo sucedido, con la cucaracha de oro, aquel objeto que le regaló el oso. Si sanó al murciélago, podría quizás, devolver la vida ahora al mono. Se introdujo su mano en los calzoncillos, ya que allí guardaba aquel objeto misterioso. Tras varios minutos de búsqueda, pudo encontrarlo. Lo colocó entonces, sobre la frente del simio y esperó unos segundos. De inmediato, el cadáver del mono comenzó a arder y descomponerse, desprendiendo un olor nauseabundo, fruto de una combustión espontánea. Faustino, quedó atónito ante lo sucedido. La cucaracha de oro, habría provocado aquella tragedia. La única explicación de lo sucedido, es que el mono, fuese alérgico al oro, provocando una reacción alérgica, que desencadenó, en la combustión espontánea: o tal vez, restos de calzoncillos, adheridos al objeto, fuese el causante de la alergia, que causara aquella tragedia. Pensando en ambas variantes, prosiguió su camino.

Horas más tarde y a cientos de kilómetros de distancia de los restos humeantes del mono, Faustino se encontraba ya, a escasa distancia del lugar, donde supuestamente se hallaba la ardilla asesina. Todo a su alrededor, estaba repleto de miles de esculturas antiguas. Cientos de ellas, estaban en lo alto de una colina. Su instinto, le condujo hasta una en particular. Era la escultura de un perro, con orejas en la frente y patas de caballo. Se trataba de una figura bastante tétrica y demoniaca. Sintió la necesidad de acariciarla, pero el vigilante de la zona, le indicó con la mirada, que no estaba permitido tocar las piezas. Faustino se alejó de la escultura y se acercó al vigilante.

-¿Cuántos años tienen estas esculturas?-Preguntó.

-¡Las hice ayer!, ¡Son mías!, -Respondió

-¡Vaya!¡Tiene mucho mérito esculpir tantas esculturas en un día!¡Es mármol, supongo!¿No es así?-Preguntó asombrado.

-¡Es cartón!, ¡Cartón reciclado!, ¡Los ojos son huesos de aceitunas!-Aclaró.

Tras comprobar con la mirada, que efectivamente, los ojos de las esculturas, eran huesos de aceitunas y que algunos ratones, había mordisqueado algunas figuras, dejando a la vista, restos de cartón, permaneció varios minutos con cara de asombro. Poco después, preguntó de nuevo al vigilante.

-¿Ha oído hablar de una ardilla asesina?, ¿Sabe dónde puedo dar con ella?

-¡Vive conmigo, disecada, en el sótano de mi casa!-Respondió el vigilante.

-¡Puedo verla?, ¡necesito morder sus orejas!-Añadió

El vigilante, de aspecto serio y con cejas enormes, miró a Faustino, con gesto desafiante.

-¿Qué me ofreces por la ardilla?-Preguntó

-¡Puedo darte mis calzoncillos llenos de herramientas y utensilios y también uno de mis calcetines sudados!-Respondió.

El vigilante, pareció dudar varios segundos, pero


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