Lo Insufrible

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Sostenme como antes.

Sin manos, con palabras.

Brazos, piernas, 

la inclinación, 

el desgaste físico, 

no significan nada.

Canta.

Los ojos, la comisura,

el relieve de aquello, 

la hendidura de lo otro

es un peso. 

Grita encima de mi llanto, 

bajo el viento de inhábil tacto.

Allí nacían las cosas hechas de aire, 

que se metían, 

se escurrían sobre los huesos,

penetrando con suavidad, 

como el trauma,

como el cáncer,

Llevando su correspondencia: 

No se siente lo que no lleva nombre.

Abrázame como solías, 

lejana,

en el siguiente kilómetro de la cama. 

Con tu voz en mi habla. 

Los brazos: el acorralarme, el sudor, la incomodidad.

¿No sabes que con un soplido basta?

que viaje por la nuca,

por la longitud de la espalda. 

¿Para qué esta carne? 

En los senos regada, en las cinturas, 

en la panza.

Breve magma,

ganas de ser fétida,

humo de alcohol,

fumarola de cremación, 

espanto de la materia, 

podredumbre en espera. 

Toca, te pido, la mística guitarra de no vernos, 

¿Puedes?

¿Podremos sentirla de nuevo?

Porque  me retumbas las sienes,

Y te padezco en las encías, 

en la saliva de la lengua, 

bajo la úvula expuesta y la garganta bífida,

hasta el túmulo de entrañas coloides.

Somos la suma de nuestras secreciones 

el órgano intacto, perfecto,

que no late, que no sulfura, 

no sufre,

inmutilable,

inquebrantable,

inservible.

¿Cuánto más vamos a acariciar

ese trozo de sangre? 

y

cuánto más de besar la impávida  tez,

Cuánto de relamer un color desocupado, 

Y jugar con el rincón de hule, 

entre las piernas embalsamado.

Cuánto más vas a habitar la escenografía 

y  mirarte el plástico de tus pupilas. 

Cuánto más de enfrentar el martirio

de los dientes mordidos,

el martillo de los puños biliosos, 

el “me sé tu nombre como el himno”.

Cuánto del juego “quédate, 

te quiero siempre conmigo”, 

y siempre conmigo

quédate 

como quiero.

¿Cuánto más de estas formas del amor?

que van del pie al cabello,

que van de dedo a dedo, 

de ese dedo 

para el anillo hecho

nupcial acerbo

hasta la máscara  

mortuoria encarnada

de nuestro absurdo. 

La masa muriendo 

insensible.

¿Cuánto más, querida mía, de no querer

hacerle frente a lo insufrible?


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