GÚLNAROK (1 de 3)
Por Federico Rivolta
Enviado el 18/07/2023, clasificado en Terror / miedo
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Hubo un tiempo en que hubo paz para Gabriel, una luz en su presente y proyectos en su futuro; pero poco a poco El Gúlnarok tomó el control.
La primera vez que apareció fue en el verano del sesenta y tres, cuando tenía siete años de edad. Su tía Angélica, prima de su madre, fue a visitar a su familia luego de años sin verse. Su madre habría querido sorprender con una onerosa vajilla a la mujer de traje color rosado y sombrero con plumas, pero por no tener ni dos platos iguales, sirvió la cena en la cocina y luego llevo los platos llenos a la mesa.
Angélica se había casado con un hombre rico que vivía en el campo,de todas maneras, no era necesario tener demasiado dinero para parecer rico frente a la miseria en la que vivía la familia de Gabriel.
Durante la comida, ella habló sobre una venta y un juicio. Nadie en la mesa comprendió;no supo explicarse; la verdad es que solo había ido a la ciudad a comprar ropa y accesorios.
La madre de Gabriel ya no soportaba a su prima, quizás porque ella no se había casado con un hombre rico, y apenas Angélica se levantó para ir al baño, lo dijo sin vueltas:
–Cuando éramos jóvenes, mi prima no tenía ni qué ponerse; más de una vez le di ropa usada mía sin que me diera las gracias. De todas maneras, sigue teniendo mal gusto.
La madre de Gabriel solía usar pañuelos en la cabeza y un delantal lleno de huellas dactilares de harina; así y todo, sonaba como una experta a la hora de juzgar a los demás.
Por la noche, el joven se levantó y se cruzó con Angélica. Hablaron durante horas en la cocina. La mujer le contó que su casa era muy grande y estaba en medio del campo. Le dijo que tenía muchos animales y que sus primos, a quienes él no conocía, eran gemelos y tenían dos años más que él. Se quedaron hablando hasta muy tarde y a la mañana siguiente el niño solo pensaba en ir a conocer su hogar.
Al día siguiente la tía propuso llevar al pequeño a pasar el verano con ella; y ese fue uno de los momentos más felices de su vida.
No pudiendo ir de vacaciones a ningún lado, para los padres fue un alivio que él pasara el receso escolar con sus tíos. Días después partieron juntos en tren; ella, tan elegante como siempre; él, no tanto.
Compraron boletos de primera clase y Gabriel no podía controlar su excitación. Recorrió el tren completo con la mirada, la gente le sonreía al pasar en respuesta a la alegría que le desbordaba.
Al principio el tren estaba lleno, luego de un rato se fue vaciando a la vez que lo hacía el exterior. Las edificaciones comenzaron a escasear hasta que llegó un punto en el que no había más que campo a su alrededor, y Gabriel y su tía quedaron solos en el vagón junto con un hombre barbudo que los miraba desde lejos.
El niño se quedó dormido en el regazo de Angélica; había pasado la noche anterior sin dormir debido al entusiasmo. Cuando llegaron a la estación ella lo despertó abriendo un poco la persiana del tren para que entrara la luz y moviéndolo con el hombro con suavidad. La luz iluminó su rostro a la vez que escuchó la delicada voz de su tía: –Despierta, Gabi; hemos llegado.
******
En la estación tomaron un taxi hasta la casa, y Gabriel quedó impactado ante la enorme arboleda que se puso frente a él. Un aroma campestre llenó sus pulmones. Acostumbrado a la vida citadina llena de contaminación y comida frita, el niño comenzó a toser; pero pronto respiró con normalidad.
Corriendo hacia él llegaron dos muchachos pelirrojos con el rostro lleno de pecas; eran sus primos. Eran idénticos, y Gabriel se sintió aún más extraño cuando comenzaron a inspeccionarlo de arriba abajo. Sus narices respingadas le dieron la sensación de unos cerdos oliéndolo con desprecio. No estaba errado; pronto los gemelos, aburridos de torturar a sus patos, conejos y vacas, lo convirtieron en su nueva víctima.
Una tarde, cuando estaba oscureciendo, los tres jóvenes fueron a un cobertizo en desuso:
–Aquí es donde mi papá esconde su gran secreto –dijo uno de los gemelos.
El lugar tenía unas paredes de ladrillo llena de agujeros, un techo de chapa oxidada, y un piso de cemento cubierto de tierra. Estaba repleto de maquinaria de campo antigua y cajones de madera.
–¿Aquí? –preguntó Gabriel–, pero si está todo sucio…
–Aquí no, idiota –dijo el otro gemelo–; debajo.
Los hermanos se pararon junto a una compuerta sobre el suelo y la abrieron. No se podía ver nada, pero Gabriel tuvo la sensación de que el subsuelo era gigantesco, e imaginó que todo un mundo de cosas cabría allí.
–¿Y cuál es el secreto?
–Bajemos y lo verás. Tú baja primero, Gabriel.
El niño se quedó pensativo en el lugar.
–¿Acaso tienes miedo? Yo sabía que eras un maricón.
–¡No es cierto! –dijo Gabriel. Y bajó las escaleras.
Luego de descender, los gemelos cerraron la puerta dejándolo en una oscuridad absoluta. Gabriel subió de nuevo las escaleras y golpeó la puerta en la que se habían parado los dos muchachos. Gritó y sollozó, pero los gemelos pelirrojos no hacían más que reírse de su pequeño primo; y entonces el Gúlnarok apareció.
Dicen que la oscuridad es la ausencia de luz, pero en aquel sótano, la luz se convirtió en ausencia de oscuridad. Todo comenzó a iluminarse, como si algo barriera las tinieblas de las paredes, del suelo y del techo. Gabriel vio que en un rincón se acumulaba toda la negrura a su alrededor. Un ser alargado y de muchas extremidades comenzó a rodear al niño que temblaba enmudecido.
–¡Oye! –gritó uno de los gemelos– ¿Qué pasa que no hablas?, ¿las ratas te comieron la lengua?
–¡Eres tan maricón que ya ni te defiendes! –dijo el otro muchacho.
Gabriel no contestaba.
–¿Se habrá muerto asfixiado?
–No, estúpido, tiene mucho aire ahí dentro.
–Eso dijiste cuando matamos a la gallina, bobo.
–Pero a la gallina la dejamos un día entero, además el baúl es mucho más chico que el sótano.
–Pero Gabriel es mucho más grande que la gallina. Además, no sabemos cuánto tardó la gallina en morir, quizás murió a los pocos minutos…
Un ruido interrumpió la conversación de los gemelos.
–¿Qué fue eso?, ¿le abrimos?
No hubo necesidad de hacerlo, algo levantó la puerta del sótano rompiendo la traba y tirando a los dos hermanos hacia atrás. Pronto las tinieblas llenaron el cobertizo y los gritos de los muchachos pelirrojos se escucharon en el vacío del campo. Al día siguiente Gabriel estaba de regreso en su casa y jamás volvió a saber nada sobre su tía.
...
continúa en la segunda parte...
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