La increible historia de Faustino 5

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finalmente, ofreció su mano abierta y llena de pelos a Faustino.

-¡Trato hecho!, ¡Vuelvo en dos minutos!-Dijo convencido.

Se alejó entonces a toda velocidad, despareciendo en lo alto de la colina. Justo dos minutos después, ya se le podía ver, regresando igualmente veloz, pero esta vez, subido en un tractor de gasoil. Bajó del vehículo en marcha y dijo.

-¡Toma!, ¡todo tuyo!

¡Faustino, recibió del vigilante, una caja de cartón. En su interior, había dos orejas disecadas!

-¡Esto que es!-Preguntó Faustino.

-¡Las orejas de la ardilla!, ¡es todo lo que necesitas!, ¡si las muerdes, romperás el hechizo!¡Dame ahora tus calzoncillos y el calcetín!

Faustino, mordió rápidamente las orejas disecadas de la ardilla, liberándose del hechizo. Acto seguido, las tiró al rio, junto con la caja de cartón y salió corriendo, sin ninguna intención de cumplir lo acordado con el vigilante. Éste, al sentirse estafado, sacó de la funda, su arma reglamentaria, un ladrillo de obra, lanzándolo hacia Faustino. A pesar de la distancia considerable a la que se hallaba, el vigilante, atinó con su lanzamiento. El ladrillo, hizo una extraña parábola en el aire y a una velocidad de doscientos kilómetros por hora, le alcanzó de lleno, reventándole al instante, los intestinos, todas sus costillas y la inmensa cantidad de vértebras que llevaba en su espalda. Mientras se retorcía de dolor en el suelo, pudo contemplar, como el vigilante, a paso firme, pero sin prisas, se le acercaba. Cuando se hallaba a escasos metros, Faustino pidió clemencia al vigilante. Éste, se limitó a decirle, con tono sereno y calmado:

-¡Cumplí mi parte!, ¡quiero tus calzoncillos y uno de tus calcetines!

Acto seguido, lo levantó varios metros sobre el suelo y comenzó a zarandearlo violentamente, mientras lo despojaba de su ropa interior y del calcetín derecho. Una vez logrado su propósito, lanzó el cuerpo magullado y ensangrentado de Faustino, contra una pared de piedras puntiagudas.

Quedó pegado al muro rocoso, como una ventosa sobre un cristal liso. El golpe rompió aún más, sus intestinos, costillas y vértebras de su espalda. Días más tarde, aún seguía incrustado en la pared. Cinco meses después, comenzó a sentir su cuerpo y un año más tarde, se pudo despegar del muro, con la ayuda un peregrino, que pasaba por allí y que hacía el camino de Santiago. El hombre, utilizó su bastón, fiel compañero de viaje, para hacer palanca y poder desincrustar a Faustino, de la rocosa pared. Le ofreció un trozo de pan duro, pero Faustino, había perdido todos los dientes y no podía masticar otra cosa, que no fuese migas de pan. Aquel caminante, sintió tanta pena por el estado en el que se encontraba Faustino, que rezó durante horas, a los elfos y hadas del bosque, para que lo sanasen. Permanecería a su lado, el tiempo que fuese necesario y no reanudaría la marcha, hasta que sus plegarias fuesen oídas. De repente y en plena madrugada, unos duendes de la cruz roja, salieron de entre los arbustos y en camilla, se llevaron a Faustino, hacia una aldea mágica, llena de quirófanos, vendas, bisturís y más cosas de medicina para curar. El peregrino, con la mirada perdida en el cielo, dio gracias al rey de los Elfos, por haber atendido sus plegarías y pudo entonces, continuar con el camino de Santiago. Lamentablemente, cinco minutos más tarde, un tornado, lo devolvió al punto de salida, trescientos cuarenta kilómetros al sur de Francia, por lo que el trayecto recorrido, tanto sacrificio, no le había servido de nada. Tenía que comenzar de nuevo, en el mismo punto de partida. Justo cuando se disponía a caminar nuevamente los trescientos cuarenta kilómetros ya recorridos, otro tornado, lo dejó, en la misma plaza de Santiago de Compostela, finalizando así, el camino de Santiago. De la alegría y emoción, no cesaba de llorar, muriendo poco después, seco de lágrimas y líquidos corporales. Murió deshidratado, pero contento y repleto de felicidad, por haber realizado el camino de Santiago, en un tiempo record.

Capítulo 5- La invasión de los caracoles extraterrestres.

Faustino, descansa en el interior de lo que parece ser un quirófano. No entiende absolutamente nada y se encuentra completamente desorientado. No recuerda en absoluto, lo que ha podido suceder desde que fue atendido por el peregrino y los duendes de la cruz roja. Han pasado nueve años desde entonces y está a punto de cumplir veinte.

Sus costillas, intestinos y vértebras, misteriosamente se encuentran ya en perfecto estado, pero aún sigue muy débil. Con mucha dificultad, consigue comer unas galletas de flores silvestres. De repente, tiene un extraño presentimiento e intuye, que algo raro está sucediendo. Desde la camilla donde se encuentra, mira a su alrededor, esperando encontrar alguna pista, sobre lo que realmente está sucediendo en aquel lugar. De repente, un joven, con aspecto verdoso, entra en la habitación. Sobre su cabeza, tiene algo parecido a una antena parabólica rota en su frente. Se acerca rápidamente a la camilla donde se encuentra y mientras le coloca los zapatos, le dice, con voz de ardilla:

-¡No temas, vengo a liberarte!

-¿Salvarme de qué?, ¿Por qué tienes voz de conejo?-preguntó Faustino.

-¿Por qué llevas esa antena en la cabeza?, ¿Por qué está rota?-preguntó de nuevo.

-¡Los caracoles alienígenas están invadiendo la tierra!¡Y no tengo voz de conejo!..¡Es de ardilla!…¡tengo voz de ardilla!¡-Respondió.

El individuo verdoso, colocó sin apenas esfuerzo, a Faustino sobre su espalda, como si fuese un saco lleno de aceitunas sin hueso y lo sacó de la sala. El joven, posee una fuerza descomunal y de un golpe seco con su frente, atraviesa los muros de hormigón, que le separa del exterior. Una vez en la calle, deja caer sobre el asfalto a Faustino. Justo entonces, un caracol gigante, aparece de repente y sujeta al tipo verdoso con voz de silbato. Cuando lo tiene completamente inmovilizado, le introduce sus enormes antenas de caracol en las orejas. Su cabeza, comienza a hincharse y cambia de color varias veces, hasta que finalmente explota. El joven, sin cabeza, comienza a dar saltos y gritos de dolor. Finalmente, cae al suelo. No cayó, por las heridas causadas en su cabeza: el motivo de la caída, es que llevaba los cordones de los zapatos sueltos, y al pisarlos, tropezó. El tropiezo tuvo consecuencias trágicas, ya que se dio con el filo de un bordillo en la nuca, falleciendo en el acto.

Faustino, temiendo ahora por su vida, se colocó justo detrás del caracol gigante. Este, que tenía un sexto sentido, sabía que alguien se ocultaba detrás de él. Hizo un movimiento brusco y miró sobre su espalda. Faustino, entonces, sacó velozmente unas tijeras del interior de sus calzoncillos y le cortó las antenas. El caracol, mientras gritaba y escupía un líquido verdoso, cayó fulminado al suelo, muriendo desangrado. En pocos minutos, la invasión de caracoles extraterrestres llegó a su fin. Acababa de matar al líder de la especie alienígena. Todos los millones de caracoles invasores repartidos por todo el mundo, regresaron resignados, en bicicletas, a sus respectivos planetas.


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