Otra vez. Otra vez un tren que parte demasiado temprano, otra vez la sensación de estar siempre huyendo, sin saber muy bien de qué. Solo que esta vez me lleva por parajes desconocidos, a lugares nuevos y ciudades de las que solo he oído hablar pero nunca he visto. Esta vez el cosquilleo en el estómago no es por aquello que dejo atrás, sino por el vértigo de saltar a un vacío con nombre propio. Por no saber qué me espera, por todo lo que podría pasar, y también por lo que no.
A veces tengo la impresión de que quiero que todo se termine, que se pase cuanto antes, aún sin haber siquiera empezado. Sé que no es así, al menos no racionalmente. Que tengo ganas, entusiasmo, incluso. Quizás es solo que no quiero pensar demasiado en todo lo que podría salir mal, quizás es la certeza de que, esta vez, estoy completamente sola, quizás sea culpa de las estrellas, o simplemente mi incapacidad de estarme quieta.
Al final, nada de esto importa. Al final, solo queda la misma opción de siempre: respirar hondo, y avanzar, un pie detrás del otro, hasta dondequiera que este tren me lleve ahora.
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