En el salón Oval hay cuatro puertas deshechas
un florero sin flores que salvar.
Unas ostras con moscas disueltas
un cordero de sangre bañado en miel.
Una pista para los bailarines
donde privas mi boca de hablar.
El vulgo de cirios rotos observa
las persianas, tu vestido al menguar.
Una luz se desprende del resto
tu briza simula la piel.
-Hubo un balcón en el séptimo piso, donde fuimos un día a beber-.
El público aplaude en silencio
Llevas tacones y un coletero.
La techumbre es un cielo castaño
Se riega donde existe tu cuerpo
Otrora el vientre reventado
de malva tierra
y de tiempo.
Ante los cubiertos que mueren de sequía
Y el agua ahogada en su estanque de desdichas
los higos negros crecen por falta de afán
Las sillas se arrugan, dormidas
las mesas amputadas se aferran
a las faldas de paredes
que sueñan que se caen.
En el salón oval hay un secreto,
Un murmullo perenne como ritual.
Amor mío, esta liturgia,
reviste los cráneos que se han ido a enterrar
Te quiero, te extraño, es lo mismo
cada vez que te temo olvidar.
Te busco entre las cuatro puertas
Altar de tu único hogar.
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