LA CANTANTE 1

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Mi amigo Alberto Figueroa es un profesor de música que enseña dicha asignatura en un Instituto que está ubicado en un pueblo del litoral barcelonés a la vez que también da clases a futuros posibles músicos en un Conservatorio de Badalona; y dado que su vida personal dejaba mucho que desear puesto que desde que su hija de veinte años se había emancipado del hogar familar Alberto y su mujer se percataron enseguida que no tenían nada en común excepto la hija, por lo que cada uno de los dos cónyuges hacía su propia vida sin interferir en la del otro.

Pese a que para Alberto su profesión se había convertido para él en la única razón de su existencia éste estaba convencido que la música ligera o melódica de la actualidad que no dejaba de ser un reflejo del estado de ánimo de una generación había degenerado consideralemente. A su juicio se había perdido el valor de la armonía en las canciones; o el ritmo alegre y desenfadado pero bien estructurado de las mismas de otras épocas, y salvo excepciones se había caido en un cierto caos y desarmonía musical que delataba una insolencia y una ruptura total de una joven generación que pretendía ignorar a sus predecesores. Y esta distante actitud la constataba especialmente en su hija Elisa la cual no aceptaba jamás ningún consejo de él aunque fuera acertado. Lo cierto era que aunque el músico que era un hombre bastante extrovertido, ahora debido a un radical individualismo social éste se sentía más solo de lo que cabía esperar.

Mas un día que se aburría Alberto vio en You-Tube un disco de una cantante francesa llamada Claudine Ferrand y tan pronto como la escuchó cantar con su habitual prodigiosa voz que tenía con una singular vibración que emanaba de lo más profundo de su alma, el profesor de música sintió de súbito que renacía en su fuero interno un recóndito instinto vital que parecía haber estado dormido durante muchos años. La vigorosa voz de aquella mujer, que sin duda su familia había sufrido los rigores de la Segunda Guerra Mundial, tenía tal connotación vital que parecía sugerir a Alberto que al igual que ella tenía que volver a confiar en su futuro personal; volver a sentir ilusión por las cosas que le rodeaban  Entonce aquel mensaje subliminal de la cantante le dio a entender al profesor de música que estaba tan inmerso en un vacío anímico; en una rutina tan gris y carente de sentido que era urgente que volviera a levantar cabeza. "¿Pero cómo?" - se preguntó él.

"¿Qué habrá sido de la estupenda Claudine Ferrand? Había sido una magnífica cantante que cosechó grandes éxitos en los años 60, 70 y se había codeado con los mejores cantantes del momento, actuando en el Olympia de París" - pensó Alberto-. "¿Por qué ahora nadie se acuerdaba de ella?" Era verdad que en la vida las cosas cambian y como decía el filósofo griego Heráclito las aguas de un rio nunca son las mismas de un ayer, pero del mismo modo como se veneran a los buenos pintores y a otros artistas de antaño, hubiese sido de justicia que Claudine no cayera en el pozo del olvido.  Además Claudin había sido una mujer muy bonita. A pesar de que no era demaiado alta de estatura, era una mujer morena, con un cabello corto con  flequillo; y unos ojos grandes, negros y rasgados con un destello algo pícaro en los que se advertía que era una fémina con una sorprendente rapidez mental; así como también tenía unos sensuales labios rojos. Cuando Alberto había sido más joven en un momento dado había soñado en encontrar a una mujer físicamente parecida a Claudine.

Fue a principios del verano del año 2000 en el Conservatorio de Música de Badalona donde casualmente una compañera de Alberto le informó a este que en Barcelona había venido como una turista más la cantante francesa Claudine Ferrand y el profesor sintió un vuelco en el corazón.

 Seguidamente, Alberto subyugado por aquella privilegiada voz que había calado tan hondamente en su sensibilidad y que a su vez le parecía a él que pertenecía a una mujer excepcional se obsesionó en conocer a la cantante Claudine Ferrand en persona. Primero tenía que saber en qué hotel  se hospedaba y asimismo trazar un plan para acercarse a ella. Ante todo no quería presentarse ante Claudine como un tonto admirador de los muchos que ella hubiese podido conocer a lo largo de su carrera artistica. Él estaba en el mundo de la música y deseaba intimar con la mujer, aún a riesgo de que la cantante le diera un portazo en las narices.

Alberto lo tuvo más fácil de lo que se imaginba porque la misma compañera del Conservatorio que era bastante cotilla le informó que la cantante francesa se hospedaba en el ya un tanto decadente hotel Ritz de la Ciudad Condal.

Alberto llevado por su obsesión decidió inscribirse como cliente en el hotel en el que se hallaba la musa de sus sueños y cuando él me contó sus propósitos un día soleado en la playa confieso que me quedé atónito.

- Pero hombre Alberto. ¿No ves que ha llovido mucho desde que Claudine era una cantante famosa? Con toda seguridad ella ya no es la misma de aquella época. Sí, Claudine ha sido una hija de la postguerra europea como muchos de nosotros, y por eso sus canciones tenían tanta fuerza. Porque había que volver a construir la nación y se necesitaba tener fe en el futuro. Pero hoy en día la sociedad se ha relajado bastante y no sabemos cómo será en la acutalidad Claudine - le dije yo.

- Sí, ya sé que Claudine ya no canta. Pero durante mucho tiempo ha sido una gran referencia musical para mi. Y es evidente que los dos hablamos el mismo idioma sensitivo. Ella me puede comprender mejor que nadie. ¡Lo intuyo! Y me gustaría  compartir mi manera de ser con ella- me respondió él muy serio-. Pienso que si somos dos almas gemelas y nos unimos afectivamente nuestra vida sentimental será más feliz

A mí me pareció que los propósitos de mi amigo Alberto eran una quimera, y que se aferraba como a un salvavidas en el oceáno de la existencia a una época idílica que ya había fenecido debido precisamente a su fracaso sentimental por lo que era muy probable que se llevase una gran desilusión. Sin embargo opté por no discutir más su decisión.

- Ya sé que a lo mejor todo queda en nada, pero al menos lo habré intentado - me dijo.

- Pues te deso suerte.

 

                                                                  CONTINÚA

 


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