LA SOMBRA DEL CUERVO (2 de 4)
Por Federico Rivolta
Enviado el 19/08/2023, clasificado en Terror / miedo
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Miró por la ventana de nuevo; el cielo estaba a punto de abrirse en una tormenta apocalíptica. Afuera, quinientas hectáreas sin testigos hacían ver la muerte de su hermano como algo ocurrido en un sueño. Lo pensó un rato mientras caían las primeras gotas. Había tenido muchos problemas legales últimamente: apuestas ilícitas, estafas, conducción en estado de ebriedad…, de hecho, había bebido varias medidas de licor esa misma mañana. No habría sido fácil defenderse de ese caso frente a la justicia; cualquier jurado lo habría culpado de asesinato sin vacilar. Decidió entonces hacer uso de las quinientas hectáreas de su familia por última vez.
Fue en busca de una pala y subió el cadáver de su hermano en la cajuela del auto para dirigirse hacia una zona arbolada del campo.
En medio de un terreno verde vivo se encontraba un cúmulo de árboles grises, árboles que habían muerto hacía décadas, y que solo se mantenían erguidos gracias a sus raíces secas.
Comenzó a cavar mientras los ojos de su hermano miraban hacia la nada. En lo alto, las nubes aguantaban el agua con paciencia hasta que terminara el pozo.
Las ramas de los árboles rodeaban a David como enormes garras; el viento soplaba con fuerza, y los ruidos provocados por las quebraduras entre las ramas alteraban más sus nervios.
Por fin terminó el pozo, y dejó caer el cuerpo de su hermano. En ese instante oyó un ruido; era un aleteo. Vio entonces que un cuervo se había posado en un árbol a pocos metros.
–¿Y tú qué me ves? –dijo David con ojos mefistofélicos– ¡Lárgate!
El cuervo le contestó con un graznido.
Comenzó a llover, y debió apurarse en llenar el pozo de tierra.
Tierra y agua caían sobre el cadáver de Sebastián, y David solo pensaba en terminar y escapar de allí. En el esfuerzo, el mango de la pala se enganchó en el reloj, rompiendo la malla metálica.
El reloj cayó al pozo, pero cuando se asomó, no pudo encontrarlo. El cadáver de su hermano estaba envuelto en sangre y tierra, y la lluvia había convertido toda la tumba en barro.
El cuervo volvió a graznar:
–¡Lárgate, pájaro sucio! Ustedes traen mala suerte.
El ave aleteó para sacudirse el agua de las plumas y permaneció en aquella rama hasta que David terminó el trabajo y se retiró en su vehículo.
Al llegar a la casa vio el auto de Sebastián y supo que debía deshacerse de él de inmediato. Por suerte para él, las amistades que le habían brindado una vida llena de vicios le sirvieron en aquel momento, ya que enseguida llamó por teléfono a un sujeto que iría a buscar el vehículo para convertirlo en una pila de repuestos, dándole además algunos billetes a cambio.
David dijo la marca del automóvil y dio la dirección:
–Iré mañana a primera hora. –dijo el sujeto desde el otro lado.
Bajo esa tormenta y debiendo estar en aquel sitio a la mañana siguiente, no halló mejor opción que pasar la noche allí, en la casa que lo vio crecer.
Pensó en ir en busca de algo de comer, y sobre todo alguna bebida, pero prefirió no mostrarse por el pueblo donde alguien podría reconocerlo. Ni siquiera quería mostrar su rostro en alguna estación de servicio, donde las cámaras podrían captar su imagen, llena de tierra metida en cada arruga causada por la angustia de aquella tarde.
Puso a funcionar la bomba de agua y se dio un baño. El agua se llevó la tierra y hasta la sangre, que era en parte de su hermano y en parte del corte que la malla del reloj le había ocasionado al romperse.
Miró cabizbajo la espiral de agua que poco a poco iba dejando de ser rojiza para volverse nuevamente incolora, esperando que aquella limpieza material exonerara su alma de culpas.
Unas prendas viejas en el armario de su padre le sirvieron a la perfección, y bajó al comedor para limpiar el suelo junto a la mesa Chippendale. Luego limpió también, con sumo cuidado, la pata en forma de garra de la vieja mesa. En ese momento se oyó un graznido; en el marco de la ventana estaba el cuervo que lo vio enterrar a su hermano. –¡Maldito pájaro! ¿Qué haces aquí?
Se acercó a la ventana y el cuervo voló enseguida. Luego cerró la cortina, poniendo fin a una tarde para el olvido. En el piso de arriba estaba el dormitorio que usó durante más de veinte años. Al lado estaba la habitación de su hermano, y al pasar junto a esta volteó la mirada.
Su cama estaba llena de manchas de humedad, y abrió el armario en busca de unas sábanas que, aunque también tenían olor a encierro, servirían para cubrir el colchón.
Apenas había oscurecido y aún faltaban diez horas para que el sujeto del desarmadero de autos llegara. David llevaba treinta minutos mirando el techo, tocándose el abdomen con hambre y sed; sobre todo sed.
Bajó de nuevo las escaleras. Se acercó a la ventana sobre la que se había posado el cuervo y volvió a acomodar la cortina para que la cubriera por completo. Fue luego hasta la cocina, donde revolvió estantes y alacenas sin suerte. Pensó en el sótano, donde su padre tenía una enorme bodega que formaba parte de la herencia familiar. Muchos en aquella situación habrían pensado dos veces antes de dirigirse al sótano en aquella casa solitaria tras todo lo ocurrido, pero él había ido cientos de veces a aquel lugar y lo conocía de memoria.
Al prender la luz del sótano, ésta parpadeo y enseguida se quemó, quedando el lugar de nuevo en penumbras. Debió entonces descender con una vela que encontró en la cocina.
No había nada en el sótano; la bodega había sido limpiada por completo. Fue él mismo quien lo había hecho; en cada visita se había llevado decenas de costosas botellas de vino llenando el baúl de su automóvil en cada oportunidad. Recorrió la oscuridad del sótano en búsqueda de alguna botella que habría sido un tesoro para él. De pronto encontró algo.
Acercó la vela y no pudo leer la etiqueta debido a la tierra que tenía. Subió corriendo con ella y al limpiarla pudo leer las letras doradas que decían: «Amontillado». Había encontrado nada menos que el vino más generoso de Córdoba.
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continúa en la tercera parte
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