Ritmo Inesperado en la Ciudad de México

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El viaje de Mario a la Ciudad de México no estaba resultando exactamente como había planeado. Aquel ingeniero de apariencia normal, con su pantalón caqui y su camisa de mezclilla, había dejado atrás su cómoda vida en Monterrey para lidiar con los trámites y permisos necesarios para la fábrica en la que trabajaba. Pero, como suele pasar, las cosas no siempre salen como uno espera.

Al llegar al hotel "La Perla del Mar", Mario tuvo que hacer un esfuerzo considerable para no soltar una carcajada. La descripción "muy feo" parecía quedarse corta: la fachada estaba un tanto deteriorada, las ventanas sucias y el mobiliario en un estado lamentable. "Bueno", se consoló a sí mismo, "al menos solo estaré aquí para dormir".

La noche cayó y el hambre comenzó a hacer estragos en su estómago. Mario se aventuró a salir en busca de algo para cenar. Al doblar una esquina, vio una tenue luz y escuchó la alegre melodía de la música tropical. Se dirigió hacia el origen de la música y se encontró con un restaurante con luces de colores brillantes y una atmósfera festiva.

Al entrar, la atención de todos se posó en él, como si hubiera llegado un extraterrestre al lugar. Mario no podía evitar sentirse un poco incómodo bajo todas esas miradas curiosas. Se acomodó en una mesa y pidió unas tostadas de pollo. Justo cuando estaba a punto de dar el primer bocado, la música comenzó a sonar nuevamente, más fuerte y contagiosa que nunca.

Una orquesta de música cubana había tomado el escenario, y el lugar se llenó de vida. Los ritmos caribeños llenaron el aire y la gente comenzó a moverse al compás de la música. Mario dejó la tostada a medias y observó maravillado cómo los clientes se contagiaban del entusiasmo y se lanzaban a la pista de baile. En ese momento, se dio cuenta de que el lugar tenía un lema: "Donde la alegría nunca termina".

"Vine a buscar permisos de medio ambiente y aquí hay mucho ambiente", pensó Mario, una sonrisa comenzando a dibujarse en su rostro. Quizás había subestimado a "La Perla del Mar". Se dejó llevar por el ritmo y el ambiente, y antes de darse cuenta, estaba aplaudiendo y tarareando junto con el resto de la gente.

El tiempo pasó volando mientras disfrutaba de la música y la compañía de personas que parecían no tener preocupaciones en el mundo. De repente, se dio cuenta de que estaba bailando con una mujer de vestido rojo y sonrisa contagiosa. Ella lo miró con complicidad y lo invitó a seguir bailando. Mario, que en su vida cotidiana era más conocido por sus cálculos y diseños de ingeniería que por sus dotes para el baile, se dejó llevar por el espíritu de la música y siguió sus pasos.

La noche avanzó y las risas, los bailes y los sabores de la comida se convirtieron en recuerdos inolvidables para Mario. Cuando finalmente decidió regresar al hotel, lo hizo con un brillo diferente en los ojos y una sensación de que su viaje había tomado un giro inesperado y maravilloso.

Al día siguiente, con el sol de la mañana, Mario se presentó en la Secretaría de Medio Ambiente con una actitud más relajada de lo que jamás habría imaginado. Aunque el aspecto exterior del hotel dejaba mucho que desear, la noche anterior le había demostrado que las apariencias podían ser engañosas. Y, para su sorpresa, los trámites para los permisos resultaron ser más rápidos y sencillos de lo esperado.

El regreso a Monterrey fue diferente. Mario ya no era solo un ingeniero preocupado por los detalles técnicos, sino alguien que había experimentado una aventura inesperada en la Ciudad de México. Al mirar por la ventanilla del avión, sonrió al recordar las risas, la música y los bailes de "La Perla del Mar". A veces, las circunstancias nos llevan a lugares inesperados y nos regalan momentos que nunca habríamos planeado, pero que quedan grabados en nuestra memoria como tesoros de la vida.


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