EL REVÉS DE UNA VENGANZA PARTE I

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Ni venganza ni enemistad, sencillamente… olvídalo. (Ana Sabrina Pirela Paz)

 

Había llegado al pueblo natal de sus padres después de diez años de ausencia por comentarios que ya estaban en boca del colectivo, relacionados a una de sus tías maternas, ya fallecida y que ahora, el suceso   atribuido a su pariente, la hacían pensar que podría descubrir los orígenes de este, que en años anteriores no le fue posible conocer, solo contaba para aquel entonces, con ochos años, por lo que tampoco le fue permitido preguntar.

 De lo que se rumoraba al principio, creyó que eran simples habladurías, propias de las costumbres de los lugareños, quienes aún creían en leyendas y en historias fantasiosas, adecentadas en el imaginario colectivo, que suponía eran atractivos para pasar el tiempo y mantenerlo como charlas en el único bar del pueblo.  

—¡Bienvenida al pueblo, profesora Gabriela, gusto en saludarla! ¡Mucho tiempo sin verla! Por aquí todavía se le recuerda, sobre todo sus alumnos, que ya son hombres y mujeres.

—Gracias Juan Antonio, un placer volverlo a ver.

El hombre, con marcada mayoría de edad, le abrió la puerta de la casa campestre, cuya custodia la tuvo adjudicada desde la fecha del fallecimiento de su tía,   Raquel María Castañeda Paz, quien había hecho funciones de enfermera en el centro asistencial de la localidad.

Calculaba pernoctar no más de una semana, tiempo suficiente para indagar sobre los comentarios que la mantenían perturbaba, solo por el recuerdo de la imagen honorable que había conservado en vida de su  tía.

Ya en el interior de la vivienda, y sin observar detalles de cómo se encontraba refaccionada, decidió ir al encuentro de su otra familiar: la tía Lola, la mayor de las hermanas de su padre, quien residía en un sector colindante con el que visitaba. Abordó su vehículo Toyota y se dirigió a su destino.

El pueblo seguía casi igual, salvo con más viviendas y negocios, donde expedían cualquier cosa para los viajeros que abundaban en la zona, debido al auge turístico apreciado por sus paisajes  y lo  exuberante de la  flora y fauna marina. 

Después de estacionar el coche, en el hombrillo de la única carretera principal, Gabriela avanzó al domicilio de su tía.   Una especie de casona del siglo pasado, de color blanco, con un portón pesado y metálico, que conducía a la   entrada del patio delantero, el cual estaba dividido por un arco de madera alto, suficientemente fuerte, que daba al interior de la residencia.  No tuvo inconveniente en entrar, inmediatamente alguien le dio el acceso, abriendo la contrapuerta.

—¡Profesora Gaby ¡¿Me recuerda?...  soy Alejandro Núñez, de la secundaria.

La mujer miró a un joven alto, de contextura regular, aproximadamente de veinticinco años y de mirada curiosa.

—¡Claro que lo recuerdo ¡­ usted es el hijo del farmaceuta.

  —¡Adelante Gaby, pasa de una vez ¡ Una voz grave y aguda alcanzó a escuchar, la que reconoció, pese a los años transcurridos sin ser oída.

Antes que Gabriela terminara de extender la mano, la tía sin responderle  el saludo expresó: 

—Creo conocer las razones de tú visita, desde ya te digo, no tengo nada que decir, en todo ese invento   fantasmagórico. Ni tampoco es de mí responsabilidad ni de mi incumbencia. — Esos dichos sobre mi hermana los han difundidos, regados como pólvora, por extraños y nativos y hasta en los periódicos — Imagínate, soy la más perjudicada por las molestias que me han causado… ¿a quién se le ocurre afirmar que un espíritu aparece debajo del árbol de mango, el que pertenece a mí plantación de frutas?

—De cualquier manera, lo han asegurado varias personas, pero lo más extravagante, es lo que ha sucedido la semana pasada, le atribuyen estar lanzando semillas de mangos, al que osa molestarla. — Fue allí, donde dicen que aparece; a alguien le alcanzó un semillazo, esta vez la víctima fue Arturo, el obrero que me limpiaba los patios, resultado: tres suturas en la cabeza.  Después de eso, el hombre no ha vuelto más. — ¿Has de creer semejante barbarie de creencias? Espero que tú le des un toque de raciocinio a esta gente, que desde meses no me dejan vivir, menos descansar.  Creo que acabaré de una vez por todas con el cultivo, que será mi ruina económica, porque vendo los frutos, lo que me ayuda a sobrevivir. Me los vienen a comprar los revendedores del mercado periférico.  El problema no solo es por las  noches, dicen que la ven rodeando todo el terreno hasta en horas del día. Yo no he visto nada, nada, nada de nada.  — Soportar los autobuses que llegan, desde el viernes hasta los fines de semana, repletos de personas, atraídos por semejante historia, ¡ya es suficiente!, llegan de la ciudad,   aburridas de sus vidas por la cotidianidad, necesitan de un ingrediente para entretenerse, deseosos de alimentar sus pensamientos  en algo novedoso-— La mujer hablaba velozmente,  brotaban  palabras sin cesar, como si  hubiese llegado la oportunidad de sacar todo lo que pensaba y lo que estaba  resistiendo.

—Aquí se ha beneficiado de ese comentario todo el pueblo—Seguía explayándose en su charla. —Desde el párroco, que envía a los feligreses a vender cuanta estampitas de santos es conocida; las mujeres, que han levantado como una especie de feria en los alrededores del corredor peatonal; los vendedores ambulantes de la costanera; la misma municipalidad, forzosamente tuvo que construir el bulevar, porque también montó sus tarantines. — Allí comercializan con todo, desde comidas típicas hasta indumentaria playera, y se habla también, no me consta, que, bajando al terraplén se han construidos bohíos, donde ofrecen todo tipo de licores al turista y el señor alcalde hace mutis, al parecer, el producto de la venta  es de él y las ganancias las comparte con los expendedores que son sus propios familiares.

—¡Vivaracho pueblo ¡Eso son los que son! Crearon de un drama familiar que   conmocionó hace años a la familia, en un alboroto fantasioso… y ¿en qué nos han convertido? en un poblado supersticioso y por demás, arbolario — Acá se acabó la tranquilidad, la paz que existía. —Lo que no les perdono, es que han sacado del sepulcro a mi desdichada hermana, pero debo agradecer el auge del crecimiento económico y turístico, que se vive en toda la zona y eso ha sido positivo.

 —Pero, para usted… ¿de dónde proviene la historia? Preguntó Gabriela.

—¡No lo sé! posiblemente de alguien del mismo pueblo o de la propia familia, con muy malas intenciones al principio, pero después resultó un beneficio para muchos y así, como si se hubiesen puesto de acuerdo, un grupo de cómplices, conspiradores entre sí, le siguen agregando condimento a la historia… ¿hasta dónde han llegado? al colmo de asegurar que está viva -— ¡Se freirán en el infierno! ¡malvados irresponsables ¡-  Vociferaba la tía.

—¡¿Me permite acercarme a la parcela?

—¡Adelante! …y ten cuidado, no vaya a ser que salgas contagiada por tantos chismes —¡Alejandro por favor¡, acompaña a Gaby.

Una plantación de árboles frutales invadió su mirada, destacándose una gran cantidad de cultivos de mangos, y con estos, guayabas, naranjos y guanábanas. Definitivamente, acabar con esos sembradíos sería la ruina financiera de la tía Lola.

 


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