Un Relato de Paciencia y Preocupación

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En una soleada mañana de primavera, en la pequeña ciudad de San Rafael, se encontraba una clínica que tenía fama de ser una de las mejores en la región. Sin embargo, esa reputación también tenía su lado negativo: la gran cantidad de pacientes que se agolpaban en sus pasillos y salas de espera, esperando ser atendidos por los médicos.

En medio de este bullicio y agitación, se encontraba Martín, un hombre tranquilo y paciente que había llegado a la clínica con la esperanza de resolver una dolencia que lo había estado aquejando en los últimos días. Aunque no era nada grave, Martín tenía un gran temor: no quería contagiar a los demás pacientes en caso de que su dolencia resultara ser infecciosa.

La sala de espera estaba llena hasta el borde. Personas tosían y estornudaban, mirando con impaciencia los relojes y consultando sus números de turno. Martín, sin embargo, se sentó en un rincón apartado, manteniendo una distancia respetuosa con los demás. Miraba a su alrededor con una mezcla de preocupación y resignación. Las revistas en la mesita frente a él parecían haber sido hojeadas incontables veces, pero aun así, Martín las tomó y fingió leerlas, buscando una distracción para calmar sus nervios.

Después de lo que le pareció una eternidad, por fin escuchó su número de turno. Se levantó con calma, agradeciendo silenciosamente que su espera estuviera llegando a su fin. Siguió a la enfermera por los pasillos llenos de pacientes y finalmente llegó a la pequeña sala de examen.

La enfermera le indicó a Martín que esperara un momento, ya que el doctor estaba atendiendo a otro paciente. Martín asintió con una sonrisa tensa, asumiendo que su turno llegaría pronto. Sin embargo, los minutos pasaron y la espera parecía prolongarse. Podía escuchar la voz del médico en la sala contigua, hablando en tono amable pero apresurado.

El temor de Martín a contagiar a los demás pacientes crecía con cada segundo que pasaba. Se imaginaba a sí mismo como un portador de una enfermedad desconocida, una amenaza inadvertida para los enfermos que llenaban la clínica. Estaba atrapado en una paradoja: su paciencia se mezclaba con la urgencia de evitar cualquier contacto con los demás.

Finalmente, la puerta se abrió y el médico, el Dr. Rodríguez, entró en la habitación. Parecía un hombre amable y competente, pero también visiblemente agotado por la carga de trabajo que tenía. Martín lo saludó con un sentimiento de bondad, tratando de ocultar su ansiedad bajo una fachada tranquila.

El médico comenzó a hacerle preguntas sobre su dolencia, tomando notas en su computadora mientras Martín respondía con detalle. Martín hizo todo lo posible por mantener la calma, pero no pudo evitar que su voz temblara ligeramente. El doctor notó su nerviosismo y le dedicó una mirada comprensiva.

"Entiendo que esperar pueda ser frustrante", dijo el doctor, interrumpiendo su transcripción por un momento. "Lamentablemente, hemos estado desbordados últimamente. Pero quiero asegurarte que estamos tomando todas las precauciones para evitar la propagación de enfermedades."

Martín asintió, agradecido por la explicación. Sin embargo, no pudo evitar preguntar con cautela: "¿Cree que debería usar una máscara o algo así? No quiero poner en riesgo a los otros pacientes."

El doctor sonrió con empatía. "Es admirable que estés tan preocupado por los demás, pero tu dolencia no parece ser contagiosa en este momento. Aun así, siempre es bueno practicar la higiene adecuada y cubrirte la boca si toses o estornudas. Eso ayuda a proteger a todos, incluido tú mismo."

Martín se sintió aliviado al escuchar las palabras del doctor. La tensión en sus hombros disminuyó ligeramente y se permitió relajarse un poco más en la silla. A medida que la consulta continuaba, Martín notó que el doctor se tomaba su tiempo para explicarle todo con paciencia y detenimiento. Apreciaba la atención que estaba recibiendo, aunque entendía que había otros pacientes esperando afuera.

Después de una conversación que pareció extenderse más de lo habitual, el doctor finalmente le recetó algunos medicamentos y le brindó algunas recomendaciones para su recuperación. Martín se levantó de la silla, agradeciendo al médico por su tiempo y esfuerzo. Salió de la sala de examen con una sensación de alivio y gratitud.

A medida que se abría camino a través de la sala de espera una vez más, Martín miró a su alrededor y notó a los pacientes que seguían esperando pacientemente su turno. Comprendió que, al igual que él, todos estaban lidiando con sus propias preocupaciones y ansiedades. La experiencia le había enseñado que, a pesar de las circunstancias agobiantes, la paciencia y la empatía eran cualidades que todos podían poner en práctica.

Y así, Martín dejó la clínica con una lección valiosa en su corazón. Había aprendido que la paciencia, incluso en medio de la incertidumbre y la inquietud, podía hacer que las situaciones difíciles fueran un poco más llevaderas. Y mientras se dirigía a casa, decidió que, en el futuro, haría su mejor esfuerzo por aplicar esa paciencia no solo en su propia vida, sino también en su interacción con los demás, recordando siempre que cada persona tiene su propia historia de espera y esperanza.


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